Álamos, Sonora, México.-
Después de cuarenta años el Festival Alfonso Ortiz Tirado y Álamos como destino turístico se han consolidado en el calendario de eso que inistimos en llamar cultura en vez de artes, animación cultural o turismo a secas. La oferta ha crecido enormemente desde aquellos conciertos iniciales en el auditorio del entonces nuevo museo con artistas sonorenses, a los que se agregó pronto la fulgurante Estrella Ramírez y sus cabalgatas en la plaza.
Ahora la oferta del patio escénico del Palacio Municipal tiene no solo piano de cola en vez de aquel piano vertical traído de alguna casa de Navojoa, sino una orquesta sonorense, y cantantes de talla internacional y hay jóvenes cantantes sonorenses triunfando en escenarios internacionales a quienes se reconoce con justicia cada año.
Afuera la oferta también ha crecido enormemente: de los grupos locales contratados por los mismos asistentes para tocar en la banqueta (que ahí siguen, aunque ahora expulsados al arroyo), la oferta se ha diversificado y crecido de muchas maneras.
En aquellos años primigenios todavía soplaban los vientos rancios de los prohibidores del rock y la desconfianza de la “música de ahora”, algo queda de aquello; en esas primeras veces el frío hacía que los asistentes al concierto del Palacio Municipal, que era el evento principal, se recluyeran en sus casas y hoteles después de acompañar al mítico burrito y seguir a la estudiantina, que por cierto se agregó muy pronto a las tradiciones pero no ha estado desde el principio, en algún año fue innovación.
y se puede comer cazuela y huevitos con machaca
En aquel tiempo los trasnochadores nos refugiábamos en las cantinas o en la alameda frente al mercado para seguirle con los sabores y sonidos más regionales. No es que hayan desaparecido, ahí siguen, y se puede comer cazuela y huevitos con machaca el mercado y la discada se volvió nueva tradición.
Pero ahora hay más rock, regional, nacional y fronterizo, y blues como en el concierto de Jaime López que les cuento en otra nota, y jazz, y música indígena tradicional y grupos que exploran ritmos extranjeros desde la raíz y la realidad étnica.
La oferta de grupos de rock y música popular ha pasado de ser alternativa a ser el evento central, al menos en términos de asistencia, que parecen ser los que cuentan en los reportes y en las justificaciones. Nacieron para dar cauce a un público que no era atendido por los conciertos en el templo o en el palacio y sólo queda esperar que no lleguen a borrarlos del programa por la insignificancia porcentual de su demanda.
En la diversificación de la oferta corre el riesgo de perderse la identidad del festival mientras se ganan asistentes en lo que esencialmente sería un evento distinto. Y no es que a Ortiz Tirado le asustaran las multitudes, ya que fue uno de los primeros ídolos continentales de la radio, con presentaciones realmente masivas para su tiempo, gracias a lo que entonces era la novedad tecnológica de la reproducibilidad mecánica de la música y su explotación industrial y masiva.
que eso de buscar comida para comprar después de que oscurece no es de gente decente
Regresemos a la comida que es un tema apetitoso. En los primero festivales sólo estaban Las Palmeras a un lado del entonces flamante museo. Y el mercado, pero no para cenar, que eso de buscar comida para comprar después de que oscurece no es de gente decente. Y así parecieron los taqueros y los dogueros, y luego los puestos de ferias itinerantes con los huaraches y churros y cantaritos que conocemos bien.
Contarle a la gente de este siglo que antes nos regalaban un vaso de vidrio soplado cuando comprábamos un trago llamada “fantasía” en el bar de un hotel con fantasmas suena a cosa de los hermanos Grimm o Harry Potter y sus pociones.
Ahora se han consolidado panaderías francesas como Teresitas, cafés con mesitas en le patio como la Casa del Sol y se abren cafés instagrameables llenos de espejos con frappés de oreo y cajeta en pleno callejón del beso.
Cuarenta años de demanda de servicios turísticos han terminado por generar una oferta a veces en manos locales, a veces llegada de fuera para atender a propios y visitantes, nada se pierde, la diversidad es riqueza si logramos conservar lo propio sin dejarnos ganar por la fantasía de construir Nueva York o París entre paredes de adobe y arcos de medio punto de concreto armado y molduras de hielo seco.
La demanda de hospedaje durante el festival es insaciable, siempre habrá quien duerma en la banqueta, en los autobuses o hacinados en lo que se acaba la madrugada y regresa el sol.
y la gente que habla en los conciertos
Hay cosas que sin ser tradiciones no se pierden, como la escasez de agua potable, la saturación de la basura y la gente que habla en los conciertos, a veces de manera constante e imparable, como si trataran de impedir que la música los deje sentir algo, emocionarse, divagar, aburrirse, o quedarse solos consigo mismos.
Alamos y el FAOT segurán juntos por muchos años, llegarán al centenario y lo celebrarán rumbosamente, esperemos que para entonces hayan logrado tener planes para el largo plazo, infraestructura permanente y una demanda menos «estacionalizada» en vez de pan por una semana y ayuno intermitente el resto del año.
Texto y fotografía de René Córdova y Rascón