Muchos -y muchas- no saben de otra que la descalificación barata queriendo ‘defender’ sus posturas, quedando peor parados que al principio. De eso va la nueva del Hector Islas Azaïs para los falangistas lectores de Crónica Sonora

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Ciudad de México.-

¿Qué es una falacia? Trataré de explicarlo. En términos más o menos sencillos, es un argumento que pretende ser válido, o que incluso nos parece válido, pero que, de hecho, no lo es. Y que un argumento sea válido significa que no es posible que, si sus premisas son verdaderas, su conclusión sea falsa. “Si todos los árboles son plantas y el fresno es un árbol, no es posible que el fresno no sea una planta.” Ahora bien, las falacias se dividen en formales e informales. Las primeras son las que podemos demostrar que son inválidas con el instrumental (muy técnico) de la lógica matemática, mientras que las segundas son inválidas debido a su contenido, por lo que dicen (y no tanto, aunque también, por cómo lo dicen). “Charles Manson era vegetariano, así que los vegetarianos no son personas de confiar”: he aquí una falacia informal conocida como “Generalización apresurada” y es un clásico que no puede faltar en las disputas más chafas y los discursos del odio (es, por ejemplo, la fuente de la mayoría de los estereotipos que endilgamos a diversos grupos humanos). Una aserción sola no puede ser una falacia: si alguien afirma, por ejemplo, que  “México envía violadores y criminales a los Estados Unidos” (frase cortesía del creador de “It’s really cold outside” y de “I will be phenomenal to women!”), lo que sostiene no es ni siquiera un argumento, sino una proposición que puede ser verdadera o falsa (en este caso, una mentira rastrera). Y, claro, no hay que olvidar que todos, absolutamente todos, podemos incurrir en falacias: por superficiales, por ignorantes, por burros, por las prisas y también por bribones, pues a menudo sirven para engañar.

Esto de clasificar y detectar falacias puede volverse muy complicado, aunque lo anterior no es sino una muestra de algunas nociones muy básicas que se supone que todos deberíamos medio saber para discutir con un poco de sentido: para ser capaces de evaluar nuestras inferencias y las de los otros, de abrirnos a las razones y de desterrar posturas injustificables y declaraciones atronadoras en las redes sociales, entre otros males. Pero veamos un ejemplo más de falacia. Otro argumento chanchullero tremendamente popular, muy preciado por los políticos de campanillas (y por sus esforzados seguidores) para darse con todo: se trata de la falacia conocida con el latinajo ad hominem (es decir, “contra la persona”). No es difícil de entender: es cuando, en vez de prestar atención a una crítica que nos hacen, atacamos a la persona que nos critica (y suponemos así que desacreditamos la crítica misma). Supongamos que A y B se enfrascan en una discusión y sucede lo siguiente:

  1. A sostiene la afirmación P.
  2. B sostiene la afirmación no-P.
  3. A ataca a B mediante alguna característica o circunstancia negativa x que atribuye a B.
  4. A concluye que, como ya decía, P.

Por ejemplo, A y B podrían ser dos ciudadanos que discuten sobre las bondades o defectos de un nuevo impuesto a la venta de cigarrillos:

  1. A: “Pues a mí me parece que ese nuevo impuesto es un fiasco” [P].
  2. B: “Claro que no; por lo que te expliqué, estoy seguro de que traerá beneficios” [no-P].
  3. A: “Pues obvio, ¡tú dices eso porque ni fumas!” [B es x].
  4. A: “Definitivamente, el nuevo impuesto es un fiasco [P]”. 

O sea que, en este intercambio, A se abstiene de atender las razones que le ofrece B y más bien desvía la atención hacia una característica de B (la de no ser fumador). Pero, como debería ser obvio, que B sea o no sea fumador es por completo irrelevante para determinar la verdad o falsedad de P (si conviene o no aplicar el nuevo impuesto a los cigarrillos). Y lo mismo vale aun si la característica que representa x fuera el de ser mentiroso, malvado, ignorante o dueño de una tabacalera. 

