Abran boca y semana con este cronicón del Afonso Brevedades ? ?

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Ciudad de México.-

Fue Elías Canetti el que escribió que uno de los mayores temores de los hombres es a ser tocado por un desconocido, al primer acercamiento del extraño intenta recuperar la distancia perdida. Si es él quien roza la humanidad ajena, de inmediato pide disculpas y se retira. No obstante, nos advierte el pensador búlgaro, solo en medio de la masa los individuos omiten aquella amenaza, en cambio traban conversación con el que va a su lado, sonríen al de más allá, entienden que sus cuerpos mínimos hacen parte de algo más grande que lo abraza todo. Esto tiene que ser verdad, al menos así parece: la Glorieta del Ángel de la Independencia no resiste la presencia de 250 mil personas que han venido a celebrar la Marcha del Orgullo LGBT CDMX 2022, así que ocupan el largo de la Avenida Reforma y desde sus posiciones lanzan vivas, aplaude, bailan, besan, saludan a cuanta cámara les apunta y sonríen, sobre todo sonríen. Es mediodía y los espacios libres se reducen a nada, los cuerpos no tienen mucha oportunidad de conservar las fronteras del espacio vital, entonces el brazo de uno tienta el del otro, ya no se disculpan, quizá a eso vinieron.

Todas las calles desembocan al punto de encuentro, llegan con el maquillaje abundante, exhiben sus cuerpos tanto como quieren o como pueden, sus cubrebocas son del multicolor que los identifica, asimismo sus banderas. La chica viene cogida de la mano de su novia, el chico le da un beso a su novio, dos tipos altos y blancos empujan una carriola donde un bebé juega con una sonaja, alguien más extiende una cartulina con la leyenda “abrazos de mamá” y la mamá viene a su lado dispuesta a quien diga “yo quiero uno de esos”. En fin, vienen solos, acompañados, reconocen a alguien y tras un breve saludo hacen el corro y deciden marchar juntos; nadie está realmente solo aquí. No podía faltar la vendimia de playeras, diademas, banderas, antifaces, artefactos sex shop y por ahí también se ofrecen “besos gratis”. Hay una buena cantidad de extranjeros y junto con los nacionales están soportando el quemante sol de pasado mediodía: aparecen las cervezas y el alcohol.

El registro es abundante: los fotógrafos profesionales van de aquí para allá, enfocan y clic, buscan el movimiento sexi del chico del carro alegórico y clic, regresan por donde vinieron porque acaban de escuchar un barullo y no quieren perderse de nada. Los demás usan sus celulares, se hacen autofotos y piden permiso al travesti que acepta gustoso. Las cámaras de video están a la distancia, sus lentes de alto alcance les permite subirse en lo alto de las camionetas de las televisoras para las que trabajan y no sufren el atropello de la masa que ya no espanta, ahora abraza y hace sudar. Realmente parecen felices. 

Yo también voy de aquí para allá, no con la prisa de aquellos que quieren inmovilizar lo que aquí no para de fluir. Le pregunto a un par de chicos si me dejan hacerles un retrato, “claro, por qué no” responde amable uno de ellos, entiendo que habló por los dos, posan y no me lleva más de cinco segundos, agradezco y sigo haciéndome paso por entre la gente. Cada vez es más complicado, sobre todo porque están ellos, los que han acudido a la marcha, pero también están los otros, los espectadores, que ocupan las aceras y desde ahí sonríen, comentan, se burlan, aplauden, advierten algún detalle y le dicen al que está a su lado “ya viste” y señalan con el dedo y los dos se rompen a reír. Ciertamente, se trata de la extravagancia: observo a un chico con sombrero texano, maquillado en exceso y con la barba completamente cubierta de brillantina, desnudo del torso, en tangas y unas botas vaqueras. A él no parece importarle, no es el único con esa guisa, más allá hay alguien disfrazado de charro, todo el atuendo luce extraordinario, salvo que a la altura de sus nalgas no hay nada que lo cubra y basta con esperar a que avance un poco para darse cuenta que no lleva ropa interior. El alcohol ha comenzado a correr y el calor exige refrescarse, los estragos ya se están notando, alguien no aguantó más y cubriéndose con la bandera multicolor vomita al pie de uno de los tantos monumentos que adornan el paseo.

