Hermosillo, Sonora.-
Inquieto como es, el Óscar Mayoral se aventuró en una empresa musical por demás sugerente, de la cual surgió el trabajo que da título a esta publicación: Suite sonorense: la gente del sol. Con ese motivo lo entrevisté recién, pero antes los invito a picar el link para que escuchen los sonidos que aquí nos tienen. Bienvenidos.
https://strettomusica.bandcamp.com/album/la-gente-del-sol-suite-sonorense
1.- A ver, Óscar, ¿cómo surgió la idea-proyecto? ¿Fue el arte de la naturaleza el que te inspiró o la problemática linguística-política que acusas? El «lamento», como lo llamas…
Este proyecto empieza a gestarse en mi conciencia desde hace 25 años con mis primeros acercamientos a las músicas de los pueblos originarios dentro de fusiones realizadas por jazzistas de diversas partes del mundo. Primero, fue la idea de crear un jazz que sonara a Sonora. Más tarde fue pensar en una expresión genuina y descolonizada, al margen de lo que se nos enseña y se reproduce en la academia, en los medios de comunicación y en la industria musical. La Suite sonorense: La gente del sol se cristaliza en 2021, subiéndose a las plataformas de streaming. En 2023, vuelve a cobrar vigencia gracias a que es retomada por la Enciclopedia Fonográfica del Jazz en México, obra de Antonio Malacara editada por la Secretaría de Cultura.
La idea de esta suite nace de la reflexión sobre el diálogo permanente entre las culturas, un diálogo en tensión y en eterna búsqueda del equilibrio: frágil equilibrio cuando uno de los interlocutores busca imponer su verdad por la fuerza, como si fuese la única. Incompleto diálogo cuando uno de los participantes niega la voz de los otros, como si no existieran. Imposible reflexión cuando, desde lo más íntimo, nuestra propia conciencia nos pide cerrar los ojos. Entonces ¿por qué hablamos de reflexión, de diálogo y de equilibrio? Porque no hay una sola verdad, porque todas las voces existen, porque esa conciencia, que nos pide cerrar los ojos, no es la nuestra, es la voz de un sentido común impuesto desde las esferas del poder.
Desde mi actividad como músico, advertí lo problemático del diálogo interculural hace algunos años, cuando la trayectoria creativa de mi combo de jazz nos llevó a confeccionar nuestra propia versión de una conocida canción que vive en la comunidad comcáac desde tiempos remotos:
Ai cománave dava sima,
ai cománave dava sima,
sáveda vátama mana cabei
pane dávida bece none
Carlos Chávez incluye esta melodía en su Sinfonía India de 1936; en 1974, Keith Jarrett la graba con su cuarteto de jazz bajo el nombre de Yaqui Indian Folk Song; en el 76, Tehua hace su versión, titulalda I coos (el viento alegre), incorporando una letra en español; con Stretto, en búsqueda de un jazz sonorense la hicimos en 1995, aunque no la grabamos sino hasta el 2013, estrenándola frente a este xepe y para esta comunidad comcáac. Tal fue mi primer acercamiento al universo sonoro indígena. No dudo que fueran buenas las intenciones artísticas y estéticas que en todos estos casos nos movieron a tomar “prestada” la melodía para incorporarla en nuestros diversos lenguajes y utilizarla en nuestra producción musical entablando, de esta manera, un diálogo entre culturas. Sin embargo, desde la distancia reflexiva tomé conciencia de que, a pesar de existir un interés genuino y un respeto expreso por la otra cultura, sin pensarlo, estábamos participando de una práctica extractivista o, dicho de otra manera, de la apropiación cultural que tanto daño ha hecho, sobre todo, a las culturas originarias y a los pueblos que han sido relegados a la periferia de la modernidad.
Aún en nuestro entorno local de convivencia amistosa e institucionalizada, sin darnos cuenta, nuestras prácticas musicales abrían espacio al mito de la modernidad, ese pensamiento centrado en Europa y extendido por infinitos e impensados medios sobre la aldea global, que trata de nombrarlo todo, entenderlo todo, poseerlo todo, salvarlo todo, venderlo todo, dominarlo todo. Posiblemente, desde nuestra inquietud creativa, estábamos dejando de ver el significado de las prácticas ancestrales que se entretejen y resisten a través de los tiempos y de los territorios, alrededor de aquello que para nosotros era solo una melodía.
