El terror está de vuelta. Vigoroso, atractivo e inteligente. El género sigue provocando, en la audiencia, una sensación de incomodidad que puede resultar en el estremecimiento, la repugnancia, la ansiedad o el temor.
Sin embargo, cuando la receta llega con ingredientes diferentes, la suma de todos los miedos es perturbadora.
El legado del diablo (Ari Aster, 2018) es la mejor cinta de terror del año y, tal vez, una de las indispensables de la temporada.
Ubicada fuera de cualquier zona de confort, El legado del diablo engaña a la audiencia, no contiene guiño o referencia alguna a otra cinta, construye una historia sobrenatural impecable y nos golpea con el desenlace más delirante e inesperado en años.
Volveré a Tolstoi: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”.
Comienzo con los Graham. La muerte de la abuela y matriarca no sume a la familia en el desconsuelo; Annie, la madre (Toni Collette, estupenda, lista para una nominación al Oscar) es una artista que diseña inquietantes miniaturas para galerías de arte; Steve, el padre (Gabriel Byrne), es un terapeuta distante e indulgente.
Los hijos, adolescentes, son piezas de terapia.
Peter (Alex Wolff), sobreprotegido, temeroso y desadaptado debe tolerar – en una relación hostil – a Charlie, su extraña hermana (Milly Shapiro). Ella era la favorita de la abuela. Y esto tiene consecuencias.
El primer acto de El legado del diablo explora la disfuncionalidad familiar de los Graham. Y describe como lo sobrenatural llega con la sutileza del mal que pretende pasar desapercibido.
El guión – escrito por Ari Aster – logra confundir y atrapar, al mismo tiempo. No sabemos qué diablos (literal) es lo que está sucediendo pues existen las pistas falsas suficientes para no dejar de estar atentos a cada detalle de esta excepcional cinta.
En esta película no aparecen los trucos acostumbrados. Los sobresaltos llegan en el momento oportuno con propuestas visuales y de sonido precisas, con todo sentido a la trama que se desvela. Es como pelar la cebolla. Es arte.
Es verdad, El legado del diablo echa mano de los recursos habituales en el cine de terror. Ahí está la casa en medio de la nada – o en el bosque, que es lo mismo -, el peligro en apariencia llegado de entre los muertos, los aparecidos ( o la sensación de estar frente al más allá ) y, al final, un gore maravilloso capaz de dejar boquiabierta a la sala.
La propuesta de El legado del diablo va por su argumento y el elenco seleccionado. El rostro de Milly Shapiro no tiene comparación. Los niveles de actuación presentados por Toni Collete son, sin duda, lo mejor de este filme. Son el pilar fundamental para que esta experiencia cinematográfica funcione.
Todo está contenido desde el principio. La abuela ha muerto. Otra desgracia llega. Los Graham, al igual que las miniaturas fabricadas por Annie, son víctimas de un poder ominoso, maligno y superior. Existen turbadores dibujos que trazan augurios malignos y, aunque el tiro está cantado en los primeros minutos de la película, no podemos armar el rompecabezas. Es necesario esperar el final. El diablo está en los detalles.
Hay algo de El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) y de La bruja (Robert Eggers, 2015), pero el valor de El legado del diablo coloca a este trabajo a un nivel memorable, a la altura.
¿Porqué buscamos el sobresalto en el cine? Perseguimos emociones intensas. Pretendemos explicar nuestros desasosiegos. La experiencia de sentir los latidos acelerados del corazón y la tensión física son excitantes y persisten después de ver esta película.
El terror se dirige a nuestros miedos arquetípicos. Y es posible ver como cada generación ha definido este tipo de cintas a su manera y se convierten, en gran medida, en la idea de que es algo fuera de nuestro entendimiento lo que nos amenaza.
¿Qué es más trágico? ¿Enfrentar nuestros demonios o sabernos condenados sin salvación? La esencia del drama griego aparece de nuevo en El legado del diablo.
Lo que nos devuelve a la voluntad y al destino.
Y como en las tragedias griegas, no hay una explicación sencilla. Los seres humanos, ya lo sabemos, somos complicados. Pero el mal existe. Y El legado del diablo lo muestra de manera implacable: “Hail, Paimon!”.
¡Ay, nanita!
Por Horacio Vidal
A mí también me recordó a ‘El bebé’. Y más que de los Graham, yo hablaría de los Leigh (saludos a la reina). Por otra parte, recuerdo que a Byrne lo conocí justamente como terapeuta en la serie ‘In treatment’, que pasó por el 22 hará siete años. Buena reseña, aunque adelantas el tono del final. Saludes
Sentí necesario adelantar el tono del final. Espero que eso no se considere un «spoiler» que hoy día representa casi una herejía. De cualquier manera considero a esta película una de las mejores en su género en años. Y anticipo una nominación al Oscar para Toni Collette.
El terror aquí, como en toda gran película del subgénero, no surge de los elementos sobrenaturales, escatológicos o tremendistas: proviene de abordar temáticas incómodas, tabú o simplemente inmorales que en el mundo de la no ficción, ignoramos o fingimos ignorar. En este caso, atemoriza su exploración de los trastornos cerebrales y las familias disfuncionales. Hermana gemela de The Witch (Eggers, 2015), se trata de una acertada propuesta naturalista. Sin embargo, frente a la cantidad de buenos títulos que se vienen en el año (Remake de Suspiria por Luca Guadagnino , nueva entrega de Halloween producida por Carpenter, el slasher de Lars Von Trier, o el predador de Shane Blank) es pronto para llamarla la mejor.
Mi atrevimiento puede resultar prematuro, eso es verdad. Sin embargo admiré la elección del elenco – Toni Collette y la niña Milly Shapiro son elementos difíciles, muy difíciles de olvidar – , el manejo argumental ( todo está cantado desde el principio ) y la fotografía son acertados. Tienes razón al señalar las producciones que vienen. Al igual que tú las esperaremos. Y ojalá me equivoque. SALUDOS.