Hermosillo, Sonora, México.-
Las fronteras son y siempre serán tema, uno recurrente en la literatura, en las noticias, en el arte, en la geopolítica. El paso entre fronteras me mandó hacer cosas, pensar, escribir la presente. En ese límite entre mi juventud en el Rock and Roll, en los bares del centro, mi amistad con la raza malandra, los poetas peligrosos y los académicos desvelados, la caifaneada en la Casa de “Amalio” y este, mi presente como un servidor público aburrido, padre de familia, pagador de impuestos y una víctima más del ISR, me di a la tarea de buscarlo…
Entre mis fronteras internas, tuve la oportunidad de hablar por unos minutos, con uno de mis héroes, El Jaime, pero, ¿Quién es el Jaime? Jaime es un hombre con una guitarra, un trabajador de la canción, como diría Leonard Cohen, alguien que ha visto cosas, que ha estado en más lugares que yo, muchos más que yo, alguien a quien pudo parecerle una entrevista más, pero que realmente exorcizó un par de mis demonios con su plática amena.
Soy un comunicador, pese a todo. Soy un hombre que pasa por la vida, que vive, respira, exhala y peca, como cualquier habitante de la tierra, como cualquier ciudadano del mundo, envejezco y me enfrento, de repente, a que cosas que existían ya no existen. Acudí a buscar al gurú porque sabía que su palabra podría ayudarme a seguir pegándome el tiro y porque la vida me lo ponía al alcance. El escenario de nuestro encuentro sería Álamos, la ciudad de los arcos; el pretexto, el Festival de música que cumplía 40 años.
Quienes leen con regularidad este esfuerzo honesto llamado Crónica Sonora, saben bien quién es Jaime López, el músico, el artista, el hombre a quien no se debe encasillar en las fronteras de un género porque, a pesar de haber hecho vida en las fronteras, la alquimia del ingenio ha hecho de su música un lugar sin límites.

El diablo está en las casualidades y en los detalles, si supe que estaría presente y tan cerca fue porque mi jefe en una tarde de trabajo lo comentó: «Va a estar Jaime López en el FAOT, ¿No sabías?» Ya era la suerte, o el destino, o lo que sea, una de las voces de mi historia y marca personal de mis fronteras internas venía en camino, la suerte estaba más que echada, como perro gordo, en la entrada de mi casa y tenía que sobarle el lomo.
Tengo 35 años, no soy viejo, pero tampoco soy joven. A veces empiezo a sentir el golpe de la nostalgia, escucho canciones que cantaba a gritos en el ahora no tan cercano 2008, cuando llegué a la Universidad de Sonora, a un departamento de Letras y Lingüística que ahora solo existe en mis recuerdos. Entonces aparecen ejemplos como Jaime, que por más de 50 años ha hecho música y la sigue haciendo. Necesitaba saber de su ronca voz el porqué, el cómo, el modus operandi para vencer a la nostalgia, para ya no estar harto de mí, y lo conseguí, pocos minutos pude hablar con esa fiera de un tiempo que ya no existe:
«El pasado para mí sí es un gran acervo cultural. De hecho, yo creo que la música depende del pasado, se hace en el presente, pero se proyecta al futuro. Si puedes lograr esas tres instancias, cuando haces una canción o cuando la representas, pues es señal que vives. Entonces, eso es lo que me motiva: La música como el elemento idóneo que, aunque cambies de siglo, aunque ya no haya cosas que adorabas de otros tiempos, [te dice] no dependas de living in the past… Sigo en esto porque no soy niño, porque no soy torpe, porque empiezo a ser viejo y porque quiero ser viejo, más no decrépito», me espetó el autor de La Chilanga Banda.
Saber si seguimos a la altura
Le pregunté por su repertorio. Más de 50 años de canciones deben convertir la selección de cada uno de esos pedazos de biografía en algo difícil, un examen de conciencia riguroso, una lucha con la nostalgia de eso que dijimos se ha perdido, pero el ejercicio que implica para él es un reto, un reconocer su lugar en el tiempo y proyectarse, retarse y redescubrirse, su respuesta no pudo hacer otra cosa que conmoverme:
«Hay canciones que me han acompañado en la vida, pero no las tengo, así como nostalgia, sino como canciones que todavía me retan a ver si estoy vivo. Entonces, hago así una especie, más que de programa, de guion. Y entonces, pues, ya me pongo, como cualquier actor, a ver si todavía estoy a la altura del papel.»
Entendí lo que dijo, seguir pegándose el tiro, amigos, es aprender a sobrellevar la propia historia, retomarnos y ver si aún podemos proyectar un aura verdadera, legítima, que es ajena a la sombra de nuestro pasado, pero no lo niega, se nutre de él y nos permite seguir, como lo dice el mismo nombre de su show, *A solas on the rock*.
Siempre hay una canción
Además de retarnos a seguir para demostrarnos que podemos estar a la altura siempre, me dijo Jaime que la canción es siempre un después, que levantarse para la canción es un aliciente, siempre mantenerse ocupado es una gran clave del proyecto. Sabedor de que los tiempos cambian, de que existe la necesidad de adaptarse, nos explicó, a un servidor y los presentes, que la canción es y siempre será la misma, sin importar las limitantes de la tercera dimensión, porque es algo que se proyecta de planos que no comprendemos:
«Siempre una canción te mueve. No hace la revolución, pero la provoca. Yo desde que hago canciones no he parado… Si tienes una idea, te despiertas con ganas de llevar la ocurrencia a sus últimas consecuencias. A veces para bien, a veces para no tan bien. Pero para mal, jamás, porque al final de cuentas das la cara por lo que haces, ¿No? Y proyectos siempre hay. Empezar a hacer una canción… Por ejemplo, a veces dices, a lo mejor ya no tiene sentido hacer discos, pero hacer canciones sí», explicó.

Amar la vida con… ¿madurez?
Amar la vida es algo propio de los oficios apasionantes. Existen oficios que son un apostolado, como la canción, como el periodismo, como la literatura, que tienen en común contar historias, las historias son catarsis, piezas de vidas que se nos van colando y regalan incluso piezas al anecdotario. Para sobrevivir a la lumbalgia, o bien a la nostalgia, se debe amar la vida, explicó el buen Jaime, pero fresco, pese a su ya cantada entrada en el séptimo pisto de la vida, nos recordó que no se debe perder el humor, mismo que dijo «si le falta amor, se vuelve tumor»:
«Entre más se acerca la muerte, pues más se ama la vida. No, yo no quiero volver a ser joven, ni quiero volver a ser niño, aunque sé que llevo un niño dentro, un joven dentro… Amo al niño que llevo dentro, al joven, al adulto, si eso se puede llamar así. ¿Maduro? Pues no. La edad no es garantía de madurez. Maduro es solo el que gobierna Venezuela», dijo en una carcajada.
Exorcizados los pálidos fantasmas que me iban habitando, el gurú del rock dio por terminada la sesión de espiritismo para dedicarse a su grey, que esperaba la música, culto a la carretera, a los vagabundos y los corazones de cactus, a los traileros, a las fronteras y a las nostalgias, de las que después pude hablarle un momento muy breve, en la cantina de un pueblo mágico, con un vidrio muy frío en la mano.
Texto de Leo Rodríguez
https://www.instagram.com/leohmo89/
Fotografía de Addiel Nieva
https://www.facebook.com/nievajosue