En la vanguardia están los colectivos, lanzan consignas inteligentes y desde los parlantes le hablan a los que han venido a celebrar la fiesta de la diversidad. La salud sexual, la inclusión, los asesinatos, los derechos y las responsabilidades. Estos son los ejes de las intervenciones, ellos escuchan atentos y entienden el mensaje, aplauden y demuestran así que están de acuerdo que sus exigencias vienen acompañadas de no pocas responsabilidades. En la retaguardia están los carros alegóricos patrocinados por marcas importantes, traen instaladas bocinas de alta potencia y la música no para de sonar, asimismo el baile, desde arriba saludan a un público que ha venido a verlos pero que también quiere acompañarlos.

 

Desde Chapultepec hasta el Ángel ya no cabe nadie. Son las cuatro de la tarde y los contingentes no se han movido. No van a caber en el zócalo capitalino. Se comenta en las redes que mucha gente ha decidido adelantarse porque quieren estar en primera fila para el concierto. Estoy indeciso entre esperar a que avancen los carros alegóricos o mejor caminar hasta enfrente, alcanzar Avenida Juárez y desde ahí seguir observando. “Si me quedo aquí me voy a perder del resto” pienso y me pongo en marcha. En mi recorrido voy haciendo fotografías, hago algunas anotaciones, interpelo a cualquiera que me pueda ofrecer algunas palabras: “con lo del rebrote de Covid pensé que tampoco este año habría marcha” me comenta uno de los asistentes, las dos versiones anteriores fueron virtuales debido a la pandemia, y si bien en las últimas fechas se han registrado algunos miles de casos y varias muertes por esta enfermedad, el gobierno capitalino decidió celebrar y resguardar a los contingentes. 

De pronto me veo en medio de la masa, me abraza fuerte y no puedo moverme. En mi mochila traigo mi equipo de trabajo y temo que sufra una avería por la presión que siento por todas partes. Quizá Canetti descontó a los que estamos aquí observando para después contar una historia sobre un miedo que desaparece cuando entre uno y otro no hay espacio habitable. La masa nunca satisface su apetito, dice el escritor, siempre que hay alguien no incluido quiere absorberlo, porque la masa que hay aquí es una abierta de brazos que puede recibir a quien quiera, pero succiona a quien está a su alcance. Mientras tanto, dependo de que la chica de enfrente se mueva un poco para que yo pueda pasar y buscar un espacio libre que pueda llevarme a la acera. Le pido permiso, el volumen no ayuda mucho. Toco su hombro y no voltea, el umbral es demasiado alto en el interior de la masa, no tengo más opción que forzar mis pasos y solo así ella cae en la cuenta de que estoy pidiendo ayuda: “disculpa, no sentí nada” dice y un movimiento suyo crea el espacio suficiente que necesito para salir de ahí. No me estaba sintiendo en peligro, la cosa es que yo no estoy bailando, ni saltando, ni queriendo hacer contacto visual con una chica atlética que mueve las caderas en lo alto del toldo de la unidad adornada. Quizá soy un intruso que estropeaba el ritmo que la masa ha adoptado cuando las partículas humanas tienen el mismo propósito.

 