Es entonces que iniciamos de nuevo la búsqueda de ese sonido sonorense pero ahora con un plan que consistió, primero en escuchar la música más represetativa de los pueblos sonorenses en resistencia; luego, informarnos sobre los significados y las relaciones que guarda ese universo sonoro con otras dimensiones de la vida de los pueblos y su cosmogonía; y, finalmente, integrar nuestra música sin una idea preconcebida, con los sonidos y los instrumentos que conocimos en el camino. El resultado es una colección de danzas (una suite) reinterpretadas desde nuestra perspectiva de músicos con educación occidental en busca de un jazz sonorense que nos identifique a partir de las raíces profundas con las que convivimos en Sonora, encarnadas en las personas de siete pueblos originarios que viven en resistencia. Por eso, la suite se llama La gente del sol, que también es el nombre de cada parte de la obra, pero en la lengua de cada pueblo. Quise nombrarlo así para visibilizar esta diversidad cultural que día con día se va desvaneciendo bajo la falsa promesa de la modernidad.
2.- ¿Qué dificultades topaste en el proceso? Sobre todo del tipo yoremes vs yoris, indios vs blancos, citadinos vs locales…
Este proyecto es parte de una idea mucho más ambiciosa, que incluye un documental en video, una guía organología e iconografía y una propuesta descolonial de escritura musical, además de la interpretación en vivo entre músicos de los pueblos originarios y el grupo Stretto. El principal obstáculo que hemos encontrado es la falta de comprensión y sensibilidad de las instituciones para dar su apoyo decidido, ya que se requiere un grupo de expertos, equipo técnico, extenso trabajo de campo y meses de realización.
El breve resultado que presentamos en esta ocasión abarca solo la exploración musical dentro de un taller que duró cinco meses y la grabación del resultado durante otros dos meses que pasamos dentro del estudio registrando, mezclando, editando y digitalizando los sonidos de los instrumentos como los tenábaris, los jirukiam, los baa-we-hai, los senasos, los sonajos, los cubahí, los grijuutiam, entre otros. De estos, ni siquiera hay un acuerdo acerca de la ortografía de sus nombres, menos de la forma para escribir sus sonidos y describir su ejecución. Tensiones interculturales por supuesto que encontramos en e camino, al no tener permitido grabar ciertas músicas, obtener ciertos instrtumentos o conocer el significado de ciertos cantos, aunque eso no lo considero un problema sino una forma de mantener la dignidad arrebatada por la violencia de nuestra cultura “blanca” que aún hoy trata de apropiarse de lo que no le pertenece.
Por Benjamín Alonso Rascón
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En portada, fotografía de Daniel Loyola en la que se observa a Óscar Mayoral registrando a Manuela Torres, cantora mayor del pueblo comcáac
¡Qué atractivo y necesario trabajo, Óscar! ¡Y la entrevista también, Benjamín! Entre el fragmento que acabo de escuchar y la lectura de la entrevista me provocan una sensación de extraña gratitud y orgullo. Gratitud porque coincido con tu mirada, Óscar, sobre la historia de abusos generalizados y de extractivismo al que las culturas originarias han estado sometidas; de orgullo porque sabiéndote un artista y académico – contemporáneo, confirmo que esta actitud de -digamos- reivindicación social con que envuelves esa obra, es manifestación de nuestro tiempo. Si bien es cierto, no faltan en la academia obras que dignifican el complejo mundo indígena de México (pienso por ejemplo en Los Grandes Momentos del Indigenismo en México, de Luis Villoro, de 1952), debido sin duda a la falta de timing, no alcanzaron a tener los efectos esperados. ¡Ahora, como digo, es otro tiempo! Por otra parte, habiendo sido tú mismo funcionario público del área de cultura, llama la atención tu declaración consistente en la «falta de comprensión y sensibilidad en las instituciones» como obstáculo en este proyecto. Llama la atención porque, me parece, constituye una pieza de evidencia excelente sobre el extravío de las instituciones, en cuanto a lo organizacional y las finalidades que las deberían justificar.
Querido Juan, tengo días buscando el momento de agradecerte los inspiradores comentarios. Como bien dices, a través de esta obra busco plantear mi visión estética y política. Sé que nada será suficiente, pero de algo servirá abrir la conversación. Ahora, mi investigación del doctorado gira en torno al mismo tema y la misma intención de dialogar. Sobre la «falta de comprensión y sensibilidad» puedo decirte que conozco ambos lados del mostrador y es un tema que trasciende las individualidades para explicarse a nivel sistémico. Acabo de escribir sobre esto aquí mismo en Crónica Sonora: http://www.cronicasonora.com/desde-el-colegio-la-cultura-hacia-una-democracia-sub-local/
Te mando un abrazo y espero que podamos intercambiar impresiones en persona y en el espacio público.
Acabo de leer tu última publicación aquí, en Crónica. Presentas ahí una o dos hipótesis potentes. ¡Y mira, a propósito del timing, estoy trabajando un texto cuyo título es «Arte, política, educación: reproducciones locales de un desencuentro estético-conceptual»! Se espera que este material vea próximamente la luz pública. Mientras tanto, me gustaría tomarte la palabra sobre tu idea del intercambio de impresiones, ¡cómo no!