<<Pues a mí sí me gustó>>, le dije a mi hija menor después de habernos descubierto con la lagrimita al final de la película. mientras tod@s salían y nosotras seguíamos ahí sentadas escuchando la musiquita frente a los créditos como quien espera a que algo más suceda, pero, ¿qué más podía pasar? <<¿Y no nos habrá gustado solo porque teníamos muy bajas expectativas?>>, me preguntó después, camino al tercer piso del estacionamiento, pues ella fue la que estuvo viendo las críticas aplastantes antes de ir, un mes después de habernos enterado de que sería un musical. <<No lo creo>>, le contesté, y seguimos platicando sobre ella camino a casa y los días siguientes; y si bien es cierto que el no esperar mucho ayuda al igual que esperar demasiado afecta, sería injusto adjudicarle ese efecto psicológico a nuestra experiencia cinéfila, misma que intentaré plasmar aquí bajo la advertencia de que no me tocaré el corazón al hacer spoilers.
En el supuesto de que alguien lea esto, debe ser porque por lo menos ya vio la primera parte, la historia de Arthur Fleck, una víctima total del sistema que nos rige, un hombre tierno que basó su vida en la historia que su madre enferma le inventó: eres un hombre feliz, razón por la cual Arthur se convierte en payaso, uno que no es gracioso ni mucho menos feliz, y que debe llevar siempre consigo una tarjeta que dice: Disculpe si me río, estoy enfermo, más información detrás. Es una enfermedad que causa risa repentina, frecuente e incontrolable que no corresponde a mi sentir, entre otras cosas; eso lo sabemos cuándo sucede el primer ataque, en un camión, después de haber sido reprendido por una madre que le pide dejar en paz a su hijito, quien reía en el asiento de enfrente viendo las caras que Arthur hacía. Entonces es cuando los pasajeros y el espectador escuchan su risa, y él quiere pararla, pero no puede, y la risa que en verdad es un llanto se sale por la pantalla como un contagio convulso. Esa, es una de tantas escenas que me impactaron del Joker 1, era muy obvio para mí que muy muy difícilmente podrían mejorarla en una segunda parte, mucho menos en un musical (que por cierto no me lo pareció tanto), y si le diera rienda suelta a todas las escenas que me impactaron de la primera parte, esto se alargaría demasiado, pero solo para poner en contexto el principio de la segunda, volvamos al momento en el que el Joker mata a su ídolo, su ejemplo, su figura paterna: Murray Franklin, en televisión en vivo, después de burlarse de nuevo en su cara de él. Entonces Ciudad Gótica arde, y el contagio convulso se alebresta, y todos amamos al Joker, la víctima de un sistema fallido que finalmente desata el caos: ¡Pues que arda Troya!, esa fue la sensación final.
Yo fui a ver Joker 1 con mi amiga María, y recuerdo que ambas salimos con la sangre en ebullición, pues justo eso era lo que sucedía en la realidad global, sin imaginar que en unos cuantos meses estallaría una conveniente pandemia que acabaría de un tirón con las protestas que ardían en todo el mundo, como las del feminismo en México, o las de Chile, a solo dos semanas después del estreno, en donde habían salido enardecidos a las calles dispuestos a quemar todo después de un aumento en la tarifa del transporte público. No fue por eso que salieron, claro, eso fue solo el detonante que estalla: su Joker particular.
Solo un par de semanas antes de que se desatara el caos, el país estaba tan calmo y tan tranquilo que el idiota de nuestro presidente comparó Chile con un oasis, un remanso de tranquilidad en Latinoamérica, inmune al vendaval de violencia política y social que estaba rugiendo no solo en la región sino a lo largo del mundo entero, incendiando las calles de Hong Kong. París, Londres, La Paz, Praga, Berlín, Bogotá, Beirut, Puerto Príncipe, El Cairo, Budapest, Harare, Seúl, Yakarta. Teherán, Bagdad, Nueva Delhi, Manila y Moscú, entre tantas otras ciudades, y que había encumbrado al poder a lunáticos como Jair Bolsonaro, Donald Trump y Boris Johnson.
