La semana pasada, viernes 17 de febrero para ser exactos, pasó lo que no había pasado desde hace cierto tiempo acá en los barrios californianos donde vivo: una tormenta de lluvia. De esas donde cae agua mojada desde los cielos porque, como dijo una vez Don Chon, “está llorando el niño dios” (ha de ver traído una lloradera el beibiyisus para la magnitud de lluvia que se suscitó).
Les cuento que el río Los Ángeles se desbordó en ciertas áreas, hubo deslaves en las montañas de Santa Mónica, hubo marea alta y violenta en el puerto de Long Beach, residentes de la ciudad de Glendale perdieron sus servicios de luz, teléfono y cable por más de 12 horas, y, en un vecindario de Studio City (donde viven los famosos©), una calle residencial se convirtió en sumidero, al punto de ingerir dos automóviles con todo y pasajeros.
Y todo eso que estoy relatando nomás en el área metropolitana de Los Ángeles y en las áreas contiguas del Valle de San Fernando. En otras partes del estado la cosa fue peor, como en Oroville, en el norte de California, donde una presa entrada en años, débil, en proceso de erosión natural sus causes de emergencia, cansada de no ser apreciada por los derechohabientes que habitan sus faldas, decidió darles una llamada de atención en forma de pinchecientos (quizás hasta pinchemil) litros cúbicos de agua, los cuales en unísono primero se desbordaron –como la raza queriendo dar el típico portazo en aquel 2003, cuando Los Fabulosos Cadillacs fueron a Hermosillo por primera vez– y después derramados por causas de emergencia ya entrados en sus procesos de erosión natural –similar a la raza esparciéndose por callejones y patios cuando llegaba la chota a parar un toquín en la frontera Los Arcos/Las Granjas (Hermosillo ca. 2003-2004).
Bueno, antes de que se me acaben las alegorías y metáforas, fue tanta el agua que hasta goteras hubo en mi escritorio y en la suite ejecutiva de mi jefa (executive lakosztály para ella, puesto que es húngara). “¡Ah, jijo! ¿Y eso que tiene que ver?” dirán algunos. Bueno, lo que pasa aquí, es que yo trabajo en un noveno piso de un edificio de negocios de 12 pisos… O fue mucha el agua, al punto de tener la fuerza de inercia suficiente para gotear por cinco pisos, saltarse uno y luego estancarse (bien me dijo la recepcionista en su spanglish de El Monte, California, “es que it was coming down del techo, pero bien weird, seis, ocho, nueve y ten through eleven estaban leaking”), o eran de esas goteras de ingeniería alemana: eficientes y de tecnología verde. Gott muss wissen…
Quizás era un augurio o un presagio. O si no le entra al rollo esotérico, podríamos llamarle una epifanía. No estoy cien por ciento seguro de cómo llamarle, ya que solamente tengo la información de mis experiencias. Y para intentar explicar lo anterior, me brinco de tema y de país, y comparto que Paco Palencia no me ha regresado las llamadas. Y es que sucede que a él también le llovió. Bueno… ¿o habrá sido al PioJulk Herrera a quien le llovió?
El caso es que el día domingo 19 de febrero, después de la tormenta en California, hubo una lluvia casi torrencial en la Ciudad de México. Específicamente por ahí de la avenida Insurgentes Sur, ya saben: en Ciudad Universitaria. Fue de esas lluvias que caen en un área determinada, y en este caso, un área como de 105 por 68 metros, a la cual hasta se le podría llamar cancha del Estadio Olímpico Universitario. Y aunque no fue líquida, sí fue redonda la lluvia, ya que a final de los 90 minutos, el balón número 5, oficial de la liga, se había incrustado en las redes tanto de canes como de felinos: Xolos 3, Pumas 3.
Curiosamente, o por lo menos en lo que me ha tocado escuchar a esos sabios del deporte que habitan ESPN Deportes, Fox Deportes, Azteca América, y el despacho deportivo del Arizona Rancher’s Journal, casi siempre todo se reduce a “errores” (o a concierto de) cuando un partido termina con un marcador abultado de tal manera.
