Hermosillo, Sonora.-

Se proyectará este viernes 2 de mayo a las 17:30 y el sábado 3 de mayo a las 20:00 en la Cineteca Sonora. Por tal motivo, le damos su merecida reseñada con el fin de animarle e invitarle a ver esta interesante historia.

En La cocina, el director mexicano Alonso Ruizpalacios desciende al corazón invisible de Nueva York para narrar la vida de los trabajadores migrantes que sostienen, sin reconocimiento, el funcionamiento diario de la ciudad. Rodada en un blanco y negro que refuerza la sensación de encierro y anonimato, la película se ambienta en la cocina de un restaurante en Times Square, espacio claustrofóbico y frenético donde se cruzan tensiones culturales, jerarquías laborales y afectos contenidos. Desde allí, Ruizpalacios construye un retrato inquietante y conmovedor de quienes habitan el reverso del sueño americano, ese que se mantiene en la sombra mientras la superficie brilla.

El protagonista, Pedro (Raúl Briones), es un cocinero mexicano indocumentado que intenta sobrevivir en un sistema que lo margina, mientras mantiene una relación ambigua con Julia (Rooney Mara), una camarera estadounidense embarazada que también parece atrapada en su propio limbo. La vida de Pedro se define por la urgencia: largas jornadas de trabajo, el envío constante de dinero a su familia, el miedo a ser deportado, y la dificultad para adaptarse a una cultura que lo consume, pero no lo acoge. La cocina, con su ritmo agotador y su atmósfera opresiva, se convierte en una metáfora perfecta de su existencia, donde el tiempo es vertiginoso, los afectos se cocinan a fuego alto, y el margen de error es una amenaza constante.

desconcertante o incluso excesivo para algunos

Uno de los mayores logros del filme es su capacidad para traducir el caos emocional y físico del entorno laboral en una experiencia cinematográfica envolvente. La cámara viaja entre estufas, vapores y cuerpos en movimiento, generando una coreografía precisa que no permite al espectador escapar del vértigo. Por momentos, la narración se vuelve subjetiva y hasta onírica, enfatizando el desborde mental de los personajes. Aunque este estilo puede resultar desconcertante o incluso excesivo para algunos, en realidad funciona como un lenguaje expresivo que transmite, más allá de la trama, una sensación de asfixia, agotamiento y deseo contenido que define la vida de quienes habitan estos márgenes.

El enfoque visual, centrado en el blanco y negro, no solo estiliza el relato, sino que lo vuelve más político: contrasta el glamur superficial de la ciudad con la crudeza de sus sótanos, sus callejones, sus espacios tras bambalinas. Estos lugares, literalmente ocultos, albergan una comunidad de trabajadores migrantes que provienen de distintas latitudes y que, a pesar de sus diferencias, comparten una misma condición de invisibilidad. La cocina del restaurante se presenta así como un microcosmos del sistema económico actual: todo debe salir perfecto para el cliente, pero nadie quiere ver —ni pensar— en quién está detrás del plato servido.

El vínculo entre Pedro y Julia aporta una capa íntima y contradictoria al relato, pues no se trata de una historia romántica convencional, sino de una relación atravesada por la precariedad, la incertidumbre y las diferencias culturales. Ambos personajes están atrapados, pero no de la misma manera: mientras él lucha por conservar su trabajo y su permanencia, ella parece buscar un anclaje emocional en medio del caos. Su relación, frágil e intermitente, refleja las contradicciones de un entorno donde todo se vive con intensidad pero nada parece poder consolidarse. En ese sentido, el amor también forma parte de esa cocina emocional que hierve, se contamina y, a veces, se quema.

La cocina es, en definitiva, una película necesaria que se atreve a mostrar el revés del espectáculo urbano y gastronómico. Sin caer en el panfleto, expone con claridad la explotación laboral que sufren millones de migrantes en Estados Unidos, especialmente en sectores donde trabajan sin derechos, en condiciones durísimas, y con la amenaza constante del reemplazo o la deportación. Ruizpalacios no solo documenta esta realidad, sino que la dramatiza con inteligencia, sensibilidad y una notable destreza formal. La cocina se vuelve entonces símbolo de todo aquello que sostiene el sistema desde abajo, sin aplausos, sin nombre, sin tregua.

No es una película sencilla ni complaciente, pero sí profundamente humana y divertida. Su intensidad formal y narrativa puede incomodar, pero es precisamente en esa incomodidad donde reside su fuerza. La cocina obliga a mirar de frente la realidad oculta de millones de trabajadores migrantes que sostienen la vida cotidiana de ciudades como Nueva York desde la invisibilidad, el agotamiento y la precariedad. Con esta obra, Ruizpalacios nos recuerda que lo que ocurre fuera del escenario principal —en los pasillos, los sótanos y las cocinas— también merece ser contado y atendido.

La cocina (2024)

Dir. Alonso Ruizpalacios

Sobre el autor

Adrián Mercado Islas es mexicano de nacimiento y chicano por naturalización. Dedicado a la interpretación (inglés-español) en tiempo real. Licenciado en Historia por la Universidad de Sonora. Vehemente amante del cine y haciendo sus pininos en esto de las reseñas.

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