Ciudad de México.-

Como una avalancha caían sobre mí las preguntas pensadas y sentidas en secreto: ¿Valdrá la pena lo que hago? ¿Será importante para alguien? ¿Que estoy queriendo decir? ¿Quien soy yo para que alguien se tome el tiempo de ver lo que hago? ¿Qué precio se le pone a una coreografía? ¿Cómo me promociono?

La descalificación se hizo presente, de pronto me empecé a sentir avergonzada, de mí, de mi historia, de todo lo que se me develaba ahora como tan solo “buena suerte”… Ante tal extrañamiento me concentré en mis clases, ese espacio pasó de ser  “lo que me da de comer” a ser lo único que quería y podía hacer, estar en escena me parecía una farsa, me sentía ridícula también como espectadora, guardé mi  auto-descalificada coreografía en un espacio donde poco a poco la fui olvidando y me protegí de esa realidad, dando clases en muchos lugares, compulsivamente, no quería tiempo para detenerme a pensar ni a sentir acerca de mis necesidades creativas  y cuando no daba clases me dedicaba a la fiesta con ahínco, como si no hubiera mañana…y no había mañana, el futuro, mis intenciones, mis sueños desaparecieron del camino, presente ciego, cobijada con mi tribu con la que compartía sin decírnoslo, la ausencia de nosotros, el peso de lo que se esperaba de nuestra adultez, los cambios internos de paradigma sin nombre, sin imagen, sin modelo que nos convocara…

En el 2005 después de un prolongado “no tiempo” y cuando la tristeza y la frustración oculta en la fiesta hubiera podido quebrarme de manera fatal,  tuve la oportunidad de asistir como parte de un grupo de docentes de la Facultad de Artes Escénicas de la UAH (Universidad Autónoma de Hidalgo) donde daba clases, al Festival de Avignon, en Francia y de paso, visitar a mi amigo Carlos en París. Como cada evento parte-aguas en mi vida, este viaje tuvo varios obstáculos para su realización y superarlos significó un mediano despertar de aquella energía perdida que en otros tiempos me había hecho sentir capaz de todo. Este viaje además de darme acceso a propuestas artísticas de alto nivel , me permitió también, ver desde otra perspectiva, todo lo que ahora era importante para mí,  todo lo que no estaba siendo mi vida y que quería que fuera…regresé a México con energía renovada, el cambio venía gestándose y su primera manifestación se dió con el regreso de mi amiga Abigail que regresaba con su familia de una estancia de 3 años en Barcelona, venía de bailar, de arriesgarse, venía con deseos, aprendizajes y con toda la determinación de establecerse en el DF y seguir creando, con la gran iniciativa que la caracteriza y sin hacerme sentir cuestionada por mi ausencia de la danza (por lo cual yo me juzgaba implacablemente),  me invitó a trabajar con ella , ayudándome a reconectar con la bailarina que ella había conocido años atrás.

La obra se llamó ZOOM, la estrenamos en 2006. Ese proceso fue determinante en mi recuperación, conocí -en el entrenamiento y en función de un proceso creativo- las técnicas somáticas, el Authentic Movement, el Release, el Contact y a trabajar con mis memorias e historias personales para generar la dramaturgia en escena. Habitamos una hermosa casa de Coyoacán como escenario, el público se desplazaba, usábamos la palabra y, además, Abigail me invitó a usar un fragmento de Una letra silenciosa en una de las escenas. Para mí, ese hecho significó una posible reivindicación de lo que yo había querido eliminar de mí.

De ahí una serie de proyectos se retomaron, otros nuevos surgieron: hice teatro con la obra En la Soledad de los campos de algodón, con el maestro Ricardo Díaz  como director y compartiendo la escena con mis excompañeros del Teatro del Cuerpo, una vivencia fascinante que aún resuena como parámetro de la manera en que quiero estar en escena.

Como parte de las consecuencias de salir de mi autoexilio, terminó después de muchos años mi relación de pareja, resultado también de otra serie de preguntas incómodas que ahora tenían que ver con lo más íntimo, la más apremiante: ¿Quiero tener hijos? A la cual me respondí de manera forzada y que ahora entiendo como resultado de la terrible exigencia ejercida desde el afuera y no como una certeza genuina. Decidí continuar mi camino, triste, pero con esperanza, ahora al menos volvía a sentirme intérprete y tal vez, con la suficiente fuerza de voluntad, hasta podría intentar de nuevo hacer coreografía…

Como una respuesta divina, a principios del 2008, Manuel Ballesteros me invitó a participar en el Festival Sona en movimiento, para esta invitación hice una versión actualizada de Una letra silenciosa, para presentarla en Hermosillo después de 8 años de total ausencia profesional en el terruño.  Por un lado la familia y amistades recibiéndome con cariño, por otro, las voces del juicio, mis fantasmas, mis miedos, la inseguridad de mostrarme en un lugar donde en otros tiempos “había sido alguien”. La verdad, hasta ahora, no tengo idea de qué pasó, la función fue muy linda, mucha gente, caras amables, abrazos, festejo con champagne y todo, pero de mi trabajo no quise saber nada, no pregunté, no recibí comentario alguno, o no lo recuerdo…evasión total, incertidumbre y de nuevo el juicio obligándome a esconder todo lo incómodo en el cesto de lo oculto.

