Hermosillo, Sonora.-
Dicen que nadie es profeta en su tierra, que no todo lo que brilla es oro y que si algo cuesta caro es porque lo vale. El miércoles pude comprobar que ninguno de estos dichos aplica para los jóvenes compositores e interpretes que escuché esa noche. La música que nos convocó esa noche, es no sólo de una calidad y originalidad indiscutibles, sino que va a contracorriente de lo que se creería que es la música que define a los jóvenes. Música clásica contemporánea, bien hecha, expresiva, rica en armonías, compleja, respetuosa de la tradición clásica, pero con un sello fresco y juvenil. Seria y lúdica a la vez.
a contracorriente de la música que define a los jóvenes
El kiosko del arte de la colonia Pitic, al Oriente de la ciudad, fue escenario de una gala musical para piano y violoncello con el Dúo iwir, conformado por Itzel Pesqueira al piano y René Mayoral, al cello. El dúo interpretó ocho piezas de autores sonorenses vivos, algunos muy jóvenes y que se hallaban entre el público.
Después de una profunda introducción al trabajo realizado por los compositores jóvenes de Sonora, por parte del director del proyecto “Músicos Trabajando”, Óscar Mayoral, inició el concierto con una pieza llamada “Tiempo”, de Mayra Lepró (1994). Una composición íntima, claroscura y bella, en donde el piano pareciera estar marcando los minutos y las horas transcurridos en reflexión y contemplación, mientras que la dulzura de las notas del violonchelo suenan esperanzadoras, como queriendo recordarnos que en la vida, siempre hay luz después de la oscuridad. La propia compositora, quien estaba presente, ha dicho de su pieza “La música nos recuerda que el tiempo nunca se detiene y que es importante disfrutar cada momento como si fuera el último”.
Luego vendría una pieza llamada “Extraño”, de Miguel Castillo, joven egresado de la licenciatura en música de la UNISON, nacido en el 2000. Es un preludio breve en donde, similar a la pieza anterior, las notas del piano marcan la repetición del tiempo ad infinitum, mientras que las notas del cello son como el fluir, el transcurrir de la vida, su continuidad. La melodía preciosa que brota de las cuerdas, se impone a la insistencia del piano, como un triunfo de la vida y el asombro, ante la monotonía y la repetición y, al final, ambos, tiempo y vida, repetición y continuidad, convergen y se reconcilian. Es una pieza que nos remite un poco a Radiohead, especialmente a algunas de las composiciones de Kid A. El compositor ha dicho de su pieza que la escribió en una época en que experimentó incertidumbre y temor respecto de su vida, como nos ha sucedido a casi todos, especialmente en la juventud.
Luego siguió una pieza llamada “hom 4”, de Alejandro Karo, (Hermosillo, 1993). Tal vez porque el compositor se ha especializado en hacer música para cine, tal vez por haber nacido a principios de los noventa y tener más experiencia o tal vez porque hay una veta generacional entre Karo y el resto de sus compañeros músicos, algunos ahí presentes, el caso es que “Hom 4”, es una hermosa pieza minimalista, en donde ambos, piano y violonchelo, logran una simbiosis perfecta para crear una pieza melancólica, íntima y muy bella que nos hace sentir nostalgia por algo que tal vez aun no haya sucedido. Es como estar contemplando el mar o del cielo y experimentar esa sensación de pequeñez ante la inmensidad, tan conocida por todos nosotros. Lo contemporáneo y lo clásico en perfecta comunión.
Vino luego “Padalustro”, de Valeria Montoya (Hermosillo, 1994). Es una pieza pequeña pero compleja. Estridente, disonante, recuerda al Cuarteto para el fin de los tiempos de Olivier Messiaen, aunque sin clarinete o violín. Remite también a Arnold Schoenberg por su libertad tonal y por las armonías amplias del piano y aunque pareciera que no hay una línea melódica, si uno escucha con atención, la notará. Es una pieza en donde se experimenta con la capacidad sonora y expresiva de los instrumentos logrando una expresividad única.
Siguiendo con la misma línea atonal, viene luego “Incertidumbre”, para piano solo de Jocelyn Vargas, (Hermosillo, 1996), pieza que, como su nombre lo indica, remite más a las ideas que a las cosas concretas, a lo cerebral más que a lo físico, y tal vez sea por ello que transmite justo eso, una sensación incierta, como de no saber hacia dónde nos dirige el pensamiento. Magistralmente interpretada por Itzel, tal vez por haber sido escrita por su mejor amiga.
