La idiosincrasia entendida como el modo de ser característico de un persona que la distingue de los demás, combinada con el término Idiota que nos proponen Moreno Solinas e Igor Urzelai en el título de su propuesta, nos invita (y en mi experiencia se comprueba durante el desarrollo de la obra) a encontrarnos con un concepto divertido, sugerente, que me hace sospechar acerca de una profundidad política camuflado en la sencillez y naturalidad de la narrativa.
Lo que más aplaudo y agradezco de esta propuesta es la verdad de las presencias en escena, hasta el momento, después de una larga vida profesional en la danza, sigo buscando encontrarme en ese punto como intérprete donde es posible abrir una dimensión escénica rica en significados generada por la acción natural de los cuerpos, sin artificio, sin imposiciones, sin “empujar” nada, confiando y apostando a los tiempos orgánicos implícitos en la construcción del movimiento. Igor & Moreno están ahí.
Sin embargo, ese hallazgo de la acción en presente está enmarcada y sostenida en elementos cuidadosamente concebidos desde los parámetros de la estética, la coreografía y la espacialidad, además invitan a la audiencia a integrarse cómodamente a sus acciones , nos comparten bacanora, brindan con nosotros, se desplazan entre las butacas, nos hablan, comparten cantos populares de sus lugares de origen y nos conectan desde lo más instintivo con ese reiterado contacto con la tierra y el cielo implícito en la acción de saltar , nos hacen sentir el calor generado por los cuerpos y la frecuencia cardiaca.
Terminada la función el público sale con el regalo de haber sido incluido, de haber gozado de las corporalidades, de las atmósferas, de las miradas amables, de las sonrisas. En ocasiones, como sucedió esa noche, la danza puede vivirse como un generoso acto de amor.
Fotografía de Juan Casanova