Tiene razón Padrón: en Hermosillo y en Obregón abunda la idea de carro igual a estatus, y hay aquellos que no traen para tacos pero qué tal las placas…


Cuando vivía en Ciudad Obregón, escuché esta frase por primera vez en boca de una de mis alumnas del ITSON. Me pareció divertida y hasta cómica. Luego me di cuenta que era usada con mucha frecuencia por cierto grupo de personas, casi todas blancas y de clase media y media alta.

Obregón, como bien saben los que lo conocen, es una ciudad de un trazo perfecto. Los ricos viven en el norte, la clase media al centro, y los pobres en el sur (después de la calle 300). Esta división territorial de las ciudades, tiene que ver con la clase social, con el acceso a mejores servicios, a un trazo urbano privilegiado con calles bien pavimentadas, parques, jardines y centros recreativos, mejores escuelas, mayor seguridad, etcétera. Pero algo que define mejor que otra cosa el nivel socioeconómico de las personas, es el tipo de carro que manejan y no estoy hablando sólo de Obregón, sino de cualquier ciudad. 

Y es que el carro es un símbolo de estatus social. Es una carta de presentación y un distintivo que manda un mensaje a los demás. Depende de la marca y modelo de tu carro, es tu nivel socioeconómico. Y como la riqueza se asocia con poder, porque así ha sido desde siempre, todo mundo quiere tener un buen carro, aunque viajen solos la mayor parte el tiempo. 

Volviendo a Ciudad Obregón (no la traigo contra los de Cajeme, que conste), una vez una mujer me dijo que antes de aceptar la propuesta de matrimonio de su novio, le hizo prometer que le compraría un carro nuevo y que sólo sería suyo, porque, dijo “a mí me conoció con carro de la agencia” (aunque era un Volkswagen, pero de la agencia). 

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Mucha gente podrá apelar a la ya tan trillada cantaleta de que el transporte público es pésimo, lento e inseguro, pero he vivido en varias ciudades y creo que en Hermosillo el trasporte público funciona mejor que en muchas partes. 

Pero volviendo a nuestra frase, la discriminación y el racismo son dos caras de la misma moneda. Dice Federico Navarrete en su libro México Racista: 

“La discriminación es el trato diferenciado que se hace de las personas injustamente por cualquiera de sus características: de género, por preferencia sexual, por su religión, etcétera. Es un fenómeno generalizado en todo México. El racismo es también una forma de discriminación, pero tiene que ver con el origen étnico y socioeconómico de las personas, independientemente de su género. Tiene que ver también con sus rasgos físicos, su color de piel, de ojos, su estatura, etcétera”.

El México colonial e independentista fueron profundamente racistas y eso no ha cambiado mucho con el tiempo. La pobreza está asociada a la tez morena, la estatura baja y el pelo negro y la riqueza a la tez blanca, los ojos claros y el pelo castaño o rubio. Y así ha estado organizada nuestra sociedad desde entonces. Porque los blancos se impusieron sobre los indios, los vencieron y, por lo tanto, impusieron sus estándares de belleza y de vida.

No es de extrañar que la gente morena viva en los lugares menos favorecidos y más marginados de las ciudades y, por lo tanto, deban usar el trasporte público, puesto que les es casi imposible comprar un carro, incluso de segunda mano. 

Estos días, en los que el calor ya no se siente tan despiadado, he estado utilizando el transporte público. Me gusta ir viendo las calles, platicando con la gente y, además, agradezco no tener que manejar, porque me estresa demasiado. No hay mejor forma de conocer el verdadero rostro de una ciudad que subirse a un camión y observar a las personas. Estudiantes, amas de casa, trabajadores de diferentes oficios, ancianos, niños y familias completas. 

Una de las cosas que más han llamado mi atención es que la mayoría de la gente parece ir a gusto. Los estudiantes echando relajo, amontonados de pie en la parte trasera; las señoras platicando y los niños viendo por la ventana y señalando a algún amigo que va pasando o a un perro que conocen. Al bajarse, se despiden con mucha familiaridad y se dicen “que te vaya bien, me saludas a fulanito (a)”. 

Yo también voy entretenida y observo a través de la ventana. La mayoría de los automovilistas viajan solos. Casi todos traen buenos carros y de modelos recientes. Parecen absortos en sus pensamientos y ajenos a la vida en torno suyo. Como si su mundo se redujera al interior de su carro. Sus rostros inexpresivos delatan su falta de entusiasmo y un profundo aburrimiento. Al menos así me lo parecen.

Yo tengo un carro de segunda que le compré a un amigo porque sabía que al llegar a vivir Hermosillo el clima sería infernal y como aún no sabía las rutas de los camiones, lo necesitaría para moverme. Algunas veces, en ruta a la universidad, me orillo en la parada de un camión donde esperan muchos estudiantes y les ofrezco “raite”. Al principio dudaban, pero ahora lo disfrutan y vamos platicando muy a gusto. 

Para mí el carro es realmente una necesidad, pues mi casa está alejada de mi trabajo y muchas veces, por qué no decirlo, me gusta ir de paseo al mar, a tomar un café con algún amigo o amiga o a algún evento que terminará tarde cuando ya no hay camiones. Pero realmente no me importan ni la marca, ni el modelo, mucho menos el color. Para mí, un Tsuru o un BMW son ambos igual de útiles. Y en cuanto al aspecto, son pedazos de fierro con cuatro ruedas de hule. Procuro que mi carro esté en buenas condiciones para que me lleve y me traiga a donde necesito o quiero ir, y ya.

Cuando estuve en Viena hace algunos años, me di cuenta que la mayoría de las personas utilizan el transporte público sin distinción de clase social. Su carro lo usan sobre todo para salir de la ciudad.  Además, las ciudades europeas están hechas para caminar, a diferencia de aquí, que se da preferencia a los carros y no hay banquetas anchas y bien pavimentadas ni pasos peatonales, y los transeúntes deben sortear a los automóviles y correr para cruzar los bulevares, arriesgando su vida.

En cuanto a mis recientes viajes en camión urbano, puedo decir que me han resultado sumamente placenteros, pues pudo ir leyendo o platicando con alguien y casi siempre, antes de bajarme, ya intercambiamos teléfono y nos hicimos amigos. Y eso es lo que hace que las personas nos arraiguemos a un lugar. Hacer amigos, darse cuenta de lo iguales que somos, a pesar de nuestras diferencias físicas. 

Escuchar sus anécdotas o historias, puede hacerle el día a alguien que tal vez no tenga otra oportunidad de que le presten atención. La vida entera puede contenerse en un camión urbano en un trayecto de media hora de la casa al trabajo o a la escuela. Y eso puede volverse material para escribir algo como esto. 

P.D. El camión es gratuito para los maestros y estudiantes con credencial, eso es lo mejor.

Teresa Padrón Benavides

Sobre el autor

Teresa Padrón Benavides (Matamoros, 1967) es Licenciada en Traducción por la UABC, casi Licenciada en Letras Inglesas por la UNAM y próximamente Licenciada en Literaturas Hispánicas por la UNISON.

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