Los contingentes alcanzan Bellas Artes y se enfilan por las calles que desembocan en el Zócalo. La policía ha creado una frontera entre los que vienen a ver y los que enfilan su llegada a la plaza mayor. O sea, están ellos, felices porque las tienen claras, pero también están los otros que a ratos son espectadores pasivos, no obstante, cuando ven bailar o lanzar consignas les aplauden y quizá ahí se sienten parte de esa mole que se ha tomado el centro de la ciudad. Se trata de una profecía disidente: no hay calle que no desemboque en la plaza desde donde se aspira a ocupar las instituciones. Hacia allá van y lo están haciendo bien. La música no para, rebota en las paredes de los altos edificios que hay sobre Avenida Juárez. En los bares de los pisos superiores han colgado banderas de inclusión y desde los balcones se pueden ver bailarines que se contonean y desde aquí abajo les lanzan piropos y gritos de “llévame contigo”. Yo me cuelo a los contingentes porque me he enseñado que sólo en el interior de esa “bestia social” puedo entender algo más: él le dice a ella “a la cuenta de tres gritamos juntas” y así sucede, gritan, otro más descorcha un Brandi y sirve a sus compañeros, después se empina la botella y puedo ver el chorro que cae en su boca, todos se ríen a caer y más allá le exigen “que reparta, que reparta” y reparte. 

La masa se aprieta cuando entra a la Avenida 5 de mayo, el codo a codo ahora se convierte en un cuerpo a cuerpo, aliento al aire que se respira en común a pesar del riesgo. Cada vez está más cerca de alcanzar su objetivo. En el piso hay botellas de cerveza vacías, en el aire se percibe un olor a mariguana y a cigarro recién apagado que se mezcla con esa sensación que es previo a antes de llover. Ya casi son las seis de la tarde y el cielo se ha puesto oscuro. “Tú también eres, pero todavía no lo sabes” le gritan a un par de obreros que no pueden seguir laborando porque el orgullo ha ocupado cada uno de los espacios de la vida cotidiana, se trata, tal parece, de la irrupción de la norma para que se noten las alternativas. Alguien grita “ayuda, mi amiga se desmayó”, ya son varias las horas desde Chapultepec y entre el sol, el alcohol y la caminata, la empresa no iba a ser sencilla. “Bájenme, quiero seguir” suplica a dos policías que lo llevan cargando y que hacen caso omiso, el equipo móvil de la Cruz Roja ya lo asiste. Le aplauden, le dicen que se cuide y que le van a mandar la ubicación “para que nos alcances”. La Plaza del Zócalo de la Ciudad de México está a reventar, no cabe nadie más, pero los contingentes no meten freno: los cuerpos siguen apretándose unos contra otros. Vaya, sí, caben todos. 

Hay dos escenarios gigantes, música de banda y de reguetón. Los influenciadores han mandado saludos y sus monólogos tienen el toque de la superación personal, de la autoconfianza y el mensaje de que “salir del clóset es decisión tuya y de nadie más”. Todos parecen estar de acuerdo, la ola de aplausos y los vivas buscan el viento y rebotan en las paredes de los antiquísimos edificios que están siendo testigos del acontecimiento. Nuevamente necesito salir de la multitud y esta vez se vuelve un poco más complicado. Estoy muy cerca del asta de bandera, eso quiere decir que hacia donde me quiera mover me espera un buen recorrido. En esta ocasión sí me toca dar un par de empujones, alguien se molesta y me exige tener más cuidado, pido disculpas y me disculpan, me toma cerca de media hora llegar a la bocacalle de Avenida 20 de noviembre. Respiro aliviado y anoto en mi libreta, hago unas fotos y comienzo a pensar cómo me puedo regresar a casa. Por todos lados vienen llegando los contingentes, traen a sus perros disfrazados, a sus hijos en el hombro haciendo capa con la bandera multicolor, han colgado detalles alusivos a sus bicicletas y beben cervezas, desde mi posición se puede ver la plaza hundida y ese humo rosa que choca con la luz del escenario… maravilloso, el carnaval del orgullo de este año ha comenzado y no veo que tengan la mínima intención de meter freno de mano, al menos no esta tarde que ha comenzado a llover y sopla un viento frío que podría augurar mejores tiempos para “todes”.

Texto y fotografía por Afonso Brevedades

Sobre el autor

Juchitán, 1983. Es psicólogo y escritor. Ha publicado tres novelas y coordinado dos antologías de ciencia ficción. Sus ensayos, crónicas y artículos académicos se han publicado en revistas nacionales e internacionales. Ha impartido talleres y conferencias en países de América Latina. Actualmente radica en Colombia.

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