La mañana del 17 de Diciembre pensé que moriría, puesto que levantarse a las 7 am y con la maravillosa temperatura bajo cero que nos abrazaba gélidamente es uno de los peores castigos para un cactáceo sonorense. No se preocupen ahí viene el apantallante sol del verano para quejarnos más a gusto.
Vueltas al banco, deudas, mamá, entre otros motivos para llorar y reír del cansancio adornaron mi día. Aún no recordaba el evento al cual había sido, para mi suerte, invitada con anticipación. Raúl Acevedo alias “el Jeff Durango” me dijo al principio que la entrada a la presentación de su nuevo libro No exagero si te cuento costaría nada más y nada menos que 200 pesitos, ahí te encargo. Esto incluiría vino, pan y un pase gratis para ver Star Wars. ¡No es cierto!, en realidad no recuerdo.
Debo decir que no estaba muy conforme con el precio y que amenacé con la ausencia, pero de pronto se me ocurrió que podía cambiar el pase a la función por un delicioso lambrusco. No sé si Jeff aceptaría, pero me armé de valor y el lunes por la mañana se lo comenté por Whatsapp. Recibí por respuesta un afectuoso “yai” o al menos eso quiero pensar. El jueves antes de las 12 pm me dijo que era un chascarrillo, que era entrada libre, así que me animé un poco más.
La afirmación y la creciente curiosidad por la obra de Mr. Durango me obligaba a asistir al evento, sin embargo este aliento congelante que mata a las mujeres que odiamos el invierno por poco me entierra entre tanto cobijero de la línea San Marcos. Ya estaba lista para hibernar en compañía de unos buenos tamales tontos, porque siempre me han gustado los tontos, los que no tienen nada pero te saben a casa, y en eso Laura, mi bailarina, me insinúa que espera verme en el evento.
Me alisté, me emperifollé -como dirían las reinas de carnaval de Guaymas- y me dirigí al lugar: el Centro de las Artes de la Universidad de Sonora. Llegué a las 6:58. La presentación aún no iniciaba. El rito de los comentarios e impresiones sobre el libro del Jeff comenzó hasta las 7:30. Primero Carlos Sánchez nos adentró en un viaje narrativo, el cual elogiaba las formas y características de un escritor local tan aclamado como «el Savín», otros de los alter ego de Raúl. Le decía entre tantos términos “mi compa el Jeff” para no perder la costumbre. Habló del mar, de la magia, de una calidad no sólo literaria sino de espacios nostálgicos que sí se encontraban en el cuentario creado por su amigo.
Después siguió Omar, quién en una delicada carta amistosa expresó su admiración por el autor y la obra. Omar recomendó ampliamente las lecturas de los cuentos, sobre todo a los chamacones que van entrando a la edad, esa de la punzada, dijo. Lo que me llevó a pensar que el libro se elaboró para niños y jóvenes.
Por último en la sección de comentarios cerró Michel Axel, compañera de carrera, quien nos dio un panorama interesante mencionando títulos específicos de algunos relatos incluidos en el compendio, incitando a través de la frescura de los textos y lo visual del libro. Porque sí, el librito viene ilustrado y no es por nada pero el mismo personaje caracterizado como el Jeff, es más guapo que en persona.
Mientras yo bebía la sangría y los entremeses el Jeff dijo su discurso.
Habló sobre sus 9 razones para escribir. Una de esas causas se instaló como eco en mi cabeza: los jóvenes no crean mundos ideales por la literatura, eso sólo lo hacen los adultos. Es poderoso el enunciado porque los jóvenes -en sus laureles- nunca buscan construirse o identificarse para ser aceptados. Buscan un relato o una literatura, un poema que los atrape en segundos, que les permita viajar convencionalmente, sin equipajes pesados de lenguaje, sin trabas, sólo por placer. Y eso, mis amigos, es pura honestidad. Así que aplaudí frenéticamente al Durango, porque por primera vez en algún tiempo estuve más que de acuerdo.
Ya no pude aceptarle más sangrías al “paperito”, quien era el chico que estaba mesereando, un camarada del medio escritural. Me limité a hojear el libro, porque ese sí costaba, y ni modo, uno sin capital.
En mi pequeño tour por los cuentos pude ver rasgos que decidí olvidar no sé si por descuido o por intentos de parecer madura. Dibujos, suspenso, miedo y esa pluma que pertenece a un ente que aún no deja su niño interior. Esos mitos que uno recuerda y que se termina creyendo: el amigo desaparecido, las casas embrujadas, los juegos de la fantasía.
Puedo decirle al Savín que aunque no me quedé a escuchar a toda la banda, y pese a los múltiples ¡brrrrr!, no exagero si les cuento que con la calidez que había en la atmosfera ni el frío nos detuvo para conocer al nuevo hijo de Raúl Acevedo.
Por Adhara Lozano
Fotografía de portada por Laura Portillo con edición del editor