Hermosillo, Sonora.-

El filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel hablaba del despertar de los pueblos de Nuestramérica bajo la metáfora de una constelación de pensamientos y culturas, que se reconocen a sí mismas como encubiertas por el manto de la monocultura universal impuesta durante siglos y por la fuerza, hasta volverse paisaje y perderse en la conciencia. Es el despertar de una pesadilla colonial de hace 500 años. Un despertar provocado por nuestras propias voces y la maravilla que nos produce el desvelarlas y escucharlas. Desde Venezuela, Inés Pérez-Wilke observa signos de este despertar descolonial en las experiencias, acciones y perspectivas estéticas populares que nos llevan a rehabitar la producción y la experiencia sensible de la vida contemporánea, en sentido amplio e incluyente. No se trata, pues, de la negación de una hegemonía para la imposición de otra, sino de de la integración de múltiples voces, conocimientos y haceres para la vida en común.

y ha ocupado de manera engañosa el lugar de la gestión cultural

Traducido a la música, este despertar implica el desmantelamiento de lo que Guy Debord llamó, desde la década de 1970, la sociedad del espectáculo: una fuerte estructura que impone la lógica del mercado de consumo a todas las manifestaciones culturales, los contenidos educativos, las políticas públicas, y hasta las formas de convivencia social. Una lógica que devalúa el carácter comunitario de la cultura y establece jerarquías entre los actores gubernamentales, los agentes culturales y el pueblo en general. Esta lógica ha elevado a rango de política-cultural-por-excelencia al evento -como el festival- que, alejado de su esencia como intervención temporal que trastoca el orden establecido para beneficio social, se ha convertido ya en un modelo único de quehacer cultural a nivel global y ha ocupado de manera engañosa el lugar de la gestión cultural. Baste revisar los elevados presupuestos que destinan instituciones, empresas y países enteros a esta práctica, la depredación de lugares, de tradiciones, y las luchas de los artistas y agentes culturales por encajar dentro de esta lógica en busca de, ya no digamos su vigencia, la supervivencia, incluso dentro de sus comunidades de origen, pagando la cuota de mimetizar sus proyectos con el entorno institucional y mercantil. 

Sano resultará reflexionar sobre las necesidades de nuestras comunidades y las personas que las encarnamos; las inquietudes que nos mueven y los caminos que trazamos día con día en el quehacer cultural; hacer un balance -no solo sobre derrama económica o número de asistentes- de los resultados que arrojan las millonarias inversiones en eventos; fijar objetivos culturales y sociales más allá de lo que plantean los mecanismos instrumentales de la gestión neoliberal que más que profundizar en los problemas, los sintetizan. El tema es complejo ya que el despertar del que habla Dussel viene de los vilipendiados, mientras que arriba prefieren seguir en la comodidad de su sueño. Las y los agentes culturales juegan un rol fundamental para cristalizar esta lucha y delinear otra gestión cultural acompañada -no controlada- por las instituciones gubernamentales. Solo esta libertad dialógica hará posible también cerrar la brecha entre el amplio concepto de cultura que vive en el pueblo y el estrecho concepto de desarrollo cultural que, cada tres o seis años, intenta delinearse desde el poder. 

Silvia Rivera Cusicanqui en su obra Un mundo Ch’ixi es posible (2018) retoma este término aymara, que significa un color gris formado de puntos negros y blancos, para hablar de las culturas latinoamericanas en su diversidad. Lo mismo podemos decir de la gestión cultural: es posible incentivar prácticas multicolores en un trabajo cultural que reconozca esta diversidad incontenible que somos, a pesar de todo.

Por Oscar Joel Mayoral Peña
oscarjoelmayoral@gmail.com

Fotografía de Carlos Villalba, El Sol de Hermosillo, en la presentación del programa de Fiestas del Pitic 2024, 18 de abril próximo pasado



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