No puedo decir que tal encuentro haya sido un despliegue de talento y calidad entre el equipo capitalino y el equipo fronterizo. Sin embargo, fuera del gol que abrió el marcador del encuentro (donde Darío Verón expuso a su propio arquero de manera gacha –como cuando te engaña la novia de la preparatoria y sacas el tema al aire cuando estas comiendo con su familia), y, en mi opinión, fuera del segundo gol de los Pumas, no fue un encuentro repleto de errores catastróficos y de mala calidad.
No, tampoco estoy diciendo que haya sido el mejor juego que la liga mexicana ha visto en la última década. Un primer tiempo donde el único punto de conversación fue el gol de casi media cancha por parte de los Xoloitzcuintles, y un segundo tiempo donde sí hubo acción y, casi casi de la nada, los Pumas remontaron un déficit de tres goles para que terminara el partido como empezó: Nada para nadie (aunque el fundamento científico de esa frase mienta, ya que al menos se llevó un punto cada equipo, y tres goles a favor… y tres en contra, que sí es algo). Ahora que con esas peripecias y emociones, ¿cómo no los van a querer sus aficionados?
Personalmente pienso que, errores y todo, sí hay calidad en la liga, y en los últimos 5 años (que en la liga mexicana de fútbol asociación equivalen a 10 torneos), han existido dos equipos con un estilo de juego y filosofía claramente definida. Me refiero a los Xolos y los Tigres del “Tuca” Ferreti. Sí, Santos Laguna bajo Pedro Caixinha, León bajo Gustavo Matosas y el Amé del Piojo, tuvieron sus momentos de estilo sustancioso y juegos entretenidos; sin embargo, fueron momentos de una, dos o tres temporadas cuando mucho. Y hay también que recordar que a final de cuentas, ese último equipo que mencioné siempre termina perjudicando a su progenitora.
No obstante lo sucedido, ahí quedó el marcador, y como decía la canción de niños en mis tiempos: “ya salió el sol, se secó la lluvia, y Wisin (sin Yandel) la araña otra vez perreó”.
Dije curiosamente hace un par de párrafos y el doble de enunciados, porque a final de cuentas (aunque no le guste al basquetbolista Kyrie Irving) vivimos en un globo terráqueo, lo que implica que un patrón climatológico viajará de un lado a otro. Y se dio el caso de que este conjunto de cumulus nimbus y humedad atmosférica viajó con un sentido geográfico de escuela pública americana en Arkansas: “Están los Estados Unidos, luego México, luego Rusia, Honduras, Corea del Norte, África, los jardines colgantes de Babilonia y Europa”. Y todo en el mismo continente: así andamos.
Curioso que la misma lluvia, o similar pues, que bañó a propios y ajenos en CU fue llamada “festín de errores”; mientras que la misma lluvia, pero precipitándose en Inglaterra o Alemania, se traduce a “un clásico instantáneo de la Champions”.
Así estuvo la cosa: dos días después del 3-3 mexicano, Tlaloc y Voit-zil (dioses de la lluvia y la número cinco respectivamente, de acuerdo al Popol Vuh) nos regalaron un Manchester City 5, Mónaco 3, en el estadio Etihad, sede de los actuales pupilos de Guardiola. Mientras que en BayArena (estadio construido con base en instrumentos de precisión y aspirinas), en Leverkusen, Alemania, un juego que pudo terminar nuevamente en paridad 3-3, terminó en un 2-4 a favor del Atlético Madrid, que visitaba la casa del Bayer Leverkusen.
Pero ahí sí, todos a celebrar. Hasta en el Arizona Rancher’s Journal se caían las palabras de las páginas anunciando la, históricamente, mejor jornada de Champions en la época moderna (similar al periódico Imparcial –ni tanto, eh– cuando ganan los Naranjeros).
Puede que tengan razón (hasta cierto punto nomás, porque sigo pensando que los encuentros ida-vuelta que nos regalaron el Bayern München y la Juventus a estas alturas, pero de la Champions pasada, fueron, y serán, irrepetibles e inolvidables: 6 a 4 global a favor del equipo de Baviera después de tiempos extras). Sí fueron juegos de vértigo, como diría Zague Zaguinho (no el lobo solitario); sí fueron juegos que se jugaron hasta los 90 minutos, como indica el reglamento; sí fueron juegos con entradas “justas y viriles”, como dice Mario Kempes “El Matador”. Pero, también hubo errores… y dos que tres horrores.
