Juan Gabriel, máximo ídolo musical mexicano, jamás hizo pública su identidad erótica. Si bien acuñó la frase “lo que se ve no se pregunta”, la titánica lucha del divo de Juárez consolidó, a golpe de talento y canciones, la visibilización de la comunidad gay en nuestro país. Don’t let the sun go down on me.
Mientras tanto, Elton John era el rey de la balada rock. Sus melodías ya estaban en el camino de ladrillo amarillo. Por una parte, había alcanzado la gloria, aunque por otro lado, enfrentaba los excesos de la fama, la fortuna y la soledad. Yo no nací para amar.
Ambos son columnas de la cultura popular. La civilización del espectaculo los apostó en escenarios unánimes: concedió la aceptación para el paisano y puso extravagantes reflectores sobre el inglés.
Sin embargo, ahora que los biopics, o películas biográficas, de íconos musicales están en el candelero, Sir Elton John está en sutil desventaja: resulta que Juan Gabriel y Freddie Mercury – elemental referencia, al considerar Rapsodia Bohemia (Brian Singer/Dexter Fletcher, 2018) – ya no están entre nosotros. Están muertos. Su partida los instala en el mitológico panteón del mundo. Y el mundo ama la tragedia.
¿Cómo abordar entonces la propuesta cinematográfica de Rocketman (Dexter Fletcher, 2019) sin morir en el intento? Pues desde la más profunda y sincera honestidad.
El resultado no puede ser mejor.
Rocketman es un musical. Lo es a la usanza de la vieja escuela. Combina algunas lecciones de Vincent Minelli y Gene Kelly, pero sin renunciar a la tremenda influencia de coreografías estilo MTV en los ochentas; se sirve de las célebres baladas de Elton John y Bernie Taupin para crear conmovedoras páginas sobre la vida del genio y confecciona la más eficaz atmósfera kitsch que se haya visto en décadas.
Rocketman es reflejo y extensión del temperamento y carácter de Elton John, una sensibilidad y extraordinaria inteligencia que ha legado un playlist en apariencia inofensivo, pero que fue escrito con el alma desgarrada. Carnaval para el rey triste.
Desde las primeras escenas, Rocketman hace que el espectador baje defensas. Elton John (Taron Egerton), envuelto en vestuario imposible – un demonio escarlarta, alado, vivo en lentejuela – llega a una terapia de grupo: “I’m Elton Hercule John. I’m alcoholic, addict to cocaine, shopping addict, addict to sex”. Y en menos de diez minutos presenciamos la versión musical de “The bitch is back”.
Así se define el tono. Y ha sido un gran acierto permitir que Taron Egerton se adueñe del papel, con todo y su voz. Un detalle trivial, ¿ley de la atracción?: el joven intérprete ya había cantado, en cine, un éxito de Elton: “I’m still standing”, en la animada Sing, ¡ven y canta! (Garth Jennings, 2016).
El espíritu del compositor es presentado a través de sus creaciones. Éstas valen para avanzar en la narrativa. Y es ahí donde Rocketman se solaza en el kitsch. Metáforas obvias, melodramáticas, fáciles y hasta cursis. Como el acuático “Rocketman” en un intento de suicidio, o el abrazo al niño interior. Pero funcionan. A la perfección. Liberace y Juan Gabriel deben estar muy complacidos.
Los episodios de su camino a la trascendencia son presentados con la asociación de duendes y monstruos que lo acompañaron. Bernie Taupin (Jamie Bell), John Reid, el primer manager (Richard Madden) y ese disfuncional núcleo familiar, la madre Sheila (Bryce Dallas Howard), el padre distante (Steven Mackintosh) y Ivy, la abuela amorosa (Gemma Jones), elaboran un mosaico que abren la maravillosa posibilidad de escuchar, desde otra perspectiva, las canciones de Elton John.
Rocketman no elude capítulos íntimos. La homosexualidad de Elton se aborda con sinceridad. A diferencia de Rapsodia Bohemia que presentaba los devaneos de Mercury como parte de su decadencia, esta cinta presenta la condición erótica de Elton John sin asomo de culpabilidad o vergüenza.
