El 19 de septiembre de 1985 es una fecha hundida en el epicentro de la historia nacional. Sus consecuencias, esas ondas telúricas destructivas, pavorosas y mortales, fueron gigantescas. No solo destruyeron edificios, calles y vidas humanas. También abrieron una profunda grieta entre ciudadanos y gobierno: la cicatriz que no ha dejado de sangrar.
Y ahora, en estos días en los cuales la sociedad se mueve entre el desencanto político y la indignación colectiva, surge 7:19, la hora del temblor (Jorge Michel Grau, 2016), un ejercicio casi experimental del cine mexicano muy en deuda con la tradición teatral y con otro filme de nuestra industria: La tarea (Jaime Humberto Hermosillo, 1992).
La premisa es muy arriesgada. Estamos en la mañana del 19 de septiembre. Un día como cualquier otro en la inamovible Ciudad de México. Los personajes de esta película llegan a las oficinas de una gris dependencia gubernamental con los empeños y los anhelos de esa rutina que significa obtener el favor o la protección del poder burocrático. Una plaza heredada, el trámite urgente o una firma indispensable.
Esa es la zona de confort de Fernando Pellicer (Demian Bichir), a quien todos se dirigen como “licenciado”, en una mezcla de temor, adulación y respeto que, obvio, el altivo funcionario parece disfrutar.
De pronto, en la humilde televisión de Don Martin, el velador (Héctor Bonilla), aparece el histórico momento cuando Lourdes Guerrero, desde el noticiero matutino de Canal 2 en cobertura nacional, dice: “Esta temblando, está temblando un poquitito, no se asusten, vamos a quedarnos… a ver la hora, siete de la mañana diez… ¡Ay, Chihuahua! sigue temblando un poquitito, pero vamos a tomarlo con una gran tranquilidad… vamos a esperar un segundo para poder hablar”. Fin de la transmisión.
El edificio se ha venido abajo. Y entre los escombros han quedado sepultados Fernando y Martín, vivos, muy cerca uno del otro, pero con restos de hormigón, polvo y armadura que imposibilitan sus movimientos. Después de la sacudida inicial, iniciará el diálogo, el acercamiento y la separación pendular de esta pareja dispareja e improbable, plantados en la antípoda social frente la vida o la muerte.
La primera media hora de 7:19, la hora del temblor es la mejor lograda. La cámara resuelve con primeros planos la tensión inicial, el aftermath. La devastación es revelada con las voces de otros sobrevivientes que estarán presentes como el coro de una tragedia griega. Sin duda el trabajo de sonido es la gran aportación cinematográfica de esta cinta.
Muy interesantes resultan también los movimientos de la fotografía a través de los despojos. Entre la tímida luz de una simple lámpara de mano y la ominosa oscuridad del desastre se revela un escenario aterrador, parecería un planeta en ruinas: es la catástrofe total.
Es entonces cuando 7:19, la hora del temblor apuesta desde la claustrofobia a Sepultado (Rodrigo Cortés, 2010) o bien, Rojo amanecer (Jorge Fons, 1989) donde la noche de Tlatelolco se resuelve en la espeluznante intimidad de un departamento.
Así, el principal enemigo de 7:19, la hora del temblor, es el tiempo. Es muy difícil sostener el interés inicial del primer acto ya que – nunca mejor dicho – en Bichir y Bonilla cae todo el peso de la película.
El diálogo entre Martín y Fernando llegará al asunto de la corrupción y la negligencia oficial. Es inevitable, claro. Sin embargo la polémica resulta floja y convencional abriendo espacio incluso para el humor involuntario. Y en ese sentido tampoco logra superar los comentarios nerviosos y socarrones de las voces atrapadas. No olvidemos que la canción de moda entonces era “Todo se derrumbó”, de Emmanuel.
La decisión de realizar un drama íntimo sobre el terremoto en la Ciudad de México de 1985 es lógica. Nuestra industria no suele contar con el presupuesto necesario para abordar un suceso de esta terrible naturaleza en la línea de Terremoto (Mark Robson, 1974) o Terremoto: la falla de San Andrés (Brad Peyton, 2015).
Y eso, lejos de ser una tragedia, permite intentar propuestas arriesgadas, creativas, aunque irregulares, que podemos apreciar con respeto. En las pantallas de cine 7:19, la hora del temblor, cumple, aunque creo que su mejor desempeño estará en Netflix.
Vale la pena permanecer en la sala, durante los créditos finales, para escuchar el trabajo de recopilación sobre los testimonios de los testigos principalísimos. Los reporteros, los que salieron a la calle, los que describieron el pasmo, el horror de ver las consecuencias del temblor más grande de nuestra historia.
Escucharlos es para poner a temblar a cualquiera.
7:19, la hora del temblor. Director: Jorge Michel Grau. Guión: Jorge Michel Grau y Alberto Chimal. Fotografía: Juan Pablo Ramírez. Sonido: Salvador Félix. Con: Demian Bichir y Héctor Bonilla.
Por Horacio Vidal
En portada, Demián Bichir en una escena de 7:19
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Como ya es usual, una excelente prosa del señor Vidal y debo decir que un humor oscuro que me simpatiza. No he visto la película, no conozco víctimas o sobrevivientes del terremoto del 85, no he leído más de lo que hay en wikipedia al respecto, no he visto mas que unos dos o tres documentales, quizá algún reportaje especial en 2015, año en que se cumplieron 30 años de la tragedia, pero leyendo esta reseña, parece que vale la pena ir a verla hasta el final. Quizá sea haya sido una buena idea hacer un drama de estos hechos y no una película de cine desastre, en aras de explorar introspectivamente el sentimiento de una ciudad reflejada en su más mínimo exponente, un par de individuos; pero de nuevo, no he visto la película. Quizá el contenido mas impactante con el que he tenido contacto sea el podcast de Rubén Trujillo, alias «Trujo», titulado «Cicatrices», donde, en sus propias palabras, habla de un «México hermanado en el dolor», les dejo el link: https://www.youtube.com/watch?v=Ddkr4mNWKWc
Muchas gracias, Norman. Te prometo checar el podcast que compartiste. SALUDOS.
Resulta bastante interesante que se rescaten historias que han repercutido de manera tan importante en nuestro país, sobretodo cuando muchos cineastas se atreven a decir que en México no hay historias por contar, cuando evidentemente hay infinitud de ellas. Sin duda habrá que ver la cinta para poder emitir una opinión más redonda, pero como comentas, la propuesta es sumamente arriesgada y cuando no se tienen los recursos (y el ingenio en algunos casos) puede llegar a pasar factura. Además, Jorge Michel Grau dio bastante de que hablar con «Somos lo que hay», pero en esta ocasión coincido en que el poder de la cinta recae de manera tremenda en la labor de los histriones. Buena reseña, Saludos.
Así es. Nunca mejor dicho: en Bichir y Bonilla cae todo el peso de la película. Gracias por tus comentarios, espero compartas por acá tus impresiones redondas cuando salgas de la función. SALUDOS.