Benjamín Labatut, La Piedra de la Locura, Anagrama
La pandemia llegó, la gente no podía seguir con las protestas, la ingeniería social se encargó de mostrarnos lo bella que era la naturaleza sin nosotr@s en ella, nos hizo valorar “la libertad”, y nos hizo explorar otras maneras de vivir más ad hoc con la nueva realidad que nos esperaba cuando al fin llegara la heroica vacuna que nos sacaría de nuestras casas para salir al nuevo mundo, en donde muy pronto, tan impaciente como nosotr@s, una nueva guerra se desataría, misma que prevalece hasta el día de hoy.
***
Cinco años después de eso, pero solo dos en la película Joker Folie à Deux, encontramos a un Arthur Fleck obediente y dopado, y nos topamos con una de las primeras escenas que a mí me llegaron al corazoncito, en donde vemos Arthur en el patio de Arkham, callado y solitario caminando por ahí. Un jovencito llega y le dice que nunca nadie lo ha besado y que le han dicho que él podía enseñarle; entonces Arthur, acostumbrado a ser blanco de las burlas tanto de las autoridades como de sus compañeros, le da un beso corto en los labios como quien da la mano con desenfado y sigue caminando. Todos se ríen, algunos ganan sus apuestas, el joven lo sigue y se convierte en un compañero fiel. Desde ahí, yo quedé conmovida. Uno de los guardias le dice que lo inscribió en la clase de canto, por buen comportamiento, Arthur no puede creerlo, y va a su primera clase, en el área del psiquiátrico, en donde conoce a Lee Quinzel, que de primeras le miente diciendo que está ahí por incendiar el edificio en donde vivían sus padres, en el mismo vecindario en el que Arthur vivió por tantos años con su madre, primera escena en donde se muestra un musical, que debo reconocer, no me molestó para nada, siendo que no soy amante de ellos.
Él sale enamorado de ahí, sintiendo que al fin alguien lo quiere y necesita, su semblante cambia, llega a la prisión, y al entrar a la sala del televisor se topa con la noticia de que el Joker es apto para tener un juicio con la intención de llevarlo a la silla eléctrica. Alguien le pregunta que cómo lo hace sentir eso, pero él, en las nubes, canta en una fantasía de enamorado que al final se rompe con la misma pregunta pero hecha por su compañero leal, a lo que él responde con su risa de llanto, lo cual amerita un castigo, y es cuando el espectador comprende qué es lo que le sucede cada que el ataque llega. Hasta ahí, yo estaba más que satisfecha: qué crítica tan injusta –pensé-, está súper bien elaborada, pura gente que solo repite lo que dice el primero, etc… pensamientos que casi se caen al suelo cuando sucede el siguiente musical (el peor de todos para mí), en donde Lee quema la sala del cine y orilla a Fleck a escapar, siendo que la abogada ya le había dado esperanzas de ganar el juicio por enfermedad mental.
Ay no, pensé entonces, no por favor, pues pensé que la peli iba a una cosa similar a Asesinos por Naturaleza, película que en su momento me fascinó, pero que no cuadraba con el tan entrañable personaje de Arthur Fleck, que es personificado majestuosamente por Joaquín Phoenix, algo que incluso los detractores de esta segunda parte no dejan de reconocer; ese hombre roto que trata de existir, pese a todo, pese a no ser la pareja fatal que ella espera. Por fortuna, la imagen de Mallory Wilson y Mickey Knox se desmoronó rápido, ellos no escapan, a él le dan su merecido y ella sale tan campante como la mujer privilegiada que en realidad es, la hija de rico que se especializó en psiquiatría y que sabe muy bien cómo manipular a un pobre enfermo para engrandecerse: esa “imagen” que rige el mundo actual, esa imagen de la que casi nadie nos salvamos, se presenta en el personaje de Lee, la mujer fatal, la que destruye todo con vestidos bonitos y personalidad combativa, una mujer obsesionada por el personaje que una película le mostró, lo cual pareciera una burla del director: <<Construiremos una montaña>>, dice, y en esa locura se ancla.
