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Fue un popular cronista deportivo, El Chayo Silva, aquí en Hermosillo. Ante la emoción de un batazo espectacular experimentó una epifanía: “y la bola se va, se va, se va… ¡y se fue a la chingada!”*. Aquellos eran otros juegos, otros estadios. Silencio. Gobernación le retiró al Chayo su licencia de locutor.
Ahora, en el 101.1 FM de nuestra radio comercial, se escucha una estación cuya identidad destruye el paradigma que causó el out para El Chayo Silva: “La más chingona”.
Y como toda emisora grupera-regional, “La más chingona” es celebración eterna: a la fiesta, a la peda, al dinero fácil, al perico, a la promiscuidad y el machismo. Es violencia normalizada. Buchonstyle. Impune círculo de narco costumbrismo que día y noche sonrie con los dientes de la muerte.
Es de esta manera como la violencia en México, y en la frontera, ha sido espectacularizada, estilizada y hasta popularizada por caminos paralelos: el cine de gran estudio – visible en salas tradicionales o a través de Netflix – y por la música popular regional.
¿Qué sucede entonces al imaginar una línea hacia adelante?
Tal vez nos toparíamos con el futuro distópico que anuncia, en su apertura, Cómprame un revólver (Julio Hernández Cordón, 2018): “México. Sin fecha precisa. Todo, absolutamente todo, es controlado por el narcotráfico. La población ha disminuido por falta de mujeres”.
Al norte, en este país de feminicidios, una niña llamada Huck (Matilde Hernández Guinea) lleva una máscara para ocultar su género. Ella está junto a Rogelio, su padre (Rogelio Sosa), quien busca evitar su desaparición. Desesperado y adicto, sobrevive como guardián del diamante de beisbol visitado por el cártel dominante, siempre a la caza de niñas y mujeres.
Cómprame un revólver es un doloroso relato infantil escrito a partir de dos influencias primigenias: de Las aventuras de Huckleberry Finn, por Mark Twain, toma principio, fin y la voz en primera persona de su pequeña protagonista; y de Mad Max, más allá de la cúpula del trueno (George Miller, 1985), recupera escenarios naturales, desérticos, hostiles y post apocalípticos.
Locaciones que Hernández Cordón descubrió y capturó en Hermosillo: detrás del Cerro Johnson, entre la cordillera del Bachoco y la Carretera Internacional; también aprovechó el paisaje mar y arena de San Nicolás, en Bahía de Kino
Como en Mad Max, más allá de la cúpula del trueno, existe una pandilla de niños en el páramo. Rafa (Ángel Rafael Yánez), Tom (Wallace Pereyra) y Ángel (Ángel Leonel Corral). Ellos han sido atacados y torturados por el cártel, saben que Huck es niña y están al tanto acerca del sadismo y la crueldad que puede escupir El Capo (Sóstenes Rojas), salvaje y perverso líder a quien le gusta “ser hombre y ser mujer”.
El Capo decide convocar una fiesta tribal. Esa noche todo cambiará para Huck y sus amigos. Así, entre mezquites, estrobos, ocotillos y amplificadores; tambora, metralla, sangre y cerveza, Cómprame un revólver se vuelve tan cercana como el playlist de “La más chingona”, los bailes populares y la violencia urbana que ya ha segado vidas de amigos inocentes.
Entonces, ¿la realidad ya ha rebasado al realismo en el cine mexicano? Películas como La región salvaje (Amat Escalante, 2016) presentan osada mezcla de géneros – fantasía extraterrestre, drama y crímenes de odio – para arrojar distintas perspectivas a partir de nuestra cotidianeidad extrema.
“Díganle a sus políticos que ya es hora de legalizar las drogas, porque México ya ha puesto demasiados muertos”, ha dicho Julio Hernández Cordón en los festivales donde Cómprame un revólver ha sido exhibida. “El dinero y las armas detrás de todo esto no vienen de México y la violencia solo va a detenerse cuando Europa y Estados Unidos exijan a sus políticos que legalicen”.
De la misma manera, Cómprame un revólver utiliza la paternidad, quebrada y sometida; la amistad contra todos los obstáculos; desierto, sol y matorrales como frontera sin ley ni justicia, así como la música banda para trazar una historia desgarradora que no elude la violencia y que se esfuerza por dejar en los niños “aunque sea un rayo de luz”.
Siempre vendrán tiempos mejores, dijo la Yuri.
Pero no nos engañemos. Detrás del párvulo optimismo de Cómprame un revólver, las cosas no son lo que parecen. Ni la pequeña Huck termina empoderada – el crimen no tiene sexo -, ni los niños perdidos encuentran redención alguna: el futuro en este universo solo ofrece un día más con vida.
Y como ya lo dijo José Alfredo: “no vale nada la vida, la vida no vale nada”, al ritmo de La Chacaloza estaremos en sintonía, no solo con las radios gruperas-regionales, sino con el aterrador porvenir que ya toca la puerta.
¿Qué diría El Chayo Silva?
*N. de la R.- Existe, aún hoy día, dos versiones del exabrupto del Chayo. La primera versión asegura que dijo “se fue a la chingada”, la otra asegura que exclamó “se fue a la verga”. Yo prefiero la primera exposición.
Que leer antes o después de la función
Las elegidas, de Jorge Volpi. Usando el verso, el autor recrea un hecho real: la historia del clan Salazar Juárez que se dedicaba al tráfico de mujeres entre Tijuana y San Ysidro, California.
En Las elegidas el libro del Génesis es piedra de toque y sirve para establecer un tono estilístico: el camino hacia la tierra prometida, el sometimiento bíblico de la mujer y la cicatriz de la violencia.
Un tema sórdido, crudo y brutal que el escritor mexicano ha sabido suavizar con la estructura poética y el verso.
Chingón¡¡¡¡
Gracias¡¡¡¡