Hermosillo, Sonora.-
Un calor espantoso y la obligación de la tarea me trajeron corriendo a la Sala del Noroeste una mañana de agosto de 1998. Cursaba yo la desaparecida materia de Historia Regional en la infravalorada Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de nuestra alma mater, la archimillonaria y-nunca-alcanza-el-presupuesto Universidad de Sonora. El profe Aragón, titular de la materia, había sugerido venir a este recinto para documentar la llegada de Panchito I. Madero a Navojoa, en su gira proselitista pre revolucionaria de 1910.
Esa mañana de 1998 vinimos la Zenaida, la Matilde y Miguel. Fuimos atendidos por el mítico Filiberto, don Fili para los cuates. Por cierto, era sábado, pues el siglo pasado atendían los sábados por las mañanas, sensato horario que poco después desaparecieron las insensatas autoridades universitarias, me pregunto si por presión de los propios trabajadores.
Total que cumplimos con la tarea en equipo, si bien yo salí enamorado: no de Zenaida, tampoco de Matilde, sino de la Sala del Noroeste con su acervo y su, insisto, amable horario. Tiempo después también me encantaría con su personal, pues además de Fili conocí a Juan Sergio y su infaltable amigo. Vaya, hasta de la propia Carmelita quedé prendado, que no es poco decir.
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Mi segundo amor por estos lares fue la Hemeroteca, con la cual di en 2002, recién acabada la carrera, frisando los 22 años de edad y trabajando en la Secretaría de Educación y Cultura, otra vez con el profe Aragón, investigando la Historia de la Educación en Sonora. “Vete a la hemeroteca a averiguar sobre el movimiento magisterial de 1960”, me dijo, y el asunto derivó en mi primer ponencia académica, misma que presenté en un congreso de Culiacán, cuando todavía se podía caminar borracho al hotel después de la fiesta de apertura.
No paró ahí la cosa, pues el objeto de investigación se apoderó de mí, por entonces joven apasionado de los movimientos sociales antisistema, a tal punto que convertí la lucha de los profes sonorenses en mi tema de tesis de licenciatura. ¿Qué supuso eso? Casi nada: tres años de venir cada tarde a sambutirme en los diarios de la época: El Imparcial, El Pueblo, Diario del Yaqui, Heraldo del Yaqui, La Opinión, El Regional y tantos más. Pasaba horas revisando, transcribiendo (olvídense de fotos, la imagen digital apenas comenzaba) y en fin viajando a un pasado que no volverá, o mejor dicho que no volvería de no ser por acervos como este que hoy nos convoca a celebrarlo.
Todo mi agradecimiento al Cuate Manzo, Minerva, Jesús, Lupita Martínez, Sol Fontes y, por supuesto, Sofía Rayas, comandanta de un batallón que batalla con nimios presupuestos, jefes desinteresados y usuarios pasados de lanza, como mis amigos Pedro y Luis que hará una década mataron el hambre a golpe de librazos. Me explico: padeciendo la hambruna de pasados gobiernos neoliberales, viéronse en la penosa necesidad de ingresar a este santuario y apropiarse de obra intelectual ajena, misma que “realizaron” en parques, mercados y tugurios de la ciudad, todo sea por la causa, me justificó uno de ellos cuando lo inquirí, la de la panza, respondió el otro atrevido, y acabó la discusión. Felizmente un día fueron llamados a cuentas por la mismísima Sofía, quien estoica les pintó una raya: “Hasta aquí con sus travesuras, que en realidad son delitos”.
Como dije antes, mis respetos al personal del Museo y Biblioteca de la Universidad de Sonora y enhorabuena por este evento. Salud.
Texto y fotografía por Benjamín Alonso Rascón
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Fotografía del Museo y Biblioteca de la Unison por Luis Gutiérrez / NORTE PHOTO
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- Texto que el autor leerá hoy a las 18 horas en el Museo y Biblioteca de la Unison, en el marco de este foro:
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