Ella lo visita al calabozo después de la paliza, usa sus privilegios para pasarse hasta la celda, lo seduce, le dice que debe dejar los medicamentos, él le confiesa que ya lo ha hecho, ella lo acerca a la pequeña claraboya, saca su estuche de maquillaje, lo pinta de Joker, y le quita la virginidad en un acto desapasionado y torpe de un adolescente que no sabe ni cómo hacerle: <<Ayúdame con eso>>, le pide cuando no encuentra en dónde.
<<No fuiste tú, fue otra persona la que asesinó a toda esa gente>>, le dice su abogada, quien está convencida de la nobleza de Arthur, y quien le advierte de lo que ha investigado sobre Lee, pues sabe lo que ella pretende. Arthur le pregunta en su próxima visita si es verdad, ella le confiesa que sí, que lo engañó para ser interesante, para que el gran Joker se fijara en ella, y antes de escuchar alguna negativa, ella le dice que está en cinta, y entonces un@ se puede imaginar lo que él siente, y por supuesto, Lee también.
Arthur, embriagado de felicidad por la noticia, y enaltecido por esa tan admirada parte suya, despide a la abogada en la segunda parte del juicio para defenderse él mismo, tal como Lee deseaba, y hace del juicio un show, pero, a diferencia del Joker que vimos en la primera parte, en donde se notaba la posesión total de su parte oscura, en esta, vemos una mala actuación de sí mismo. En la primera él va decidido a suicidarse en público con un desenlace inesperado hasta para él, mientras que en la segunda, va decidido a darle a su amada y a su público lo que quieren. Él tampoco se salva de la imagen, al parecer, nadie se salva. Durante el proceso se va rompiendo, primero con el testimonio de la novia imaginaria del Joker 1, cuando ella confiesa que su madre se burlaba de él, y otra cuando el enano, que fuera empleado de la misma agencia de payasos en que Arthur laboraba, quien también fue testigo de uno de los asesinatos más violentos de la primera parte, después de hacerle preguntas absurdas y alborotar al público, voltea hacia él y lo ve llorar: <<Tú me agradabas -le dice el Joker al ver sus lágrimas- Te dije que no te haría daño y te dejé ir.>> <<Pero sí me heriste -le contesta el enano-, no he tenido paz desde entonces, no puedo dormir, tengo miedo de todo>>, entre otras cosas que resalta la personalidad noble del que un día trabajó con él. Pero el Joker sigue con su show, regresa a la cárcel, los guardias, en venganza por lo que dijo de ellos en público lo golpean, lo violan y lo llevan a rastras a su celda desde donde escucha cómo matan a su joven y leal compañero por cantar una canción de consuelo al ver la escena del arrastre de su amigo desde su propia celda, una escena que quizá pasa desapercibida, pero que a mí me conmovió hasta lo más profundo, pues en toda la historia, parte uno y dos, ese chico fue el único que en verdad lo quiso, aparte de la abogada y el enano, que más que quererlo, sentían empatía sincera por él.
Arthur llega a la próxima sesión derrotado, maquillado como el Joker, pero con el contraste de un rostro tristísimo debajo, más que nunca, se sienta frente a la cámara, y confiesa después de algunas palabras, que él también mató a su madre, y que el Joker no existe, que él es solo Arthur Fleck. Lee se levanta y se va, y detrás de ella algunos seguidores, Arthur no les interesa, y al parecer, por lo que dicen casi todas las críticas, al espectador tampoco. Ese es casi el final, y de ahí sigue uno de los musicales que más me conmovió: la llamada telefónica, el hombre enamorado que no era lo que su amada esperaba, la escena que nos sacó la lagrimita a mi hija y a mí, antes del final.
