Hoy por la mañana Facebook me recibió con una de las imágenes más perturbadoras que seguramente generó el mes de febrero. Un grupo de mexicanos se congregaba en el Ángel de la Independencia para festejar el triunfo del actor estadounidense Leonardo DiCaprio en la entrega de los premios Oscar. Afortunadamente no vi caras conocidas en los manifestantes. No sé quiénes sean o de dónde provengan, pero no pude dejar de relacionar este suceso al furor callejero que ocasionan los partidos de futbol. ¿Y qué tiene que ver el futbol profesional con una entrega de premios al cine norteamericano?
La influencia del dinero. Ambas son industrias del entretenimiento, ambas están al servicio de la generación de millonarias divisas que como miembros de una sociedad de consumo estamos todos invitados a hacer crecer y a celebrar. La conquista de nuestro subconsciente por parte de la cultura de los Estados Unidos es inevitable después de tantos años en los que hemos sido expuestos a la hegemonía del consumo masivo, de tal suerte que sabemos decir cuándo en una película o una toma es demasiado lenta, o una historia demasiado abstracta como para mantenernos interesados en la butaca. “Sabemos” cuál debe ser el “timing” ideal para sentirnos interesados, determinamos cuándo un final es bueno o malo dependiendo de si nos dieron ganas de llorar o gritar y podemos juzgar el desempeño de un actor por su capacidad de transformarse en alguien de otra raza o sexo.
Hollywood ha sido el más grande aparato de influencia cultural antes de la aparición de las series y el internet y es una maravilla que no puede dejar de impactar nuestra existencia cuando vemos la perfección tecnológica, estética y el deslumbrante manejo de las emociones. “Es la máxima expresión del arte de las masas”, me decía un amigo con el cual me enfrasqué en una discusión posterior típica y enfadosísima sobre lo que es realmente “arte”.
¿No es arte lo que hace Emmanuel Lubezki sólo por cobrar unos cuántos millones de dólares? Y después de todo, ¿no celebran los gringos la incorrección política, la libertad de expresión, la autocrítica, la no censura, la diversidad discursiva, cultural, sexual y racial? Sí, y lo hacen muy bien. ¿Y entonces, qué argumentos me quedan cuando quien va a patrocinar el Festival Internacional de Cine en el Desierto (para el que trabajo) me dice: “A la gente en Sonora no le interesa ver cine latinoamericano, lento y raro”… ¿Qué le digo?
He aprendido, sin embargo, a contestar que no nos interesa mostrar las películas que por su naturaleza encuentran exhibición fácil en las salas comerciales y que, por el contrario, queremos dar lugar al cine que tiene dificultades para llegar a nuestras poblaciones porque no interesa ni a Cinépolis ni a Cinemex, ya que no se parece al cine comercial.
Pero que aún así estamos seguros que interesa a los sonorenses, no sólo a los cinéfilos y a los conocedores, no sólo a los relacionados con el arte, interesa a muchos más. Interesa ver propuestas, construcción de imágenes distintas, historias que resuenan en nuestra conciencia social, reflejos de la realidad latinoamericana, transgresión de las fórmulas, búsqueda artística, personas desconocidas en la pantalla que al final parecen tan similares, rebeldía que se expresa en la forma y no sólo en el contenido.
“Uy, cuánta rebeldía” dijo con sarcasmo un posible patrocinador que al final no nos dio nada. “Resistencia” sería una palabra más linda, por más romántica que sea. Saber que por un momento tenemos en esta frontera el derecho y la oportunidad de mirar hacia otro lado, rotar el cuerpo (y la mente) y experimentar nuevas sensaciones. A la par que se festeja a Oscar y a Leonardo.
Por Oliver Rendón
Fotografía de Luis Carbayo. Cuartoscuro/Xinhua
Yo creo era broma esos festejos a Dicaprio solo un chiste en respuesta al Meme que todos vimos, la verdad no creo que sea enserio.
Buen punto, Omar. Quiera Alá que así sea. Y si no, se confirma que somos el pueblo más alegre sobre la faz de la tierra. Amén.
Cualquier pretexto es bueno para agarrar la peda porque ¡viva México!