En su labor de evangelización, los jesuitas que llegaron a estas tierras encontraron como es natural una resistencia en los nativos y dadas las diferencias culturales, no pocas veces en sus relatorías afirmaban que luchaban con poderes más allá de lo natural, con los “manejos ocultos del demonio”.

Sobre la muerte del padre Marcos de Loyola, el padre Carlos de Roxas escribió: «…sus males no eran enfermedad natural, sino causada del común enemigo; el Demonio, viéndose vencido de tan valeroso soldado, se valió de un hechicero, que enhechizó al Padre, habiéndole lastimado las narices, de donde, con admiración de todos, echaba el Padre unos gusanos peludos, que le comieron las narices y le redujeron a tan lamentable estado que murió en la misión de Aconchi; pues descubiertas las marañas del hechicero en Teuricachi, se hallaron en una cueva por su confesión varios hechizos, entre ellos el del padre Marcos (…) un muñeco vestido de jesuita con una espina atravesada en la nariz”. Esto lo escribe Bernd Hausberger en La vida cotidiana de los misioneros jesuitas en el Noroeste novohispano.

A simple vista pareciera que el vudú ya había llegado a Sonora mucho antes de la llegada de los españoles. Esto lo traigo a colación, porque es apenas una muestra de las muchas cosas que ocurren en Sonora y que no tienen una explicación sencilla, y claro, sin ir más lejos La Muerte, como un hecho inevitable, viene a ser quizá entre las cosas extrañas la más conocida por todos.

Después de leer el libro de Iván me puse a pensar que si los muertos se decidieran por fin a habitar entre nosotros, o ya no cupieran allá a donde se van, la idea del descanso eterno se vaciaría totalmente de sentido. Los panteones no tendrían más remedio que volverse parques y las tumbas serían al menos unas buenas bancas pálidas.

Es probable que así como entre las razas y los pueblos tenemos diferencias, de igual manera no tardaría mucho la ciencia y la razón objetiva en hacernos ver que lo muerto se nota o que figura como una categoría más. Y así, organizándonos o desorganizándonos según la cultura y la política de cada rumbo, eventualmente tendríamos: barrios a medio morir, ciudades parcialmente muertas, naciones mortalmente vivas, unas más vivas que otras como en todo.

Cabría esperar entonces que los muertos Valenzuela podrían ser amigos de los muertos Biebrich, y a su vez de los vivos Bacasegua, pero quizá no tanto de los Jefferson o Johansson más o menos vivos. Quizá hasta habría un presidente que propondría inteligentemente levantar un muro grandote para separar a  muertos de vivos. Perdón, pero me fue inevitable pensar en Juego de Tronos, aquellos que la ven sabrán que al Norte todo puede ocurrir. Igualito que en esta ciudad.

Por cierto, aclaro que en el libro Después de la niebla no hallé nada parecido a muros, sino más bien todo lo contrario. Lo que sí encontré es que en sus páginas se hace patente que es una delgada línea lo que nos separa del otro mundo. Una muy fina, y es justo aquí donde la pluma de Iván Quintana, tan indiscreta, tan peregrina, es como una confesión acerca de esos rozamientos, esos tactos invadidos, esos lugares, ese jugar con la luz, y esas palabras que se cruzan entre personajes que construyen su realidad no siempre extrañados de lo que les ocurre. No siempre sorprendidos. Algunos como esperando a que los encuentros se repitan una y otra vez.

Alguna vez me pregunté por qué a Iván le gustaba tanto internarse a los panteones a tomar fotografías. La belleza de las modelos en trajes oscuros parecían darme una respuesta, pero no lo explicaban del todo. Ahora con este libro caigo en cuenta que la respuesta podría ser completamente otra: Iván Quintana quiere ser un corresponsal de lo que ocurre en esta frontera, en esa raja de los mundos de la que hablaba don Juan Matus, esta delgada línea que separa lo explicable de lo inexplicable, ahí donde Iván está dando pasos en terrenos movedizos pero también seductores. Mucho eros y mucho tanatos.

Por Lenin Guerrero*

Fotografía de Alicia Palma

*Texto leído en la presentación del libro Después de la niebla, de Iván Quintana, el día 29 de marzo de 2017 en el Departamento de Letras de la Universidad de Sonora

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Sobre el autor

Lenin Guerrero (Escuinapa, 1979) es editor de Estero de Cuentos y Relatos de Correas Sueltas, colaborador de Memoria Escuinapense y MamboRock. Traficante de diseño gráfico.

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