“La información es poder”
Thomas Hobbes
El desarrollo de la comunicación y la transmisión de información es una de las características especiales de nuestra civilización. El invento de la imprenta, impulsó la conservación y transmisión de ideas y cultura. Esta se vio reforzada con la aparición de la prensa y la comunicación por cable (telégrafo y teléfono), seguidos por los medios de comunicación de masas como la radio y la televisión, y finalmente la llegada de la era de la información, con la informática y el internet.
En esta última, la era de la información o digital, experimentamos no sólo flujos de información más amplios y veloces, sino más diversos: texto, pero también sonido e imágenes que se reproducen prácticamente de forma instantánea. Asimismo, desaparecen las barreras, sean geográficas o de lenguaje, por lo que la información puede viajar a y de cualquier punto del mundo. Los usuarios consumen y crean los contenidos o mensajes de forma libre, desagregándose una infinidad de fuentes de diferentes perspectivas.
El exceso de información hace difícil procesar y comprender, generando realidades alternas, demencia, psicosis, e incluso desadaptación al entorno.
Parecería entonces que ya no habría limitaciones a la búsqueda de respuesta a las interrogantes ni tampoco para expresar opiniones y puntos de vista. No obstante, la constante y masiva exposición de información, genera confusión y desorientación también. El exceso de información hace difícil procesar y comprender, generando realidades alternas, demencia, psicosis, e incluso desadaptación al entorno. Con “la explosión de la información” nos enfrentamos a la dificultad de identificar los datos claves, pues éstos pueden ser falsos, de baja calidad o producto de propaganda de grupos nocivos.
La información, sea su acceso o difusión, adquiere un rol significativo en el escenario económico: es un activo de doble partida entre los agentes económicos -consumidores, empresas y gobierno-, quienes lo requieren para desempeñarse eficientemente dentro del sistema productivo, pero también deben compartirla para que se reproduzca. Desafortunadamente, ese proceso no es tan activo, más en nuestros días.
Las empresas usan información para la toma de decisiones estratégicas, la mejora de procesos y la creación de ventajas competitivas. Poder gestionar y utilizar la información de manera eficiente es esencial para que una empresa pueda adaptarse a un mercado dinámico y satisfacer mejor las necesidades de sus clientes. Pero también consumidores y gobiernos requieren tener información de las empresas, ya sea para orientar sus decisiones de consumo, como en el caso de los primeros, pero también para el segundo, en la idea de potenciar capacidades e impulsar beneficios públicos.
Actualmente el centro del debate no es ya la disponibilidad y/o veracidad de la información, sino su papel en el entendimiento del funcionamiento del sistema, el diseño de estrategias de impulso o bien la implementación de medidas correctivas. Ello implica no sólo contar con “información veraz”, sino con “información estratégica” y más que con su “disponibilidad”, considerar la “provisión efectiva y puntual”. No obstante, la implementación de éstas renombradas alternativas no queda claro en el proceso de reproducción real.
En el escenario productivo, los sentimientos respecto a la disposición de información son variados. Hay agentes dispuestos a difundirla abiertamente, pero los canales y mecanismos no siempre son efectivos o están disponibles, o bien el tiempo de provisión es muy amplio, retrasando ese conocimiento. Se requieren entidades intermedias que permitan procesar la información, pero a veces es tanta, y tan diversa que se seleccionan sólo ciertos datos, ya sea porque son prioritarios, o son de más fácil acceso, o bien porque algún usuario especial los solicita (y paga por ello). Estas múltiples opciones reducen el conocimiento sobre los procesos económicos y su funcionamiento, por no decir que lo discriminan, pues hay muchos tipos y clases de agentes en el espectro.
Un factor que afecta seriamente el “acceso a información puntual” en el ámbito productivo es la desconfianza y recelo propio de los agentes mismos. En el caso de las empresas, no es fácil acceder a ellas y conocer de su propia mano su funcionamiento. La complejidad de sus actividades limita este conocimiento, pero más aún la secrecía y control de la información. Esta desconfianza tiene fundamento: plagio, fraudes, propiedad intelectual, entre otros, pero no es posible aprender y mucho menos proponer mejoras, desde la academia o el sector público, si no hay apertura informativa.
El desinterés es aún más preocupante: agentes desmotivados por mostrar al resto sus experiencias prácticas habla de pobres o limitadas perspectiva a futuro. Un aspecto peligroso, más para países como México y especialmente en momentos de tanta incertidumbre como los actuales. Aún nos queda mucho trabajo por hacer.