El capital social (CS) es un concepto clave en las ciencias sociales, la economía y la sociología. De acuerdo con Robert D. Putman, politólogo y sociólogo estadounidense, el capital social se refiere a «las características de la organización social, tales como las redes, las normas y la confianza, que facilitan la coordinación y la cooperación para el beneficio mutuo». En otras palabras, las conexiones entre individuos, las normas que guían su comportamiento y el nivel de confianza que existe entre ellos. Es la capacidad de los grupos para colaborar y trabajar juntos hacia objetivos comunes.
El CS es esencial para el funcionamiento de las sociedades y economías, pues fomenta la cooperación, reduce los costos de transacción en las relaciones sociales y económicas, y puede mejorar el bienestar individual y colectivo. Tiene un impacto significativo en el funcionamiento y el éxito de las organizaciones, ya sean empresas, ONGs, instituciones gubernamentales o cualquier otra forma de agrupación. Su ausencia o erosión puede llevar a la fragmentación social, desconfianza y menores niveles de participación cívica.
En el contexto de las empresas, el CS puede influir significativamente en su éxito, competitividad y sostenibilidad. Francis Fukuyama, un destacado politólogo y economista, argumenta que “las sociedades con altos niveles de confianza generalizada tienden a desarrollar economías más dinámicas y exitosas. La confianza permite la formación de grandes organizaciones y empresas, así como la creación de redes comerciales y alianzas que son esenciales para la competitividad económica”. Estas características son evidentes en sociedades con altos niveles de confianza, como Japón o Alemania, donde es más común encontrar grandes conglomerados empresariales y redes corporativas sólidas. Por el contrario, en sociedades donde la confianza se limita a la familia o pequeños grupos, como en el caso de México, las empresas tienden a ser más pequeñas y familiares.
Los especialistas señalan a las empresas de tecnología y startups, empresas familiares y empresas de economía colaborativa como casos de éxito en el uso del capital social; al parecer en estos ámbitos hay mayor disposición al intercambio de conocimiento y prácticas, algo que coadyuva a la cohesión y cooperación, asimismo, existen más lazos de confianza y reciprocidad. A nivel global se mencionan ejemplos como Microsoft, Airbnb, Google y Tesla, pues en todas se gestionan redes de colaboración, se promueve la innovación constante, así como la colaboración constante entre equipos y grupos de trabajo.
En México también hay empresas que han destacado por su capacidad para desarrollar y aprovechar el CS, fortaleciendo sus relaciones internas y externas, así como su impacto en la comunidad. Por ejemplo, CEMEX se ha involucrado en el desarrollo de redes de colaboración y comunidad, como el programa «Patrimonio Hoy», donde se facilitan los mecanismos para el acceso a materiales de construcción y asesoría técnica en familias de bajos recursos a construir sus viviendas. Por otro lado, Bimbo fomenta la colaboración entre sus empleados y ha sido reconocida por su compromiso con el bienestar de sus trabajadores, además de impulsar programas comunitarios como el de «Buen Vecino», que promueve el desarrollo sostenible y la educación. Finalmente, Coca-Cola FEMSA colabora con organizaciones gubernamentales y no gubernamentales para promover la sostenibilidad y el desarrollo económico. Un ejemplo de ello es su programa «Agua para el Futuro» busca asegurar el abastecimiento de agua para las comunidades y la empresa, creando una red de colaboración que beneficia a ambas partes. Además de estas empresa, hay otros casos, como Grupo Modelo, Fundación Telmex-Telcel y Grupo Herdez.
En resumen, el CS es un activo intangible pero crucial en el éxito organizacional. Invertir en el desarrollo de relaciones sólidas, tanto dentro como fuera, puede traducirse en ventajas competitivas significativas, una cultura organizacional más sólida y una mayor capacidad para enfrentar desafíos y aprovechar oportunidades. Aunque hay varias referencias a seguir, aún existen muchas empresas que aun no empiezan la transición hacia estas “nuevas formas de capital”, en especial las de menor tamaño y aquéllas ubicadas en sectores más tradicionales. Seria interesante evaluar las condiciones y fomentar programas públicos para mayor conocimiento sobre el tema y sus beneficios.
Por Rosana Méndez Barrón
Economista y especialista en Ciencias Sociales. Docente de la Universidad Estatal de Sonora. Egresada de la maestría en ciencias sociales, línea Estudios Regionales, promoción 2001-2003, y del doctorado en ciencias sociales, línea Desarrollo Económico y Exclusión Social, 2008-2011, de El Colegio de Sonora. Asistente de investigación en Centro de Estudios en Gobierno y Asuntos Públicos de El Colegio de Sonora.