En el mundo de hoy no es fácil predicar con el ejemplo. Más difícil es estar a la altura de nuestra palabra. Cinismo o resignación aparte, parece que nos hemos acostumbrado a aceptar que aquellos que hablan en representación de la gente – políticos, sobre todo – jamás cumplirán lo que afirman.
Si la crisis de la fe es también la crisis de la confianza, ¿cuál es el propósito de este filme?
Se asegura que el Vaticano promovió su realización, otorgando libertad a su creador. Y, aunque el resultado es condescendiente, no deja de ser un registro logrado en su objetivo fundamental: transmitir el mensaje de un líder religioso que se esfuerza en romper la distancia que le da su poder al compartir preocupaciones de nuestro siglo.
Él es el primer Papa de América. El primero del hemisferio sur. Primer jesuita y primero en adoptar para sí el nombre Francisco, en perpetuo homenaje a Asís, canónico varón de la pobreza, austeridad y comunión con la naturaleza.
Y el realizador – que entiende y aprovecha la otredad – es un director de cine que ha trabajado ficción y realidad; que ha ganado la Palma de Oro en Cannes, el BAFTA como mejor director y el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia.
El Papa Francisco: un hombre de palabra (Wim Wanders, 2018) es un documental que busca acercar, ante creyentes y no creyentes, la figura y la palabra del obispo de Roma.
Como en los trípticos de arte religioso, despliega una visitación de la vida de San Francisco de Asís en la estética del cine mudo y el neorrealismo, metraje contemporáneo de viajes y misiones del Papa y, sobre todo, la presencia cara a cara con Francisco, el Vicario de Cristo.
Wanders desaparece por completo de escena. Apenas participa como narrador. Toda la pantalla le pertenece al sumo protagonista. De frente, rompiendo la cuarta pared, el Papa Francisco le habla al espectador.
Esto se convierte en espada de doble filo. Por una parte, el carisma del pontífice, sus gestos y actitudes, cautivan sin duda. Francisco posee una mirada firme, amable e inteligente. Son cualidades que respaldan su capacidad como gran comunicador o predicador.
Sin embargo, la ausencia de quien debe cuestionarlo convierte a El Papa Francisco: un hombre de palabra en un monólogo de peso completo. De esta manera, el pecador promedio enfrentará una contradicción: el sucesor de San Pedro que aboga por escuchar – “Habla poco, escucha mucho”, dice en medium close up – y que critica al poder sordo, presenta un discurso empático, humanista y contemporáneo, donde nadie lo contradice.
Wim Wanders consigue equilibrar esta paradoja. Los pasajes en blanco y negro de San Francisco de Asís (Ignazio Oliva) – que recuerdan en mucho a Francisco, juglar de Dios (Roberto Rossellini, 1950) – , apoyan el discurso del Papa respecto a la humildad y al respeto hacia la madre tierra.
Es impresionante la secuencia que corresponde a la presentación de la Encíclica Laudato Si – la Encíclica Verde, junio 2015 – , donde el pontífice recupera la postura radical de Asís como la única inspiración de la Iglesia Católica ante la debacle ambiental del planeta.
Oportuno metraje es el de la primera visita oficial que Francisco hace como Papa en Lampedusa. El drama de los migrantes en esa pequeña isla al sur de Italia se condensa con rigor: “Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto. La ilusión por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia”.
Y las palabras de Francisco en las favelas brasileñas: “Siempre se puede echar más agua a los frijoles”, no solo lo colocan dentro del ruido generado por el conflicto hondureño en la realidad y redes sociales, sino que muestran su rasgo de mayor inteligencia: el sentido del humor.
Amos Oz en “Contra el fanatismo”, comenta que la imaginación, el arte y el buen humor pueden ser eficientes antídotos contra el delirio; Oz asegura que los fanáticos suelen ser sarcásticos, pero carecen del sentido del humor.
El Papa Francisco a lo largo de su película, después de condenar los crímenes de pedofilia de sacerdotes católicos, la economía que mata, la indiferencia como verdadero enemigo del amor y la depredación humana hacia la naturaleza, se atreve a hacer elogio del buen humor.
Entonces, recuerda a Santo Tomas Moro y su plegaria: “Señor, dame una buena digestión. Pero no te olvides de darme algo para digerir”.
Como Tevye, el de Violinista en el Tejado (Norman Jewison, 1971), el Papa conserva la esperanza de un mundo mejor. Y demuestra que si bien, o tomas o dejas las tradiciones, también existe la posibilidad de hacer equilibrio con aquello que debe cambiar, porque así lo exige la realidad.
El optimismo es el resultado de mantener, contra viento y marea, el buen humor.