Hermosillo, Sonora.-
Uff, se acabaron las Fiestas y nos quedamos con mucho para decir. Por principio de cuentas, si algo nos trajeron fue la alegría de volvernos a congregar. Si normalmente ése es el principal objetivo y atractivo de este evento, mucho más después de una contingencia inventada, exagerada o sensata, como tú la quieras ver.
“El ser humano necesita de esto, del encuentro con el otro, de la simple presencia del otro”, fue la reflexión que le brotó a Ricardo Abraham la tarde del jueves, cuando caminábamos las calles del centro histórico de Hermosillo en completa libertad. “Mira esa chabala, se pone un vestido que no le queda y no le importa, qué bonito”; “Mira ese loco, trae un sonrisón que no le cabe en el alma”; “Y mira ese trans, con vestido de novia y la gente tomándose fotos con ella. Tienes razón que Hermosillo ha cambiado”.
Y, sin embargo, esa primer jornada de Fiestas la terminamos volviendo a los orígenes. Fuimos donde la ramada yaqui y una vez más nos dejamos hipnotizar por los pascolas y el venado, como si estuviéramos en el territorio (así nombran los yoremes a su tierra) y por primera vez. Antes de eso las gorditas de nata y aguas frescas, qué caray. Después de eso los “que hubole cómo estás”, “hacía mil años que no te veía”.
Volví el sábado a las Fiestas, directito a Grupo Yndio. Traiba familia foránea y no hallaba cómo presumirles nuestro evento estrella para que lo gozaran con todo y la arena de Kino; pero ellos encontraron el modo y sin batallar. Por mi parte, después de las cantadas con Ildefonso Lara y las risotadas con su excelente, maravilloso humor cien por ciento sonorense, enfilé baterías al camine y al disfrute, “vaso doble y bien helado, por favor”.
El Vichu y el Choing, que tenía otros mil sin ver, el Ilich y el Charly, el Luis y la Brisa, la Adriana primero y la Sara después, el payaso que daba miedo, los enfadosos del Abarrey, el Vinicio y su pandilla, el Talego con su banda, la omnipresente policía, los paranoicos embozados, la batichica y la no sé qué, la cerveza de mazapán, unos panes bien perrones, más cerveza de mazapán, se acabó pero tengo de maní… Y, por supuesto, el bato de verde que armó un cotorreo para la memoria junto a Los Vecinos Incómodos y la bebita maravilla en el callejón Allende.
Los besos, las caricias y arrumacos. Todo junto y sin medida, apapacho al por mayor.
Vale la pena felicitar a las autoridades municipales que se aventaron el paquete de organizar las Fiestas, venciendo remanentes del periodo más oscuro para las libertades civiles y personales del que yo tenga memoria. Sirva el evento para dejar atrás esos miedos que si ayer fueron razonables hoy son meros lastres para una sociedad que tiene urgencia por empujar.
Si Hermosillo está bien, en comparación al resto del estado, defendamos ese oasis, por paradójico que se lea. Pero si Hermosillo no levanta, frente al desarrollo de otras metrópolis mexicanas, pues a darle átomos, dijera un amigo. Y que sean estas Fiestas del Pitic, con su adiós al cubreboca y sus abechos, el punto de arranque para un nuevo comienzo. Nos lo merecemos.
Texto y fotografías por Benjamín Rascón