Luego vendría “Canto al cielo” de Alfredo Pompa, tal vez la pieza que más me gustó del repertorio. Los tetracordes insistentes del piano le dan cromatismo a la voz melancólica del cello y su aparente alejamiento del piano, y digo aparente, pues en realidad forman un diálogo armonioso y expresivo en muchos de los pasajes, y plasman sentimientos muy diversos que van de la soledad a la incertidumbre, de la melancolía a la añoranza, de la desolación a la esperanza. Esto se logra a través del espacio que el violoncello va cediéndole al piano, que insiste en sus acordes cromáticos, hasta superponerse, ahora sí totalmente a las cuerdas en un estacato cada vez más lento y espaciado, hasta irse desvaneciendo totalmente. Según su propio autor, “Esta obra nos invita a tomarnos tiempo para la introspección, a que no tenga que ser necesario un evento catastrófico (como la pandemia) que nos obligue a aislarnos para enfrentarnos a nosotros mismos. Nuestro duelo de superación debe estar presente en nuestras vidas cada día motivándonos a mejorar nuestra relación con nosotros mismos y con los demás”.
Viene luego “Puentes”, de Nubia Jaime Donjuan (1984), obra compuesta especialmente para dúo iwir. En ella se nota la experiencia en la trayectoria musical de Nubia, quien ha estudiado composición entre otros, con Arturo Márquez, incorpora en su trabajo elementos de la música popular y de las piezas tradicionales de su tierra, así como sonidos de la Naturaleza e incluso poemas. Para interpretarla, el chelista se coloca unos tenábaris (capullos de mariposa con piedras adentro usados por la tribu yaqui para la danza del venado) en la pierna. También se recita un poema suyo durante la ejecución de la pieza. Nubia dice que le gusta conocer las diferentes visiones que tienen los pueblos respecto de lo que hay después de la muerte, tal vez por eso el nombre de la obra, por los puentes que se tienden entre las diversas cosmovisiones y culturas.
“nomeolvides”
La última pieza es obra de René Mayoral, “nomeolvides”, dedicada a su abuela materna. Específicamente al jardín de su casa, en donde transcurrieron muchos veranos infantiles. Los árboles y las plantas del jardín de su abuela, significan para el autor el símbolo de la resistencia contra el olvido. Con esta pieza, René intenta mantener vivos esos recuerdos. El autor dedicó la pieza no sólo a su abuela, sino al pueblo palestino en Gaza, que está siendo víctima de un terrible crimen de guerra por parte del gobierno israelí, porque justo el miércoles se conmemoró el aniversario 78 del Nakba, la catástrofe sufrida por el pueblo palestino por parte del ejército israelí entre 1946 y 1948 y que obligó al éxodo y al exilio permanente más de 750 mil personas, cuyos hogares fueron destruidos. La pieza de René hace alusión a las raíces y al anhelo de retornar a la Tierra. nomeolvides es también el nombre de una planta cuya flor esparce su aroma perfumado en las noches cálidas en ciertas partes de México.
Musicalmente, el propio autor la describe mejor que nadie: “La obra tiene un tema tonal principal, rodeado de temas atonales traídos de los otros movimientos. Estos temas extraños interfieren el discurso, divagan. El tema principal regresa constantemente como en un rondó, pero cada vez más alterado e irreconocible. La lucha de la memoria por sobrevivir, una súplica: nomeolvides”.
Los jóvenes sonorenses creando obras extraordinarias con un sello propio y una tremenda musicalidad. La veta generacional prevaleció, no sólo porque casi todos los compositores son coetáneos, sino también son amigos entre sí. Música íntima, fresca, contemporánea con tintes de Radiohead pero también con destellos de compositores del siglo pasado como Arvo Pärt, Olivier Messiaen, Silvestrov y Schoenberg. Música llena de expresividad, de emotividad y también de inteligencia. Influencias posmodernas de John Cage, Berio, Pierre Boulez, entre otros compositores, se notaban en cada pieza.
Decía, al principio de esta breve reseña, que los dichos arriba mencionados no aplican en este caso. “Músicos Trabajando”, la empresa que aglutina a los grandes músicos jóvenes de Sonora, es un claro ejemplo de que se puede ser profeta en nuestra propia tierra, siempre y cuando tengamos algo que decir y lo digamos magníficamente a través del arte; que lo que brilla por sí mismo sí es como el oro e incluso es más precioso, pues es un brillo adquirido con tesón, amor y esfuerzo y que lo verdaderamente valioso no tiene precio y que pagar una módica cantidad a cambio de disfrutar un magnífico recital, no es sino una pequeña contribución al buen arte y a la cultura, que son un deleite para el espíritu y un regalo para nuestros sentidos.
Enhorabuena a Músicos Trabajando, a Dúo iwir y a cada una de las y los compositores e intérpretes y gracias por una hermosa velada musical Que sigan los éxitos.
Por Teresa Padrón Benavides
Fotografía de Óscar Mayoral
Excelente reseña. De verdad considero muy importante hacer visible el trabajo de estos jóvenes artista que van en paralelo al mainstream y al mercado, por lo que agradecemos mucho tu entusiasmo y apoyo. Sonora necesita más espacios para la expresión artística de las nuevas generaciones, no solo en términos de eventos, sino en términos de infraestructura. Una sala de conciertos daría dignidad a nuestro trabajo, nuestra gente y nuestra tierra.
Muchas gracias por tu comentario y, sobre todo, por la gran labor que realizas promoviendo y dando a conocer el nuevo talento musical en Sonora a través de «Músicos trabajando». Un abrazo grande querido amigo.