Muchas veces utilizamos (o implicamos) una falacia de este tipo cuando decimos cosas como “No pierdo el tiempo respondiendo a ignorantes”, “¿Cómo puede decirme que no beba si él es un borracho?” o “Lo que afirmas es un disparate, como todo lo que sostienen los de izquierda”. Como decía, cualquiera puede, queriéndolo o no, cometer una falacia o caer víctima de una de ellas. Ahora bien, la falacia ad hominem se ha vuelto un arma tan empleada que ya aburriría si no fuera porque daña, y mucho, la discusión pública. Lo que intento compartir aquí no es una mera “exquisitez” lógica: tiene que ver con cómo evaluamos los méritos o defectos de las políticas que se suponen que nos sacarán del atolladero en que vivimos como país. Así que, supongamos, y me parece mucho suponer, que quienes critican hoy al presidente o a la Cuarta Transformación no fueran críticos de los gobiernos anteriores. Que hubieran estado “calladitos como momias”. Pues bien, de acuerdo con lo que vimos, el hecho (real o falso, no importa para lo que quiero explicar) de que los críticos de hoy del gobierno no fueran críticos en el pasado no resta ni un ápice a la posible verdad (o mentira) que contienen sus reproches contra el actual presidente. Ese hecho resulta por completo irrelevante, igualito que en el caso de los dos tipos que discuten respecto al impuesto a los cigarrillos. Los juicios críticos se deben evaluar por lo que dicen, no por quién los dice. Claro está que exhibir los defectos de los adversarios para descartarlos (o estigmatizarlos como “conservadores, “fifís o “chairos”) rinde mucho en términos políticos, pero mientras tanto polariza a la población, falta a la verdad, al respeto intelectual, a la coherencia con uno mismo, aumenta la opacidad y la posibilidad de cometer errores, conmina a la animadversión, a no escucharnos y, en fin, no honra a la buena voluntad ni a la disposición que se requiere de la clase política y de la ciudadanía de este país para comenzar a  enderezar el rumbo.

Por Héctor Islas Asaïz

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Sobre el autor

Filósofo, ensayista, editor y traductor cajemense. También le hace a la promoción cultural y ha sido profesor en diversas instituciones de educación superior en Hermosillo, Cajeme y la Ciudad de México. Lleva ya un rato trabajando en la UNAM. Se obsesiona con la ética y la filosofía de la religión, aunque en su siguiente vida quiere ser compositor o novelista —o, si las anteriores opciones fallan, cronista de béisbol—. Últimamente le ha dado por averiguar cómo hacerle para que la filosofía vuelva a ser una actividad relevante en los espacios públicos y educativos.

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5 Comentarios

  1. Gracias por publicar esta clase de textos, resulta siempre interesante y edificante leer a Héctor Islas, y gracias Héctor por escribir para alertarnos de este vicio fruto de otros vicios. Nos toca estar más atentos, escuchar y observar con cuidado a quienes aspiran a gobernar, y sobre todo con nosotros mismos para no caer en estas maneras deshumanizantes que pueden tener consecuencias terribles. Vale más reflexionar y corregir.

  2. Héctor muy bien. En este momento me cae como anillo al dedo, ya que estoy por iniciar con mis alumnos el tema de argumentación y falacias. Ya van a tener texto para análisis. Saludos y suscribo además.

  3. Muy bien maestro Islas:

    Ahora haga una disertación acerca del término: Impostura.
    Después haga una disertación acerca de la impostura en la política mexicana de los últimos treinta años.

    Después ofrezca una disertación acerca del término: Legitimidad.
    Y después súmele a eso una retrospectiva acerca de la legitimidad del periodismo crítico mexicano del siglo XXI.

    Finalmente, me gustaría comentar a los que leen Crónica Sonora, que ayer fue capturado Emilio Lozoya, Director de Pemex en el sexenio de Peña Nieto, hizo desaparecer de la empresa de Pemex 20 mil millones de pesos. Saben quién era su papá? Emilio Lozoya Thalman, amigo íntimo de Carlos Salinas de Gortari y Secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal en el sexenio 1988-1994, un capo intocable de la política mexicana.
    En Crónica Sonora se lleva y se trae, se sube y se baja el tema de la violencia de género; pero nunca se habla o se establece como piedra de toque el género de VIOLENCIA DE ESTADO… el hecho de que un funcionario público se robe 20 mil millones de pesos afecta programas sociales que beneficiarían a miles de familias en los renglones más importantes de bienestar social, como empleo, salud, infraestructura social, educación, arte, cultura, etc… Y otro enfoque que se debería abordar es el de la VIOLENCIA DE ESPECIE… más allá del de violencia de género… la gente que trabaja en el crimen organizado, los mercenarios que han ocasionado 150 mil muertes en México los últimos 6 años, matan por igual a hombres, niños, mujeres, ancianos, jóvenes, adolescentes, homosexuales, etc… tal vez manejar el tema a nivel legal de violencia de especie llevaría a la conclusión de que los sicarios y narcos cometen crímenes de lesa humanidad, por lo tanto los miembros de estos grupos lo que son es GENOCIDAS, por lo tanto son terroristas… pero no somos la clase de país que mira las cosas de esa forma; porque la mayoría vivimos en una calma chicha, aunque en nuestra cuadra alguien vende droga, alguien trabaja para el crimen organizado y alguien de la familia ha muerto a causa de eso.

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