Desayunaré al rato con una persona que conozco desde hace años. Es más joven que yo y es alto, flaco, de tez morena y cabello rizado. Tiene cierto aspecto de talibán, pero es periodista, comunicador e historiador y ganó el Premio Nacional de Periodismo hace como veinte años. Actualmente, y desde hace dos quinquenios, dirige una revista que apoyo de varias maneras: soy suscriptor, leo enterito cada número impreso y le hago, en vivo y no en línea ni por WhatsApp, comentarios sobre los mismos al también director de Crónica Sonora, donde he publicado algunos artículos, entre ellos el más leído, según me platica, uno que escribí sobre los Beatles, cuando fui a visitar y conocer, en Hamburgo, el antro donde tocó el cuarteto de Liverpool, antes de ser mundialmente famosos.
Me gusta al proyecto que ha mantenido vivo este personaje, me acuerdo cuando yo andaba en esas con EL ALFILer. Las revistas independientes son proyectos efímeros, dicen. La mayoría no pasa de cinco números, aunque unas pueden durar años, pero terminan, tarde o temprano, con la energía de sus promotores; no dejan para vivir o lo hacen de una manera muy limitada. Quienes los dirigen, generalmente, son orgullosos y no se venden y arriesgan, pues les gusta escribir lo que piensan; la mayoría de las veces, son críticos.
Tanta gente anhela un mundo distinto, con otros valores, pero no se da cuenta de lo que sirven para eso estas revistas. Y no las apoyan ni se suscriben y piensan que le hacen un favor al promotor al leer su oferta o la de su «pasquín», como les nombran, con un dejo despectivo disfraz de la envidia. Quieren que se las regalen y se niegan a pagar un cinco por ellas…
Bueno, algunos gozamos haciendo lo que es difícil, somos idealistas, queremos cambiar el mundo y sacamos provecho de ello, mientras duramos en lucha. Otras personas, pocas, admiran eso y, menos, reconocen los méritos.


Por Juan Ramos
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En portada, el también editor retratado por Luis Gutiérrez / NORTE PHOTO
