¿Es posible reanimar, para las audiencias actuales, la decimonónica y venerable historia del rey de la selva? “La leyenda de Tarzán” no presenta una respuesta contundente y es la ambigüedad de su resultado, lo más decepcionante de la cinta.
Desde 1918, año de la primera película del hombre mono, pasando por los eróticos y desnudos devaneos de Johnny Weismuller y Maureen O’Hara en los 30’s y 40’s y los guiños homoeróticos de la versión de John Derek, terminaremos conformes con la producción de Hugh Hudson, “Greystoke: La leyenda de Tarzán, el rey de los monos”, al distinguirse como el filme más digno acerca del mito de este Hércules de la jungla.
Sin embargo, aún con una presencia casi centenaria en la industria con más de 50 películas, el cine sigue sin hacerle justicia a Lord Greystoke, John Clayton III, mejor conocido como Tarzán.
Asentada en las novelas de Edgar Rice Burroughs (1875 – 1950), “La leyenda de Tarzán” explora la continuación inmediata del relato original a partir de un argumento con mayor realismo histórico: en 1885, la Conferencia de Berlín cedió al Rey Leopoldo II de Bélgica el territorio africano conocido como Congo; cinco años después, en nombre de la explotación del caucho y el marfil, el infame monarca había permitido esclavitud, tortura, sangre, mutilación y exterminio de millones de seres humanos.
Así, “La leyenda de Tarzán” da un paso adelante al recordar el holocausto perpetrado por Leopoldo II de Bélgica en el Congo; pero luego retrocede cuando se supone que el rey ha enviado a Leon Rom (Christopher Waltz, aún con manerismos y estilo Blofeld de “Spectre») a buscar los diamantes Opar para asegurarse un monumental respaldo financiero.
Leon encuentra las gemas y pacta con su dueño, el jefe Mbonga (Djimon Hounsou), un canje. Mbonga entregará las piedras a cambio de Tarzán, porque ese hijo de la changada asesinó a su único hijo.
Y a pesar de que Tarzán (Alexander Skarsgard) goza de una apacible existencia en Londres junto a su esposa, Jane Porter (Margot Robbie), es convencido para emprender una misión humanitaria acompañando a George Washington Williams (Samuel L. Jackson) al mismísimo corazón de las tinieblas.
Es un atrevimiento presentar al primer legislador, historiador y denunciante, ante el mundo, de las atrocidades cometidas por Leopoldo II de Bélgica, George W. Williams – es célebre su carta, escrita el 18 de julio de 1890, dirigida al tirano – para colocarlo como patiño y contrapunto cómico del hombre mono.
Con una espectacular fotografía que privilegia verdes, ocres, grises y negros, “La leyenda de Tarzán” no escatima en efectos especiales para rodearnos de felinos, elefantes, hipopótamos y cocodrilos en completa y espantosa, espantosa libertad.
Música, dirección de arte, vestuario y sonido entre los rubros bien logrados por esta producción que a la fecha ha recaudado $83.5 millones de pesos en taquilla.
Sin olvidarnos, por supuesto, de los ahora oportunos y políticamente correctos gorilas, presentes en buena parte del metraje.
Es así como Tarzán y George (de la selva) ejecutan el rescate final de los diamantes y los esclavos muy al estilo de “Lawrence de Arabia”, sin percatarse que del otro lado de la pantalla, un público escéptico pero sentimental, se ha quedado con más ganas de advertencias sobre el calentamiento global, los derechos de los animales y la independencia de los pueblos de África.
Por fortuna nada de eso aparece.
Por Horacio Vidal
“La leyenda de Tarzán”, director: David Yates. Guión: Adam Cozad y Craig Brewer, basados en las novelas de Edgar Rice Burroughs. Fotografía: Henry Braham. Con: Alexander Skarsgard, Margot Robbie, Christopher Waltz, Djimon Hounsou.