¿A qué se debe el resurgimiento del cine religioso? En esta temporada, cercana o un poco a la distancia de la semana santa, la cartelera ofrece cintas que resultan confesionales o bien, que resaltan algún aspecto de la espiritualidad cristiana.
El género devoto encontró una piedra de toque con La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004). Debido a su éxito, nuevas películas con temas bíblicos llegaron a la pantalla. Más fieles a la tradición de Hollywood, con grandes presupuestos y presunciones épicas, resultaron atractivas para los espectadores. Un ejemplo de esto, Noé (Darren Aronofsky, 2014).
Así, Pablo, apóstol de Cristo (Andrew Hyatt, 2018) es un filme que sigue la línea iniciada por María Magdalena (Garth Davis, 2018) y que apuesta por la propagación de la fe a partir de producciones dignas, pero que aún le hablan, de manera principal, a los conversos.
Si bien es cierto, María Magdalena realizó un esfuerzo por dirigirse al público en general, gracias a sus claves en sororidad, independencia y feminismo, Pablo, apóstol de Cristo, insiste en apegarse demasiado a los estudios bíblicos, descuidando la narrativa cinematográfica.
No logra bajarse del púlpito. No conecta con los no creyentes.
Pablo, apóstol de Cristo es la historia de Saulo de Tarso, figura relevante durante el nacimiento y los primeros años de la Iglesia Católica.
Pablo (James Faulkner) ha sido acusado por el emperador Nerón de haber provocado el incendio en Roma. Está preso. Espera su muerte.
En semejantes circunstancias recibe las visitas de Lucas (Jim Caviezel), relator de evangelios y ahora cronista de los viajes y las experiencias de Pablo en una época de persecución y destrucción a los cristianos.
El desarrollo de tres tramas en esta cinta pretenden enriquecer la producción, aunque no todos los argumentos en Pablo, apóstol de Cristo, correrán con la misma suerte.
La presencia de Caviezel establece un nexo inmediato con La pasión de Cristo, toda vez que se recuerda su brutal y sangriento protagónico.
Los largos diálogos entre Pablo y Lucas en la mazmorra romana pueden resultar densos y pesados. Una fotografía puntual, en claroscuro bizantino, da una dimensión casi documental a la película, pero crea ambientes claustrofóbicos, no tanto por los espacios presentados, si no por el tiempo que a esta parte se le dedica.
Es un via crucis.
Por supuesto, la epifanía paulina en Damasco encuentra una representación puntual, aunque no muy conmovedora.
Los cristianos acosados en Roma por el emperador deben decidir si huyen de la ciudad o permanecen para ayudar a quienes son marginados y reprimidos por la autoridad. Éste capítulo significa lo más interesante en Pablo, apóstol de Cristo. Junto a Aquila (John Lynch), líder de los religiosos, Priscila (Joanne Whalley) piensa y actúa de manera inteligente, valiente y decidida.
Un claro liderazgo femenino en la película de Pablo, quien estableció el veto femenino hacia la ordenación y otros ministerios dentro de la Iglesia.
Por último, la trama que involucra a Pablo, Lucas y a Mauritius, el carcelero imperial (Olivier Martinez) es la muestra fidedigna y perecedera que, al fin y al cabo, todo termina por resolverse cuando logramos hacer a un lado aquello que nos divide y establecemos un acuerdo a partir de lo que nos une. Y eso ocurre, por lo general, entre los líderes. En la élite.
La fe mueve montañas. Pero más nos mueven nuestras propias necesidades y conveniencias.
El mensaje de Pablo, el apóstol de Cristo se vuelve pertinente al recordar nuevos asesinatos de religiosos y misioneros – como el ocurrido en 2016, en Yemen – a manos de la barbarie del fundamentalismo islámico.
La Arquidiócesis de Hermosillo ha convocado a los fieles católicos para que asistan a Pablo, apóstol de Cristo. Salas llenas, desde su estreno, confirman el carácter devoto de este filme.
¡Qué curioso es ver madres religiosas ocupar sus asientos mientras disfrutan la proyección comiendo palomitas!
Por Horacio Vidal