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A la mayoría de las personas no les gustan los hospitales. Es la angustia de los sentidos. El olor de  medicamentos y antisépticos, la luz flourescente – que no reconoce día o noche –, batas blancas o filipinas azules y el sonido constante de máquinas que puntean el umbral entre vida y muerte resultan abrumadores. Hay quienes aseguran, y les asiste la razón, que si nos estamos ahogando en un vaso de agua, deberíamos visitar un nosocomio. Es el espacio donde llegan seres humanos con verdaderos problemas.

Es así como, A dos metros de ti (Justin Baldoni, 2019) resulta ser un melodrama adolescente que ocupa, en orden de aparición, el tercer sitio en una línea de tiempo de lo que parece ser ya un subgénero del cine juvenil: el romance contra la enfermedad. El amor patógeno. Antes que esta cinta, fueron exhibidas Bajo la misma estrella (Josh Boone, 2014) y Todo, todo (Stella Meghie, 2017); esta triada cinematográfica recupera, para las nuevas generaciones, la posibilidad de conmoverse hasta el llanto, si no exigen demasiado a lo que se proyecta en pantalla.

El amor patógeno. La enfermedad es el nuevo enemigo, en el cine, de la pasión puberta y hormonal. Nada más cruel. Nada más melodramático.

Esta es la historia de Stella – así es, obvia referencia a Bajo la misma estrella – (Haley Lu Richardson), impetuosa jovencita que padece fibrosis quística, padecimiento crónico degenerativo sin remedio. Ella está recluída en un hospital-spa a la espera de un trasplante de pulmón, que solo podría extenderle cinco años de vida. Pobre Stella. Su identidad como influencer le da a esta película el pretexto ideal para que recibamos la información precisa sobre su padecimiento. A través de videos compartidos en la red, Stella envía mensajes de disciplina y optimismo.

Aunque la chica tiene en Poe (Moises Arias) a un amigo solidario y comprensivo en el mismo hospital, la vida da un giro cuando aparece Will (Cole Sprouse). Con su actitud rebelde e indiferente ante terapias y tratamientos, de inmediato se convierte en el interés de Stella. El flechazo será inevitable, como debe ser. La condición que ambos sufren, la fibrosis quística, les impide acercarse. Deben estar a dos metros de distancia, de lo contrario bacterias y microbios pueden invadir sus organismos con consecuencias fatales. “This disease is a prision”, le dice un deseperado Poe a Stella en media película, “I want to hug you, imagine that I do”. Pobre Stella. Pobre Poe. Pobre Will.

Quizás entonces A dos metros de ti plantea una idea interesante, reforzada por sus antecesoras y sin duda subrayada por las que vendrán. Volvamos a la idea del amor patógeno. Frente a la libertad erótica y sexual que gozan los jóvenes, se presenta ahora la enfermedad como la gran barrera, el enorme obstáculo. Atrás han quedado los años de Pesadilla en la calle del infierno (Wes Craven, 1984), Carrie (Brian de Palma, 1976) o Scream: grita antes de morir (Wes Craven, 1996), donde los adolescentes entregados a la lujuria eran los primeros en morir, víctimas de una fuerza sobrenatural: cuidado con el sexo, puede causarles la muerte.

Ahora el mensaje es diferente: chamacos, disfruten porque pueden hacerlo. Hay quienes no lograrán, siquiera, un encuentro carnal por culpa de una enfermedad rara. A dos metros de ti tiene cicatrices en su argumento. La poca presencia de los padres en la cinta le resta verosimilitud. El hospital carece de personal administrativo o de vigilancia. Imposible. Stella, Will y Poe parecen estar en un centro de vacaciones, a pesar de que la película se esfuerza por concentrarse en las píldoras de colores – que pueden ser ingeridas con pudín de chocolate, una ocurrencia digna de ser considerada -, las intervenciones quirúrgicas inesperadas, las nebulizaciones, los antibióticos y la culpa por sobrevivir.

Momentos significativos en A dos metros de ti, los hay. Existe un instante robado a Shakespeare en Romeo y Julieta (Buz Lurhmann, 1996 / Franco Zeffirellli, 1968), así como la confesión conmovedora de los estragos que la fibrosis quística ha dejado en los cuerpos vírgenes de los protagonistas, pero la terapia cinematográfica aquí es insuficiente.

Al final, en su tercer acto, A dos metros de ti, se entrega a todos los clichés y lugares comunes posibles y lo que pudo ser un filme trascendente se queda en buenas intenciones. Un amor esterilizado que depende de las actuaciones de Haley Lu Richardson y Cole Sprouse – metido en su papel como Jughead en la nueva versión televisiva de Archie y sus amigos enRiverdale –  no alcanzan para ir más allá de su evidente propósito: el amor patógeno puede arrancarnos una lágrima.

Chicos: a soltar el moco. Más, cuando lo hagan, piensen en aquellos que no pueden expulsar dichas miasmas. Pobre Stella, pobre Poe, pobre Will.

Que leer antes o después de la función

Bajo la misma estrella, de John Green. A sus 16, Hazel padece cáncer. Ella está decidida a no sentir lástima por sí misma, por lo que mantiene una saludable distancia emocional respecto a las terapias de grupo y otras panaceas que el mundo actual ofrece a quienes enfrentan esta cruel enfermedad.

De ahí el tono cínico, humorístico e irreverente de Bajo la misma estrella, relato seminal que presenta una historia de amor cuya trascendencia irá de la mano hasta conocer, en persona, a Peter Van Houten, autor de Un dolor imperial, novela que, según Hazel, la comprende.

Una dura crítica al “pensamiento positivo”, los “manuales de autoayuda” y a la actual idea de la felicidad. Nada mejor en esta época.

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Sobre el autor

Horacio Vidal (Hermosillo, 1964 ) es publicista y crítico de cine. Actualmente participa en Z93 FM, en la emisión Café 93 con una reseña cinematográfica semanal, así como en Stereo100.3 FM, con crítica de cine y recomendación de lectura. En esa misma estación, todos los sábados de 11:00 A.M. a 1:00 P.M., produce y conduce Cinema 100, el único -dicen- programa en la radio comercial en México especializado en la música de cine. Aparece también en ¡Qué gusto!, de Televisa Sonora.

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