Ciudad de México.-
La señora Laura nada pide porque lo tiene todo. Hijos, nietos, poesía, una vocación magisterial y una dignidad que toca su frente hermosa. La señora Laura no separa una cosa de otra: imposible jerarquizar, dividir, priorizar. Firma con su nombre casi completo: Laura Delia Quintero. Ocasionalmente incluye: García. Nació en Mazatlán, Sinaloa, pero desde los nueve vive en Hermosillo, Sonora. Dicen las leyendas que le gustaba hacerles la tarea de literatura griega a sus amigas. Consagró treinta y cinco años de su vida a la enseñanza de la literatura en la Secundaria Técnica No. 1 “Carlos Espinoza Muñoz”, popularmente conocida como Prevo. Fue hasta 1982 que ingresó como estudiante a la carrera de Letras Hispánicas en la UNISON, cuyos créditos cubrió de a poquito y con paciencia tejedora. A principios de los 90 me tocó coincidir con aquella hermosa matrona de andar lento por los corredores de Altos Estudios y, por algún motivo, sentía que ella era importante, sin saber que se trataba de una poeta extraordinaria; Wislawa del desierto. Laura Delia misma no sabía entonces, no lo sabe aún:
“Para la roca/ que en tu pecho/ habita/ del agua/ poseo/ la humilde/ pertinencia/ de la gota.”
(“Humildad”, Escrito sobre el fuego, Editorial UNISON, Col. Ojos de Búho, No. 24, Serie Poesía, Hermosillo, 2007).
Publicó, tímidamente, sus primeros poemas en 1984, en el suplemento literario del periódico El Imparcial, y en 1986 inició sus andanzas por los talleres literarios de la Casa de la Cultura de Hermosillo, donde también coincidimos, tímidas ambas. Esta mujer callada, sin embargo, me hacía temblar cuando inyectaba de voz su poesía. Nada que ver con los demás aspirantes a poetas que carecían de tres virtudes que bosquejan la personalidad poética de Laura: primero, no pretende que el lenguaje se moldee a conveniencia de sus necesidades expresivas, antes bien, las subordina al rigor del lenguaje; segundo, entiende que la formación del poeta es infinita, no termina nunca… y tercero, no ve en el quehacer poético pasatiempo ni adorno, sino sobrevivencia; oficio al que en sus poemas alude como “tarea del exilio”, “habitación de silencio”, “oficio de incendios y rescoldos”, “oficio de parvada”. Tal era la grandeza de Laura Delia, que aquella aula se achicaba hasta la apnea bajo la resonancia de su vozarrón; esa nata cualidad histriónica a la que hizo referencia el doctor César Avilés durante el homenaje rendido a la poeta en la VIII Feria del Libro de Hermosillo: “Cuando escribe ‘amar’ –señala Avilés – quiere decir amar. Nada hay en su poesía que sea remotamente artificial o banal”. Y a las pruebas se remite al leer un fragmento de “Los cautelosos”, una versión de “Los amorosos” que hubiera conmovido al mismísimo Sabines:
Los cautelosos
amansan párpados
para que nadie atisbe sus secretos
visitan jardines panteones en desuso
aeropuertos estaciones
fingen que regresan
se enlazan, se despiden, se derriten
no pueden escapar
están esposados por saliva
tacto piel soledad
(Escrito sobre el fuego, p. 69)
Discreta, ha ganado en dos ocasiones el Premio Nacional de Poesía Anita Pompa de Trujillo que se convoca en Hermosillo. Discreta, ratifico, porque nunca hace una mínima alusión a sus triunfos. Al día siguiente se la ve acarreando pesadas bolsas del mandado, noble frente despejada, perlada de sudor; digno gesto de dolor al transbordar de un ruletero a otro. Sus primeras publicaciones fueron muy rústicas, muy, me parece, falta de respeto hacia su luz, pero una vez más, la impresa voz de la señora Laura convierte en oro papel corriente y tapas de cartoncillo: Sobre las huellas del polvo (CCS, 1988) y Construyo tu cuerpo (ISC, 1992). Ruborizada como niña, acepta homenajes a su labor magisterial y poética, más, por no parecer mal educada, como preguntándose: ¿por qué, si hago lo que quiero, y amo lo que hago, encima de todo… me homenajean? De ella aprendí algo que nada tiene que ver con cultivar una estereotipada “humildad”: el poeta/ escritor es sempiterno aprendiz. Y no me refiero a aprender de los Clásicos, de los Grandes Maestros… Laura Delia aprende también de los jóvenes, de sus alumnos, de quienes fuimos sus condiscípulos, aunque tuviéramos edad para ser sus niños; de los muchachos con quienes compartió la mesa rectangular del taller de la Casa de la Cultura. Me ha enseñado también que el poeta no solo está fuera del alcance de la política, es lo opuesto de un político pues, mientras la demagogia consiste en desperdiciar palabras para impresionar, la poesía se sirve de muy pocas para emocionar.