Recibo la beca del FECAS con el proyecto Ánima (laboratorio en movimiento para mujeres de grupos vulnerables) un viaje más interno, una investigación acerca de la potencia transformadora de la exploración del inconsciente a través del cuerpo y el movimiento. La propuesta era trabajar en Hermosillo con el apoyo del Instituto Sonorense de la Mujer, con un grupo de mujeres víctimas de violencia y con otro grupo de mujeres adolescentes en proceso de rehabilitación por adicciones. Con este proceso conocí el territorio de los cuerpos lastimados, omitidos, oprimidos; me conecté con el dolor de esas mujeres, me intuí en ellas, vi  el reflejo de todo mi linaje femenino pero no alcancé a reconocerme. Me protegí de ese reflejo doloroso con la falsa idea de que yo no era parte del problema, pero que buenamente podía proporcionar con la danza, la herramienta posibilitadora de la emancipación, porque de hecho, sucedieron cosas muy buenas, hubo transformaciones asombrosas, pero no podía ver en ese momento que me acercaba a una realidad que más tarde me pesaría demasiado.

Ánima, fue una experiencia intensísima, dolorosa y bella,  dejó en mí una herida abierta que no pude hacer consciente en su momento, pero que determinó los pasos siguientes en mi vida: Huir del dolor, y con esa huida postergar el mayor tiempo posible el compromiso de posicionarme como persona, como mujer y como artista ante el infierno sistemático, estructural e invisible que a muchas nos obliga a vivirnos desde una sola historia, la del discurso dominante, cargada de opresión y de roles de género limitantes y enjuiciadores.

El 2009 recibí una beca del FONCA para el proyecto coreográfico Reflejos. Con esto quería retomar lo que no logré con Ánima por lo avasallador del proceso: hacer una coreografía que integrara en su lenguaje y estética esos espacios psíquicos contenidos en el cuerpo (ahora mi cuerpo).  Trabajé a partir de la imagen fotográfica en contextos espaciales extra cotidianos y diversos,  cada espacio físico representaba un espacio interno, conté con la participación de Hector Maldonado, Juan Casanova y Osvaldo Sánchez. El proceso fluyó muy bien hasta el momento de tener que generar el lenguaje en movimiento, no me alcanzó el valor para tocar y expresar la herida abierta, me hice trampa y resolví, para salir del paso, con las herramientas conocidas. Fue mi último intento como coreógrafa.

Este segundo fracaso fue el inicio de un camino donde a través de una nueva relación de pareja,  decidí dejar de verme, necesitaba descansar de mí, cancelé todas las inquietudes y preguntas que se habían generado con los dos procesos y me lancé al vacío de dejar de ser yo.

Esa desidentificación de lo que yo había sido hasta entonces me posibilitó vivir una etapa de fuegos artificiales: amor, pasión, extremos, alta intensidad, adaptación divertida y sin resistencia al mundo de la belleza, de la ligereza, viajes, fiestas, risas, perfección, el sueño de amor cumplido, abandoné todo lo que hasta ese momento había sido importante para mí, toda mi energía y mi disposición estaba concentrada en mi relación, y ahora entiendo, no hay relación que aguante esa carga … caída libre, una larga y prolongada caída libre, hasta tocar el fondo de la tristeza del no ser, del no recordarme, de la certeza de morir quedándome en el lugar en dónde yo solita me había puesto y del no saber a dónde ir, ni para qué, ni por qué, ni cómo hacerlo.

La herida abierta y descuidada desde el 2008 reclamó finalmente su espacio para sanar, y lo hizo apareciendo durante el 2012, en forma de una invitación a ser parte de un grupo de artistas de distintas disciplinas para investigar las posibilidades de los Teatros de Participación en contextos comunitarios.

Recuerdo la llamada de Carlos para invitarme. No entendí nada de lo que me dijo pero yo no estaba haciendo nada. Acepté participar porque intuí que al menos un día a la semana podría vivir fuera de mi confusión y estar con otros artistas compartiendo algo, lo que fuera.

Conocer la propuesta de los Teatros de Participación y a la comunidad practicante en México y Latinoamérica ha sido uno de los grandes regalos que me ha dado la vida. En ese contexto, mis saberes y mi experiencia con el cuerpo y el movimiento adquirieron nuevos significados; mi identidad como intérprete, como persona y como mujer también; mi tiempo, mi energía, mis cuestionamientos, todo empezó a hacerme sentido en función de la necesidad colectiva de abrir espacios para el encuentro solidario y de escucha entre las personas a través de compartir nuestras múltiples historias de vida y de ver su resonancia en otros cuerpos a través de la escena espontánea. Conformamos el Colectivo Artes de Participación (CARPA) integrado por personas provenientes de distintas disciplinas: teatro, música, antropología, psicología, danza.