Los youtubers que tuve que ver para escribir esto coinciden (por no decir que se copian),
en que esta secuela no aporta nada a la primera, que en todo caso es como una reseña, y una decepción de lo que esperaban del personaje, pues la sensación que nos dejó la primera parte fue la de engrandecer a un perturbado que nunca tuvo la intención de lograr lo que logró, sino solo de existir: Ni siquiera estaba seguro de que yo existía, le dice Arthur a la trabajadora social en la primera parte, después de haber cometido los primeros tres asesinatos. Pero sí existo, le dice, recordando los carteles que habían pegado por la ciudad con el rostro de Carnaval, que era realmente su nombre de payaso, y no Joker, como ciudad Gótica lo bautizó; algo que dice poco antes de que la trabajadora social le informara que el gobierno había hecho algunos recortes, que trabajo social era uno de ellos, y que esa era la última vez que recibiría sus medicamentos. Un personaje creado desde el imaginario colectivo que espera al héroe que no es, y que en la segunda parte queda al descubierto como el Arthur Fleck que realmente es, y si bien a muchos nos había quedado claro eso desde la primera parte, razón por la cual era innecesaria esta secuela, al parecer a muchos otros no; y he ahí la justificación de la redundancia que el director terminó por hacer, después de ver la cantidad de ceros en el cheque: una burla, dicen, y en eso quizá tengan razón, sin que eso, para mí, que la vi más que una secuela como un final aparte, le quite la belleza.
<<Que es un mensaje de que las revueltas no sirven, que no debemos revelarnos al sistema>>, es otra de las cosas en las que coinciden, pues lo que esperaban ver al final era a un Guasón riendo en la silla eléctrica desprendiendo con sus descargas la esencia de un poder caótico que acabaría con él (sistema), como si eso fuera posible de esa manera, cuando en la secuela lo que sucede es que muere como cualquier preso puede morir en un sistema penitenciario común y corriente.
<<Que la falta de química en la pareja es decepcionante. Que el horrible acto sexual que sucede en la celda da asco>>, como si no entendieran que precisamente eso era lo que Todd Phillips, (al que el personaje del Guasón y de Harley original le importan un carajo), quería trasmitir.
…comprobamos lo indiferentes que podemos ser como sociedad
A folie à deux, según la IA,, es un trastorno mental poco frecuente que se caracteriza por la transferencia de ideas delirantes entre dos o más personas que tienen una relación cercana; pero yo no creo que sea poco frecuente sino todo lo contrario, y si bien hay locuras que influyen más que otras, a propósito de lo que Benjamín Labatut dice en la cita que usé arriba respecto a los personajes que han estado ganando terreno como dirigentes, lo cierto es, que vivimos en un mundo delirante, que la gran mayoría estamos vulnerables, que en cierto modo todos tenemos algo de Arthur Fleck, y que cada que pasa el tiempo comprobamos lo indiferentes que podemos ser como sociedad, a la que nos acostumbramos cada vez más fácilmente; o como diría mi amigo Río: somos un triunfo del sistema. Vigilados hasta lo más profundo, con algoritmos que rigen la ola en la que nos subimos, quién sabe a dónde iremos a parar.
Ojalá que mi muerte valga más que mi vida, decía una de las notas en el diario de Arthur Fleck. Pero ni su vida ni su muerte valieron de nada; ciudad Gótica siguió siendo la misma, al igual que el mundo detrás de la pantalla. Pero para eso precisamente es el arte y la ficción, para recorrer los lugares más recónditos de nosotros mismos, lo que debería servir para sacar nuestras propias conclusiones. Cierto que está muy lejos de ser mejor que la parte uno por no tener novedades significativas, pero también está lejísimos de ser una basura, como la totalidad de los influencers han dictaminado. Pueden verla o no, puede que les guste o no, pero que no sea porque la ola que se fue reproduciendo a sí misma con una sola opinión los haya sometido a un juicio, a mi parecer injusto.
Por Lorenza Val
https://www.facebook.com/profile.php?id=100008834703899
¿Te quieres anunciar en o suscribir a la revista cultural más pujante del noroeste mexicano?
