¿Te ha pasado que algo te impacta tanto que no puedes sacártelo de la cabeza? Así estoy yo desde hace semanas. La vida me llevó a Puerto Rico, y entre ese viaje y el lanzamiento del nuevo disco de Bad Bunny, traigo una sensación que no me deja en paz. Y antes de que empiecen, no, no ando pensando en  que estará haciendo mi ex (jajaja). Mas bien es algo que necesito compartir porque me cambió la forma de ver las cosas.

Todo comenzó porque me colé en un viaje. Mi hermano y mi cuñada decidieron celebrar su cumpleaños en Puerto Rico (sí, nacieron el mismo día, cursis pero lindos). El motivo principal era un concierto de Residente, cerrando su gira en San Juan después de años sin presentarse en la isla (pero ese concierto merece su propia crónica). Y pues ahí voy yo, emocionada, aplicando la clásica: “¿Por qué no? Siempre es buen momento para un viajecito”. Jamás imaginé que esta escapada me haría reflexionar tanto sobre identidad y raíces.

Llegamos a Puerto Rico sin muchas expectativas, pero ¡qué joyita nos encontramos! Desde que pisamos el Viejo San Juan, parecía que caminábamos en una postal: las casitas de colores, las calles adoquinadas, los balcones llenos de plantas, y en las noches, el canto del coquí. Todo tenía un encanto tan auténtico que daban ganas de quedarse ahí para siempre.

Recorrimos los clásicos: el Morro, la Calle San Sebastián, y hasta me animé a subirme a la tirolesa más grande de Latinoamérica (¿o del mundo? No sé, pero fue espectacular). Mientras volaba sobre el bosque, solo pensaba: “¡Qué ching… estar viva y estar aquí!”.

La isla tiene algo especial: calidez, alegría y una energía que te contagia. Por las noches, la música llenaba las calles: reguetón, salsa, plena. La gente bailaba como si no hubiera un mañana. Mi hermano me retó a bailar con un boricua que parecía nacido para eso, pero solo atiné a responder: “¡Nombre, ese vato está muy pro!”. Eso sí, no me quedé sin bailar; le di con todo, solita, porque en Puerto Rico pues no puedes quedarte quieta.

Y qué decir de la comida… ¡Uf! Hasta me olvidé de mi inseparable salsa de chiltepín. Cada bocado, desde el mofongo hasta las habichuelas, era como probar la esencia de la isla. Se nota que ahí cocinan con el corazón, queriendo contarte una historia en cada plato.

Pero lo que más me impresionó no fueron los paisajes ni la comida, sino el orgullo boricua. Está en todo: su música, su forma de vivir, su cultura. Y aquí es donde entra Benito, el Bad Bunny pues. Mira, este hombre no necesita presentación. Es una de las estrellas más grandes del mundo, y no lo digo yo, lo dice la industria musical. Él podría vivir en Nueva York, París o en una isla privada si quisiera, porque tiene acceso a cualquier rincón del planeta. Pero no. Él sigue volviendo a su Puerto Rico. Con la joya que es su nuevo álbum “Debí Tirar Más Fotos”, dejó claro cuánto ama su isla. Cada canción de su disco es como una carta de amor a Puerto Rico, con ritmos que cuentan historias y letras que gritan identidad.

Benito pudo haber hecho cualquier cosa: un disco en inglés, algo más comercial. Pero no, eligió volver a sus raíces y mostrarnos el alma de su tierra. Es como si Benito nos estuviera diciendo: “Esto es lo que soy, esto es lo que quiero que el mundo conozca de mi tierra”. Es el ejemplo perfecto del amor que los boricuas sienten por su Isla del Encanto.

 Ese amor me hizo reflexionar: ¿qué tanto vivimos nuestro orgullo por quienes somos y de dónde venimos?

A pesar de que Puerto Rico es un territorio de Estados Unidos, los boricuas no quieren perder su identidad. Al contrario, están orgullosos de ser quienes son. Y entonces pensé: ¿por qué aquí, en México, no siempre sentimos eso? Me acordé de cómo en Nuevo León andan juntando firmas para separarse de México, soñándose como parte de Estados Unidos; o de cómo en Baja California algunos tienen ideas similares. Y yo pienso: “¡Qué locos, la neta!”, como si ser mexicano no fuera suficiente.

Quizá mi perspectiva tiene que ver con haber crecido en la frontera. Para mí, cruzar a Estados Unidos nunca fue algo extraordinario. Desde niña, he ido y venido entre Nogales, Sonora, y Nogales, Arizona, casi como si fueran un solo lugar. Ir al otro lado era rutina: comprar comida, visitar a la familia o pasear en el mall. Por eso, nunca he sentido esa fascinación por “estar en el gabacho”. Valoro las oportunidades que hay allá, pero nunca he visto a Estados Unidos como un lugar superior.

Este viaje y este disco me han dejado reflexionando. A veces damos por sentado lo que tenemos, pero cuando te encuentras con alguien o algo que celebra su identidad de forma tan genuina, no puedes evitar replanteártelo todo.

Puerto Rico me dejó una lección de vida. Su gente, su música, su forma de vivir la identidad me inspiraron a valorar aún más la mía. Ahora, cada que escucho el disco de Bad Bunny, igual pienso que “Debí tirar más Fotos”, pero cierro los ojos y regreso a esas calles llenas de vida, al sonido del coquí, al sabor del mofongo y al abrazo de una cultura que celebra lo que es. Me regreso a ese momento viendo al mar, cuando le dije a mi hermano: “No me quiero ir”. Puerto Rico me hizo recordar quién soy, pero también me dejó con un anhelo profundo: el de regresar.

Texto y fotografías de Liliana Mendívil Rascón

https://www.instagram.com/liliana1221/



LOS QUE NOS CONOCEN DICEN QUE SOMOS UNA PLATAFORMA DE RESISTENCIA CULTURAL
AYÚDANOS A RESISTIR

Cuenta Banamex 5204 1658 0831 8392


O pregunta por nuestra SUSCRIPCIÓN A LA VERSIÓN IMPRESA vía cronicasonora@gmail.com

Sobre el autor

Nacida en Tucson, Arizona, pero nogalense de corazón, Liliana Mendivil Rascón estudia y trabaja en la Universidad de Arizona en el área de salud pública. Le encanta viajar, conocer gente y descubrir nuevas culturas, siempre encontrando inspiración en los pequeños detalles de la vida. Apasionada por seguir aprendiendo y creciendo, disfruta pasar tiempo con su familia, amigos y Rocco, su fiel compañero de cuatro patas.

También te puede gustar:

2 Comentarios

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *