“… algo de dinero, un gramo de locura, un montón de afecto, quizás de amor…”

Los novios búlgaros, Eduardo Mendicutti

 

Tengo recuerdos repentinos, como de películas antiguas, aunque solo cuento con cuarenta y cinco años. Como los adictos, soy un adicto confeso al flashback. Cuando percibo un cierto olor, la humedad, el calor… algunas personas -en mi trabajo o en la calle- se hacen presentes.

 

Intransigentes fueron mis familiares cuando me retiraron el habla y me corrieron de mi propia casa cuando tenía la edad para ingresar a la universidad. Se dieron cuenta que sostenía algo más que una amistad con un compañero de la “prepa”. Me fui del pueblo solo, rumbo a la capital, sin conocer a nadie pero con la idea fija de estudiar, trabajar y demostrar que tengo valor como persona.

 

Me sentía marginado, relegado, porque estaba fuera del rebaño. Pero eso sí, con hambre, con orgullo por conseguir reconocimiento.

 

El hambre me estaba tumbando en esas épocas de universitario; cuando pasé tres días comiendo solo de una sandía que una vecina piadosa me había regalado; cuando pagaba la renta del cuarto con mi raquítico sueldo de medio tiempo. No me alcanzaba para comprar muchos alimentos, así que vivía con hambre.

 

Las exigencias universitarias acaparaban mi atención y no veía detalles a mí alrededor. Como ese día que llegó mi compañero Jerry y me dijo: “qué jodido andas”. Se había bajado de un pick-up reluciente y al volante un sombrerudo con lujosos lentes oscuros, esclava de oro y unos brazos regordetes velludos. Desde ese momento me di cuenta que mi compañero de clases exhalaba un aire limpio y fresco. Usaba fragancia cara, ropa nueva a la moda, aunque muy ajustada para mi gusto de esa época. Él intuía en mí esas ganas de sobresalir, de no ser del montón. En el fondo él también era una oveja sola que andaba fuera del rebaño.

 

Desnúdate, aquí está el alimento para peces, empieza por la pecera más grande; te quiero ver, solo ver. Tu piel es tan suave, joven y morena, sin ningún vello. Ven aquí; acaríciame con tu piel sedosa; con tu cuerpo varonil. Acaricia mi pubis, el vello de mi pecho y mi espalda con todo tu cuerpo. No hagas nada más, quiero ver tu cuerpo desnudo; solo verlo acariciar mi cuerpo. Que tus manos ayuden a mis manos a poner las medias en mis piernas. Ahora mira cómo explota mi placer cuando acaricias mis piernas con medias como la seda… no hagas nada más, solo termina de alimentar los peces que están en las peceras pequeñas…

 

Mi compañero Jerry me invitó a su departamento; devoré la comida que me ofreció. Me daría lecciones de una profesión que no conocía. En la regadera me enseñó algunos secretos perversos que después atesoraría como su mejor legado. Era generoso. Me prestó algo de su ropa; salimos en un Taxi, al iniciar la noche, al estacionamiento por detrás del CUM al poniente de la ciudad. Desde esa primera noche tuve mucho “pegue” con los señores que llegaban uno tras otro, con sus carros relucientes, con aspecto de vaqueros de ciudad; otros más formales, eso sí, todos muy serios a mirar y comprar la mercancía que ofrecíamos bajo la ropa ajustada.

 

No te asustes; están aquí más muchachos como tú. De la paga no te preocupes, si te portas bien te pagaré el doble. Si no “pisteas”, si no consumes nada más, no hay problema. De lo que se trata aquí es complacer a los señores que vendrán. Tendrás que ser muy discreto; te lo advierto. Aquí tratamos bien a los que nos guardan los secretos. Los señores que vendrán así lo piden; son altos funcionarios y empresarios que solo buscan placer; que solo buscan desfogar los deseos que en su día a día no pueden. Aquí dan rienda suelta a su pasión oculta, a la pasión que sus esposas y secretarias no pueden complacer; así que si te piden ser activo con alguno de ellos, tú estás para complacerlos. Ahora pasa al jacuzzi con el resto de los muchachos… 

 

Hoy tengo una posición social y económica holgada. No me falta nada. Trabajo en el Departamento de Recursos Humanos de una empresa comercial en expansión. Tengo una pareja de diez años ya, profesionista igual que yo. Nos complementamos en todos los aspectos, con amor salimos todos los días a la calle. Soy respetado y viajo con frecuencia a distintas ciudades del país a recibir capacitación; también me doy mis escapadas como turista. Me gusta conocer la cultura de los lugares que visito. Compro artesanías y libros para engrosar mi preciada biblioteca. La familia, mis hermanos y mis padres, se han reconciliado conmigo. Los apoyo en lo económico y en lo moral trato de mediar en sus conflictos. En el silencio quedaron aquellos gritos de odio, de frustración, que ellos me aventaron a la cara cuando me corrieron de la casa por salirme del rebaño. Las diferencias resultan odiosas, si en esencia somos iguales.

 

Aquí está tu paga: “cuentas claras, amistades largas”… ¿Cuántos años tienes?… eres de la misma edad de mi único hijo; me salió como tú. No lo entiendo; mi esposa tiene miedo y sufre porque yo me molesto mucho con él; me da mucha vergüenza. No quiero molestarme con él. Siento las miradas de los familiares y compañeros de trabajo como puñales, como flechas apuntando hacia mí; yo que he sido tan estricto, tan disciplinado con mi hijo, ¿qué fue lo que hice mal?… sí, yo tuve la culpa: por ser como todos los demás; por tener una esposa; por tener un hijo; por reprimir mis deseos…  ¡quédate allí!…está descargada, así no hace daño. Solo quédate allí recostado, desnudo, bello. Desde que te vi en la esquina me llamaste la atención. Pero quédate allí, no me rechaces. Abrázame así, eres como mi hijo, ¡háblame mi’jo!… toma la pistola, está descargada y así no hace daño… besa el cañón y métemelo suavecito, así… te quiero, te quiero mi’jo…

 

De lo que me ha pasado y las decisiones que he tomado, ahora confieso que lo he provocado. Cada situación, cada persona, me ha dejado una marca, una astilla clavada. Han sido de esas decisiones que solo se toman una o dos veces en la vida, pero te mueven el tapete hasta caer para sufrir chipotes y raspones en el anhelado bienestar.

 

Ahora presumo de tener bienestar, de estar en paz conmigo. Y ese bienestar es una luz que trato de irradiar a los demás. No pasa nada si estas fuera del rebaño, si estas en libertad de ser tú mismo.

Texto y fotografía por Guillermo Valenzuela Mendoza

gmo val

Sobre el autor

Nací en 1970 en Hermosillo. Crecí y corrí descalzo por las calles polvorientas del poblado El Saucito. Mientras mis hermanos y el resto de los niños de mi generación cazaban cachoras, yo juntaba chúcata y atrapaba chicharras en los mezquites. Cuando llevaba a pastar las vacas devoraba libros como “Lecturas Clásicas para Niños” y “Platero y Yo” que tenía en mi casa gracias a mi abuelo materno. Él me decía: la lectura y el estudio te ayudaran a cruzar el rio, una vez en la otra orilla serás una mejor persona. En el 2012 me gradué como Psicólogo de la Salud y actualmente cuento ya 14 años como bibliotecario y Mediador de Lectura. Me gusta leer más que escribir, pero cuando escribo expreso las añoranzas y las emociones internas en relación con la naturaleza.

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