¿En qué consiste la individualidad de un poeta que en cada poema reconoce a sus maestras e influencias literarias? ¿Se adquiere un estilo propio homenajeando a otros? Los rasgos personales son producto de reconocerse en otros, aceptarlos y adoptarlos a nuestro modo. Fruto de este reconocimiento, es la asombrosa habilidad de esta poeta para trastocar radicalmente los lugares comunes, como ella misma reza cada noche: “Líbranos Señor del Común Lugar. También.” Pero el Señor no solo aparta a la poeta del Común Lugar como las mariposas del fuego, la dota del Poder de resignificarlos y con ellos recuperar la tradición romántica sin por ello parecer anticuada. No extrañe por tanto que sus sonetos suenen más a desafíos posmodernos que a otra cosa:
“Hay palabras armadas de cuchillos/ palabras disfrazadas de inocencia/ voz de seda que doma su impaciencia/ sinónima de clavos y martillos.”
(“Palabras”, Galería de instantes, p. 140).
Más allá de la metáfora, Laura Delia reemplaza la palabra que se dispone uno a hallar por otra que, contrastante al adjetivo, modifica dramáticamente la estructura del poema… como se retira una pieza del castillo de naipes sin moverlo. Soplo de faldilla de fantasma al pasar. Como en este poema inspirado en su gran amigo, Abigael Bohórquez, el poeta mayor de Sonora, donde términos como “intolerancia” y “rencor” adquieren significados ambiguos:
A veces el poema
fluía de tus labios
como un río
de cauces amables y acuarelas
otras
tornaba torbellinos
espumaba rencores
toro de aguas rebeldes
embistiendo esquemas
babeando smog y desamores
(…)
Era así
espada liberada de su funda
látigo ardiente tu palabra
de coloso insumiso
de hombre en su verdad desnudo
de hombre sin cercados
de hombre destinado a subrayar
su diferencia
entre lenguas voraces y torcidas
sonrisas tolerantes.
Del mismo modo que en otro poema el término “intolerancia” adquiere una connotación positiva, aquí, “tolerancia” sería enmascaramiento de “hipócrita” o “displicente”. En todo caso, la aplicación de los calificativos confunde, sorprende y maravilla, todo al tiempo. No es necesario conocer al hombre al que refiere el poema para entender que se le canta a un poeta homosexual, apartado de todos los convencionalismos, marginado como la lepra por la cultura oficial. La poeta, en efecto, está más allá de la metáfora… más allá de las significancias, de tal suerte que su poesía es multidireccional, multirreferencial, multifacética. En su vocabulario, la palabra “ternura” que tanto asusta, adquiere una nueva relevancia… al grado de ser la más socorrida por esta poeta aternurada:
“Y fui la paz/ y la ternura más fresca/ y más humilde/ como girasol abierto/ en viva carne.”
(“Construyo tu cuerpo”, Semillas de yodo y sal, Editorial UNISON, Col. Ojos de Búho, No. 23, Serie Poesía, Hermosillo, 2007)
“Mi pensamiento es ave del desierto/ tú eres un árbol de agua esbelta/ que hunde sus líquidas raíces/ en el centro de todas mis ternuras.”
(“Mi pensamiento es ave”, Escrito sobre el fuego, p. 31).
“(…) con dos granos de arena qué castillos”, dice en un verso del poema “Retorno”. Así es la poesía de Laura Delia: escasa en materiales, múltiples sus recursos. Ni aventurera, ni viajera, ni visionaria sino rimero de emociones, impresiones y presentimientos. Poco se sabe de su intimidad pues suele llorar sin llorar, puerta adentro. Laura Delia Quintero García, la señora Laura, solidifica un majestuoso edificio poético sirviéndose de paisajes y gente cotidiana. Además de reivindicar el verso en espléndidos sonetos, ejerce con igual maestría el frágil arte del haikú, ala de mariposa. La señora Laura sueña, arrulla y abreva poesía. Lee su propia suerte en la negra superficie de la taza de café de la olla y sonríe. Sola, nunca: un libro la acompaña siempre. Es, como la polaca Wislawa Scymborszka, una figura familiar, amable y admirada en su comunidad a quien la gente sonríe a su paso por la calle, aunque en vez de un chal de flores acarree una digna y pensativa frente perlada de sudor.
Por Eve Gil
Fotografía cortesía de Carlos Sánchez, escritor y artista gráfico sonorense