Freud dice que los niños repiten, en sus juegos, lo que la vida ha causado en ellos una fuerte impresión. Por otra parte, Walter Benjamin – filosofo, crítico literario y ensayista – asegura que los juguetes son aberraciones. “Se equivocan los adultos al darle al niño una espada para que éste sea mosquetero”.
En realidad, escribió el alemán, el proceso es a la inversa: “El niño arrastra algo y la escoba se convierte en caballo; quiere jugar con arena y construye un castillo, quiere esconderse y será un ladrón”.
Hay quienes preferimos la caja, o el envoltorio, al juguete mismo. Entonces, ¿los guionistas de Toy Story, 4 (Josh Cooley, 2019) tuvieron en mente las reflexiones de ambos pensadores – Freud y Benjamin – cuando escribieron esta nueva y sorprendente entrega?
En apariencia la respuesta es afirmativa, pues ahora se presenta un discurso múltiple y radical. Toy Story, 4 es película de aventuras. Con aspectos que acarician al cine de terror. Sin faltar comedia y tragedia. Además, recupera elementos ya conocidos con los que ha elaborado un merecido homenaje a sí misma.
Y se atreve a jugar con la idea del suicidio. Radical y literal.
Por delante de los acontecimientos en Toy Story, 3 (Lee Unkrich, 2010), la pequeña Bonnie (en la voz de Madeleine McGraw) debe asistir al kindergarden y, ahí mismo, crea una marioneta de desechos; el nuevo amigo es Forky (Tony Hale), un juguete que no sabe que lo es y que se aferra al hecho de ser basura.
Woody, el gran vaquero (Tom Hanks), está decidido a ayudar a este tenedor a aceptar su destino: hacer feliz a Bonnie. Tal vez de la misma manera en la que él hizo feliz a Andy, el niño que ya creció.
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Si Toy Story, 3 fue un episodio lleno de emotivas y lacrimosas despedidas, Toy Story , 4 será la cinta de reencuentros y crecimiento, ya no de Bonnie, sino de sus compañeros de juegos.
La animación comienza con un viaje que deparará enormes sorpresas. Woody, al proteger a Forky, se verá obligado a enfrentar su propio destino: la desolación que representa, para un juguete, dejar de ser indispensable o querido para el niño o la niña al cual pertenece.
Otros personajes se integran a la trama. En la tienda de antigüedades aguarda Gabby Gabby (Christina Hendricks) una mona ambigua, por encantadora y macabra, estilo vintage cuyos rasgos recuerdan a Chucky, el muñeco diabólico (Tom Holland, 1988) y que al ser custodiada por dummies de ventrilocuo cumplen con la cuota dejada, por ejemplo, en ¿Qué le pasó a Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962) o mejor aún: El resplandor (Stanley Kubrick, 1980).
Esa canción que escuchamos en la secuencia inicial del bazar es “Midnight, the stars and you” es aquella conocida en dicha pelicula y que aquí sirve para advertirnos
Más aspectos quedan al descubierto. La comedia anárquica correrá a cargo de dos premios de feria, siempre delirantes: Ducky (Keegan Michael Key) y Bunny (Jordan Peele); surge Duke Caboom (Keanu Reeves), motociclista articulado que no logra hacer las acrobacias que prometía la publicidad; y, sobre todo, sabremos que ocurrió con Bo Peep (Annie Potts) y como ha alcanzado semejante independencia y libertad.
El inexorable paso del tiempo. La necesidad de aceptar los cambios y de adaptarnos a aquello que nos resulta punzante, vuelve a aparecer en Toy Story, 4. Por supuesto, la calidad digital de Disney/Pixar sigue siendo asombrosa. Ya no es posible diferenciar entre una gota de lluvia CGI y la tormenta real.
Un alud de reseñas y cine críticas han señalado que, a pesar de haber concluído con toda dignidad, esta adición a la franquicia resulta sorprendente y cautivadora. Tienen razón.
Aunque algo contundente se dibuja en el horizonte: todo puede ocurrir, nada esta concluído. Con talento e imaginación siempre es posible sentir la melancólica alegria de volver a empezar.
Somos juguetes del destino. La vida misma, como la de este grupo de héroes de plástico, nos provoca angustia, dolor e incertidumbre. Y al igual que a ellos, nos aterra el momento de saber que hemos dejado de ser útiles o indispensables.
Compartimos, con muñecos y mascotas, el miedo a lo desconocido. Al cambio. Al infinito y mas allá.
Qué leer antes o después de la función
Nada, de Jane Teller. Los niños de la primaria en Tearing – un barrio común – se conmocionan cuando su compañero, Pierre Anthon, decide abandonar la escuela, subirse a un ciruelo y desde ahí, como si fuera Simón del Desierto, lanzará argumentos devastadores para justificar lo que dejó escrito: “Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no vale la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo”.
Sus pequeños compañeros estan decididos a comprobar lo contrario. Y empiezan a crear “un montón de significado”: objetos de valor para cada infante.
Juguetes, dulces, colores y muebles. Sin embargo, el montón cambia y todo se vuelve sombrío, tétrico, cruel y macabro.
Una reinterpretación del existencialismo. Y de como es posible recuperar el rumbo a partir de saber de donde venimos y hacia donde nos dirigimos.