Al intentar hablar con mis muertas siento dolor. 

Como si la garganta se me cerrara y ahora 

tuviera que hablar con ellas en otro lenguaje. 

Suzette Celaya

Cada uno de nosotr@s tiene una idea sobre las brujas. El universo de las brujas habita en nuestra psique, se mete en los intersticios de nuestra cotidianidad, crecimos con leyendas sobre ellas avivando nuestra imaginación. A lo largo de la historia, la bruja ha sido considerada como una degradación deliberada de las sacerdotisas, de las sibilas y de las magas druídicas. Son representadas en formas fantásticas, cabalgando al lomo de una escoba desplazándose en el firmamento con la luna llena completando la imagen.  Lo sabemos, la bruja es un personaje recurrente de la imaginería y se reproduce en cuentos, novelas, películas, poemas y otras expresiones culturales.

Pero las brujas que yo quiero abordar son las que hacen la literatura sonorense contemporánea y las que aparecen representadas en ella. Son personajas-brujas que habitan entre nosotros, carcomiéndonos la entraña, representando la realidad que vivimos las mujeres del nuevo milenio en un mundo que, si bien nos lo estamos reapropiando, también es cierto que seguimos narradas bajo el relato del patriarcado (justamente, en los países latinoamericanos ser mujer es sinónimo de peligro, de muerte simbólica, de feminicidios). Recordemos que las leyendas sobre las brujas parten de referentes de ancianas que “afirmaban conocer hierbas medicinales y otros filtros” (Umberto Eco, Historia de la fealdad, p.203), artificios relacionados con la hechicería, la credulidad popular y el demonio. 

Pero, ¿quiénes son las brujas literarias de Sonora? Son escritoras como Suzette Celaya, Claudia Reina, Selene Carolina, Sylvia Aguilar Zeleny o Sylvia Arvizu, entre otras voces soberanas que evidencian en mundos hiperrealistas o postapocalípticos una estética de la violencia y la crueldad presentes en pleno siglo XXI. A través de sus mundos narrados sumergen a los lectores y lectoras en las profundidades de la naturaleza humana. Pienso, por ejemplo, en la personaja-bruja Violeta (Nosotras, 2020) de Celaya que, espejo en mano, a manera de pitonisa deambula con los huesos de sus muertas narrando el feminicidio de Cora y el saqueo de un pueblo que fenece bajo el agua; o Reyna (Basura, 2022) de Zeleny Aguilar, que regenta un prostíbulo que termina constituyendo un refugio para mujeres que —como Alicia, que vive entre los desechos— evidencia el abandono, la marginalidad y la violencia de género que sufren las mujeres en espacios fronterizos.

Claudia Reina

También están las personajas-brujas hiperrealistas, configuradas como monstruas, etéreas, insaciables, oprimidas, presas, fantásticas, transformadas, mudando la piel o configuradas en vacíos infinitos o mundos alternos, como sucede con las  configuraciones femeninas de Sylvia Arvizu en Morir de tiricia y carcelazo (2022) presas, agónicas; o Tulipán de Selene Carolina en Love is love, o de cómo me ato las cintas (2019), que tiene sexo con todos y todas, el cuerpo como frontera liminal entre lo humano-inhumano; en el universo de 1% Monstruo (2021) de Reyna, el otro 99% nos representa a nosotros, los lectores, y todo aquello que acecha en nuestra oscuridad.

Brujas todas. Infinitas. Transgresoras. Representando la historia de brujas-mujeres de todos los tiempos, más allá de la idea satanizada, son seres humanos que habitan el mundo, que cargan historias, infantes, enfermos, flores, bolsas de alimentos, libros, mascotas, sueños, lágrimas, carcajadas, secretos, frustraciones, alegrías, …miedos. Siempre mujeres vinculando lo visible de lo invisible, lo humano con lo divino. Confrontándonos con aquello que nos hace humanos, sobreviviendo y reinventando nuestra realidad social.

 Las brujas-escritoras latinoamericanas del siglo XXI representan el nuevo boom literario que, a través sus propuestas estéticas, nos obliga a resignificar la idea medieval sobre la bruja. Quisiera contarles más sobre las personajas- brujas que pueblan el universo literario pero ya saben, la extensión del texto, el infame editor apremiando (como siempre), así que les dejo aquí algunas autoras latinoamericanas para que devoren sus mundos narrados: María Fernanda Ampuero con Sacrificios humanos (2023); Claudia Ulloa Donoso  con Yo maté a un perro en Rumania (2022); Liliana Colanzi Ustedes brillan en lo oscuro (2022); Cristina Rivera Garza con El invencible verano de Liliana (2021); Mariana Enríquez con Nuestra parte de noche (2019); Dolores Reyes con Cometierra (2019);  Guadalupe Nettel con El matrimonio de los peces rojos (2018); Fernanda Melchor con Temporada de huracanes (2017); Liliana Blum con El monstruo pentápodo (2017); Samanta Schweblin  con Siete casas vacías (2015); Ana Clavel con El amor es hambre (2015);  Claudia Salazar Jiménez con La Sangre de la aurora (2013); Valeria Luiselli con Los ingrávidos (2011); Daniela Tarazona con El animal sobre la piedra (2008) y  Cecilia Eudave  con Bestiario vida (2008), entre muchas otras escritoras que se suman a este aquelarre literario. 

Finalmente, soy una bruja más, como ustedes, signada en el desierto, en plena canícula, soleada entre los salones de clase, escribiendo este brevísimo acercamiento a las nuevas personajas-brujas que constituyen la estética literaria del siglo XXI. ¿Qué piensan de las brujas del nuevo milenio? ¿Existen o son parte de la imaginería? Las brujas contemporáneas, además de realizar pócimas secretas para invocar la lluvia en el desierto, asisten a las universidades, salen a las calles, reformulan leyes, trabajan extenuantemente como amas de casa, en las maquiladoras, en las gasolinerías, en las tiendas de conveniencia; están presas en las oficinas, en las cárceles, en los hospitales psiquiátricos o deambulan por las calles de Hermosillo. Otras hacen música, cantan, bailan, pintan o simplemente escriben.

Por Coyo G. Bojórquez



Este artículo apareció originalmente en el número trece de nuestra edición impresa bajo el título «LAS NUEVAS BRUJAS DEL SIGLO XXI»

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Sobre el autor

Coyo Bojórquez estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Sonora

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