Apoyada y contenida por dicho colectivo, inicié mi propia investigación acerca de las posibles aportaciones de la danza al Teatro Espontáneo y por esta investigación recibí una beca en el 2013 por parte del FECAS para el proyecto Danza Espontánea, una herramienta para el trabajo comunitario. Con dicho proyecto participé en varios foros latinoamericanos, y retomé la posibilidad de viajar con mi trabajo: Cuba, Paraguay, Nicaragua, Argentina, me decubrí como tallerista y con esta nueva vocación regresé a Hermosillo para trabajar durante 10 dias con un encantador grupo de alumnos de los talleres artísticos del COBACH y presentar con ellos la propuesta de Danza Espontánea, en otra edición de Sona en movimiento y en el FICS (Festival Internacional  de Cine de Sonora).

El trabajo en la CDMX con el colectivo me posibilitó recuperar el entusiasmo de trabajar en grupo, revaloré la complicidad, el milagro de la coincidencia, el placer de descubrir preguntas y jugarlas con otros y otras.  Desafortunada y predeciblemente, ese gusto nos duró muy poco dada la gran dificultad de sobrevivencia  y el tiempo que no rinde en esta ciudad. El trabajo artístico, en general se sostiene de encuentros cortos para los procesos creativos, salvo rarísimas excepciones, el concepto de grupo se ha vuelto casi imposible,  esas dificultades nos avasallaron, CARPA es ahora un colectivo de 2 personas, una soy yo en la CDMX y la otra es Carlos Camarillo en Oaxaca.

En el 2015 me encuentro de nuevo sola con mi cansada alma, sin colectivo, una relación de pareja en agonía, mi cuerpo enfermo y yo viviendo en la incertidumbre total acerca de lo que quería de mi vida.  Me llega en ese momento la información de una maestría en Practicas Narrativas en el Trabajo Educativo y Comunitario. La propuesta venía de la UCIRED  (Universidad campesina indígena en red) y del Colectivo Practicas Narrativas, que nos habían brindado su espacio como sede para el entrenamiento y presentaciones de CARPA durante un año. Había varios elementos que me hacían “sospechar”  que tal vez tenía una posibilidad frente a mi desolación.

Y así fue, muchos territorios y mundos posibles se mostraron para mí durante esos dos años de maestría, el compromiso humano de las personas con las que compartí, los paisajes oníricos y amenazados por las mineras de la sierra norte de Puebla, la conciencia de lo común, el valor de la resistencia, de la escucha, de la conversación, de la diferencia y el sorprendente entramado de esos valores con todo lo que yo concibo desde el cuerpo y el movimiento, resignificaron estrepitosa y alegremente mi estar viva.

Se empezaron a gestar cambios sutiles pero poderosos, el impulso creativo regresó  con la palabra, volví a escribir, y fue con El Sobador mi “debut” en Crónica Sonora,  que se abrió la compuerta para buscar mi reflejo en otros y otras, conectar y expresarme mediante la palabra escrita, para recordar la posibilidad de narrarme desde este otro territorio.

El 2016 tras un afortunado reencuentro con Mara y Luisa (las que me recibieron en esta ciudad) viajamos juntas a Barcelona y la sangre me hirvió de ganas de vivir mejor, más feliz, más haciendo lo que me gusta, de las maneras en que me gusta y con personas que me gustan. Después de ese renovador viaje pasé por Hermosillo, a participar en el  Festival Internacional del Pitic con la propuesta de Danza Espontánea, nueva convocatoria, un nuevo grupo de morros llenos de magia, talento, libertad genuina en sus espíritus y cuerpos, que me contagiaron de su energía y ahora conforman el Colectivo Danza Espontánea de Hermosillo.

Presentación del Colectivo Danza Espontánea en Fiestas del Pitic 2016. Fotografía de Luis Gutiérrez / Norte Photo

El 2017 fue el año de la reconexión, del estar-bailando que inició con un conjuro de sanación entre brujas en la Isla del Tiburón y continuó con danza el resto del año. Bailé junto con hermosas mujeres en las coreografías Ay, esta pasión… de David Barrón, en Hermosillo, y Sorecer de Abigail Jara aquí en la Ciudad de México.

La transición gozosa al 2018 fue de reconfiguración, se abrió de nuevo el espacio para el futuro, las complicidades y los sueños.

Y ahí estoy ahora, de regreso a mí y reconciliándome con esta bellísima, cruel  y exigente ciudad, que viéndolo desde la perspectiva sana y optimista -y aunque también gestándose con fuerza el deseo de estar habitando más seguido Hermosillo-, sigue desplegando en mí promesas fantásticas.

Por Claudia Landavazo

Sobre el autor

Claudia Landavazo vive en la Ciudad de México y es egresada de la carrera de Letras de la UNISON. Bailarina y coreógrafa de danza contemporánea, actriz de vez en cuando y se dedica desde hace algunos años a dar clases y al trabajo en comunidades y grupos vulnerables a través de la danza. Forma parte de CARPA Colectivo, donde desarrolla la metodología en Artes de Participación.

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