Siguen surgiendo anécdotas que vale la pena rescatar 🙂
Hermosillo, Sonora.-
Corría la mitad de la década de los ochenta del siglo pasado, trabajaba yo como director del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Sonora, por entonces CICTUS, hoy DICTUS. Iniciaba entonces el desarrollo camaronícola en el estado y, como una de las primeras granjas acuícolas estaba allá más al sur de Huatabampo, con frecuencia manejaba yo para aquel rumbo, pues habían sembrado, los del CICTUS en Puerto Peñasco, las primeras larvas como semillas de ese cultivo que, después de cuarenta años, produce más de trece mil toneladas anuales de camarón en la entidad, rebasando lo que sacan del océano profundo los pescadores.
Caso es que un día miré en la carretera, despuecito de Fundición, más allá de Cajeme, un letrero que decía Etchohuaquila 5 kms. Y una flecha a la derecha.
-¿Cómo ves, vamos?, -le pregunté a mi compañero.
Antes que pronto encontramos a quien buscábamos. Recuerdo que nos atendió El Toro en la sala amplia de la casa que había construido en su pueblo para sus padres, estaba muy preocupado porque no hallaba cómo convencerles para que se cambiaran de morada; que dejaran el cuartillo de carrizo y lodo en el que siempre habían vivido, como viven los mayos.
para qué soy bueno?
—Bueno, y ¿qué se les ofrece, para qué soy bueno?, preguntó aquél gigantón robusto de pelo muy negro y muy largo. Entonces comprendí el porqué del apodo. En la TV no te percatabas de su estatura ni de su volumen.
—Venimos a invitarte a que vayas a la Universidad de Sonora, a darles una conferencia a los estudiantes, le planteamos, animados, al pitcher estrella.
—Pero, ¿cómo? ¡Si yo ni acabé la primaria!, disparó Fernando como el mejor lanzador que era.
—Allá hay muchos jóvenes que te admiran, abonamos a la propuesta. Podrían escucharte con interés lo que les digas, agregamos. Y otros no tan jóvenes también, rematamos sinceros.
—Bueno, -al fin dijo, después de pensarla un rato y de ofrecernos agua. —Y ¿con quién me comunico o qué?, preguntó el casi inventor de la screwball famosa.
Años después, comentando varios sobre los logros del Toro, uno que trabajaba como asesor en Rectoría de ¨la Uni¨, a mediados de la década de los ochentas del siglo pasado, se me acercó y me dijo al oído: —Por cierto, hace como seis años entró una llamada de Valenzuela a Rectoría, preguntaba por ti, que si te conocíamos. Le dijeron que no.
Ni modo, se lo perdieron. Parece que «la Uni» no puede cambiar a fondo.
Sé muy poco de béisbol, pero hace unos días que amanecimos con la partida del Toro Valenzuela, realmente me conmovieron las maneras en que reaccionaron los sonorenses, tanto que en un desayuno el Benji me convenció de narrar este singular episodio, para honrar la humildad y sencillez del gran pitcher.
Y, para concluir y ser más explícito, debo decir que la primera vez que jugué un partido de este deporte, fue en el Estado Revolución, en mi natal Torreón, Coahuila y me pusieron de filder. Cuando me tocó el turno al bat estaba paralizado sobre el diamante, temiendo que golpeara mi cuerpo la bola que veía yo pasar como rayo, desprendiendo enseguida un aullido en el guante de cuero del receptor.
No supe ni cómo, pero conecté un hit del que me quedaron vibrando las palmas de mis manos y tuvieron que decirme que corriera para primera, pues me había quedado varado sobre el diamante. No sabía lo que pasaba. Ya después, el siguiente en el turno sacó un batazo directo a segunda. Quise escapar y corrí hacia el fondo del campo, pero me alcanzaron y me quemaron.
Texto de Juan Enrique Ramos Salas
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Fotografías de Etchohuaquila realizadas por Benjamín Alonso Rascón en 2018
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