Es verdad. El filme tiene grandes momentos. El primero, sin duda, cuando Elton escribe, en la cotidianeidad de su hogar y frente a Bernie Taupin, “Your song”; otro, al interpretar “Cocodrile rock” , provocando así la levitación colectiva del público.
Rocketman es una rapsodia bohemia, sobre Elton John. Él produce. Por lo tanto, no deja de ser una celebración de su figura y su carrera. Ego te absolvo.
¿Porqué una de las mejores, “Funeral for a friend/Love lies bleeding” no aparece en la película? Seguro porque la intención es dirigirse al gran público y no hay lugar, hoy en día, para una propuesta ambiciosa, progresiva y sorprendente.
Así es el abarrote.
Qué leer antes o después de la función
El closet de cristal, de Braulio Peralta. Crónica escrita después del fallecimiento de Carlos Monsiváis, cepa de la cultura popular y del activismo político de izquierda en México.
El libro aborda aspectos que habían pretendido ser ocultos. Los noviazgos, aventuras y desventuras de Monsiváis en bares, calles y baños de la Ciudad de México.
Pero también comparte el compromiso ético y sustancial de Carlos Monsiváis en el movimiento homosexual mexicano y su lucha, casi clandestina, por las libertades individuales y el reconocimiento a la diversidad sexual.
Destaca un episodio. La renuncia de Monsiváis a La Jornada – supuesto baluarte del pensamiento progresista nacional – cuando dicho periódico apoyó a Fidel Castro en la implantación de campos de concentración donde fueron confinados las víctimas de VIH, en la época de la ausencia de medicamentos y solidaridad ante la enfermedad.
Una vez más la reseña me invita a ir al cine, al leer la reseña-crítica no pude evitar recordar las glorias musicales de Elton en los 70s y el proceso gradual pero sostenido de entregar su talento a la industria discográfica, trayectoria que desde mi punto de vista inicia con mayor claridad en los 80s y que viene a marcar con claridad su decadencia musical, hoy resurge al mundo de lo efímero a través de un película, será como ir a ver la peli de una abuelo buena onda que no quiere pasar por alto la oportunidad de revivir los últimos 10 minutos de fama en la tercera edad.
Mi felicitaciones Horacio por la lectura sugerida y ya entrado en las recomendaciones no dejes de leer las notas autobiográficas de Salvador Novo editadas hace algunos años por CONACULTA y que incluye uno de los mejores de Monsivais, saludos afectuosos
SIn duda, la playlist de Elton John está escrita en piedra para muchas generaciones. «Un abuelo buena onda», es una descripción oportuna. De Salvador Novo tengo «La estatua de sal» que estuve a punto de recomendar como alternativa literaria para antes o después de la función, pero finalmente concluí que Monsiváis se merecía ese lugar, después de todo casi son contemporáneos (me refiero a Elton y a Monsi). SALUDOS, MAESTRO.
Rocketman enseña el camino que los futuros biopics de músicos deberían emprender (Ya es un éxito comprobable para Hollywood tras Rhapsody y las series como Luis Miguel). En una época de la desinformación, exigir fidelidad histórica a las representaciones narrativas de la vida de los artistas como que ya no viene mucho al cuento (quizás nunca debió ser un factor importante). En su lugar, hay que sustituir la inexactitud o la vil mentira en cuanto a los hechos por la expresión artística. Como hizo Todd Haynes en su aproximación a Dylan, Fletcher aquí evade caer en miradas imparciales y objetivas acerca de su tema de estudio: Elton John, su música, su figura, y sus demonios, y se vuelva más por la representación de emociones, por capturar cierta esencia del alma del artista. Intercambiar lo que pasó por el cómo se sintió. Es un excelente ejercicio comercial, muy dignificado. Si no podrán contarnos todo y lo más interesante, al menos que lo que nos cuenten sea efectivo.
Estoy por completo de acuerdo con tus comentarios. La diferencia entre ROCKETMAN y RAPSODIA BOHEMIA, es la honestidad. Al elaborar un musical – y un musical kitsch – la cinta se convierte en extensión esencial de Elton John, pero no deja de ser un ejercicio al servicio del ego del divo. De cualquier manera, bien vale una misa. SALUDOS Y NOS VEMOS EN EL CINE.