Los Citizens se las vieron cuesta arriba contra los del principado (AS Monaco FC), viéndose rápidamente abajo en el marcador. El defensa central John Stones jugó como si jugara para el Zacatepec en los 80’s, y fue, en un 70-80%, culpable de una (o dos) anotaciones del club… ¿francés? Ah, pero no todo fue al tiro para los de la tierra de los casinos, ya que Le Tigre Falcao (quien está teniendo una temporada más de fénix que de felino) tenía todo para sentenciar el partido a favor de su club, pero en un horror curioso desde el punto penal (curioso, ya que el árbitro tuvo que silbar tres veces antes de que Radamel nerviosa e inseguramente se decidiera a cobrar) dejó el partido en 2-1, teniendo todo para, posiblemente, sentenciar el partido en lo que hubiese sido un 3-1.
Por su parte, en el duelo entre colchoneros y las aspirinas verdes, o chicharinas, se notó la carencia de vértigo, de jugar los 90 minutos, y de entradas “justas y viriles”. Se podría argumentar respecto a la calidad del Pumas-Xolos o del City-Monaco, pero, en mi opinión, que nuevamente no es la de un profesional sino la de un aficionado, Bayer-Atleti contó con unos diez o quince minutos (no continuos) de buen juego dentro de todo lo que duró el partido. Como usualmente lo hacen bajo Simeone, el otro equipo de Madrid anotó a base de contragolpes y gracias a la ayuda de un horrible intento de despeje del defensa austriaco Aleksandr Dragovic (quien después ayudó a cavar más la tumba, regalando una falta dentro del área). Los mejores minutos del partido tomaron lugar en el segundo tiempo, fue ahí cuando ocurrió la jugada decisiva: un tiro de Javier Hernández despejado casi en la línea de gol por Filipe Luís. Ahí pasó todo de un posible 3-3 a un 2-4, dejando en la cuerda floja a los alemanes y, por consecuencia, a su técnico Roger Schmidt.
Entonces sí, como toda tormenta: momentos fuertes y después amainó. Para prueba están los partidos de la Juventus contra el Porto y de Sevilla contra Leicester City, que no fueron malos, pero ya después de tanto aguacero, como que no traían la misma presión atmosférica para seguir dándole los pobres.
Y no lo digo para exponer a unos y otros, diciendo: “es que cuando llueve, tiene que llover así”. No’mbre, si va a llover (sean goles o agua del cielo o un líquido sospechoso desde la grada), que dejen llover. A veces son tormentas terribles las que caen de manera constante y tupida, a veces son aguaceros rápidos que inundan calles en los cinco minutos que dura la precipitación, a veces son vasos llenos con un vago olor a amoniaco, y a veces parece que está cayendo un aguacero terrible… y cuando sales te das cuenta que ni se lavó el carro ni se mojó la ropa.
Aunque finalmente no importa si fue en Los Angeles, Manchester, el DF o los jardines colgantes: la lluvia va a ser lluvia, aunque puede que entre acá y allá exista una diferencia de pH; pero, eso sí, el cielo es el mismo después de la lluvia…
Ya lo dijo Rubén Blades en su canción Aguacero:
«Norte claro y Sur oscuro; aguacero viene seguro».
De puntillas, para que no duela, mi recuerdo trae la voz de abuela:
«los años nos hacen libres, o prisioneros».
Un vaso medio vacío también está medio lleno.
La vida es una ventana, o un basurero,
según el punto de vista que defina el pasajero.
Viene el agua, nos anuncia el trueno.
Parpadeando se derrama el cielo….
Y después se viene la fiesta bajo la lluvia, con pasos chéveres que se le abren la puerta a la cachondería: Claro oscuro, gris silencio. Esperanza: hoja al viento. Huele a agua y hoy, de nuevo, nuestro barrio respira cielo… bienvenida la lluvia, pues: de agua, de goles, de recuerdos…
Texto y fotografía (la vista área de Los Angeles, CA) por Alí Zamora
Fotografía de portada by AFP