Las pasarelas de alta costura exponen las creaciones de los diseñadores en un ambiente mayestático. Y envueltas en vestidos de magia, sorpresa e ilusión, las modelos desfilan en actitud sensual, pero al mismo tiempo lucen distantes y frígidas, a lo Hitchcock.
Verdaderos maniquíes humanos sometidos a la colección que se exhibe. La ropa, la elegancia, la extravagancia y el glamour son el verdadero objeto del deseo.
El hilo fantasma (Paul Thomas Anderson, 2017) confecciona así un relato prodigioso. Es la historia del modisto Reynolds Woodcock (Daniel Day Lewis, extraordinario), sastre y desastre al servicio de la aristocracia y la realeza inglesas, durante la década del cincuenta del siglo pasado.
Un mundo de élite donde los lujos han sido transformados en manías, obsesiones y trastornos. La apariencia externa de Woodcock es de cortesía y amabilidad civilizada. Su espíritu es lo contrario. Cruel, edípico y egoísta, es solo un niño que busca siempre salirse con la suya.
Woodcock utiliza a las mujeres. Como sus modelos personales, quizás se acostará con ellas. Después, el taller, la cama y la mesa serán un infierno. Al final, el artista desechará a su musa. Fin de la historia.
Sin embargo, cuando se topa con Alma (Vicky Krieps), Woodcock volverá a tender la trampa sin imaginar que las consecuencias serán imprevisibles e inevitables.
El estilo de Cristóbal Balenciaga – el más importante diseñador de modas español, contemporáneo de Chanel y Dior – desfila durante todo El hilo fantasma en vestuarios magníficos y admirables.
La perfección, la obsesión por el detalle -la marca de Woodcock-, es vigilada y protegida por Cyril, su hermana (Leslie Manville), fiel albacea del emporio construido a partir de las manos de Reynolds.
Las telarañas de Woodcock reclaman un zurcido, un ajuste de medidas. La trampa que puso a Alma provocará una respuesta inesperada, otra emboscada que convertirá el desprecio en amor, la pasión en suplicio y la cura en redención.
Pero será una redención perversa. Jamás anticipada. Ya lo verán.
El hilo fantasma, a partir de su contexto, elabora una mirada interesante a Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), cinta suprema del misterio, la castración y el regreso de entre los muertos.
Aquello que brota entre Alma y Reynolds debe ser amor. El fuego prende a partir de una borrachera tres pisos mala copa que no merece el atuendo entregado por el diseñador: “It’s no business of ours what Mrs. Rose decides to do with her life, but she can no longer behave like this and be dressed by the House of Woodcock”, expresa Alma.
Reynolds cae, rendido a sus pies. “Más te quiero, entre más te pareces a mí”, reza el refrán. Ya lo sabemos.
El hilo fantasma es un largometraje. Proyectará, durante dos horas y veinte minutos, pliegues y encajes en un argumento que presenta a Paul Thomas Anderson como el realizador capaz de atrapar la atención de la audiencia desde el punto de vista de una cámara de cine.
Desde Hitchcock y Visconti, la caída de las telas, el sonido de las texturas, la fineza del zurcido, la vitalidad del color y la elegancia de la creación no había sido filmada con tan delicada precisión.
La música de Jonny Greenwood, habitual en Paul Thomas Anderson, envuelve a El hilo fantasma entre el réquiem y el jazz. Es una voz protagónica en el filme que resulta un ballet concebido para un hombre, una mujer y su tortuosa búsqueda del equilibrio en el amor.
Imposible dejar de comentar que Greenwood es más conocido por ser integrante, con guitarra y teclados, de Radiohead.
Cine y vestuario femenino tienen una larga historia de amor.
Desde los diseños de Givenchy para Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), el vestido blanco de Travilla que lució Marylin Monroe en La comezón del séptimo año (Billy Wilder, 1955), hasta el ajuar rojo de Julia Roberts en Mujer Bonita (Garry Marshall, 1990) o el verde de Keira Knightley en Expiación (Joe Wright, 2007), la pasarela siempre es espectacular.
Desde esa perspectiva, el más reciente filme de Paul Thomas Anderson, entra con haute couture en esa galería.
Aunque si algo podemos aprender de El hilo fantasma es que, sin duda alguna, “siempre hay un roto para un descosido”. Ya lo sabemos.
Por Horacio Vidal