Sean Baker, director estadounidense conocido por su capacidad para capturar las historias y los personajes que habitan en los márgenes de la sociedad, ha cimentado su reputación como uno de los cineastas más comprometidos con la realidad social en el cine contemporáneo. Películas como The Florida Project (2017) y Tangerine (2015) han consolidado su estilo característico, logrando un equilibrio efectivo entre narrativa y puesta en escena para explorar la marginalidad desde un punto de vista humano y libre de prejuicios. Con Anora (2024), Baker amplía su enfoque al examinar no solo la vida de los olvidados, sino también las dinámicas de poder que perpetúan su condición.
La película cuenta la historia de Anora, una joven trabajadora sexual cuya vida cambia drásticamente tras casarse impulsivamente con el hijo de un oligarca ruso. A través de esta premisa, se construye un retrato crudo de la desigualdad económica, donde el poder y la frivolidad contrastan con la vulnerabilidad de quienes buscan escapar de la precariedad. Lejos de maniqueísmos que reducen todo a víctimas y victimarios, los personajes están moldeados por circunstancias adversas; sus decisiones, por más cuestionables que sean, responden a la necesidad de sobrevivir en un entorno implacable.
La fotografía resalta la crudeza de los escenarios urbanos en los que se desarrolla la trama, desde Brooklyn hasta Las Vegas, otorgándoles un protagonismo casi documental que refleja el estancamiento económico y la lucha diaria de las comunidades marginadas. El trabajo sexual, abordado por Baker sin sensacionalismo, se convierte en una ventana para explorar el frágil equilibrio entre supervivencia y dignidad. Mikey Madison, en el papel de Anora, ofrece una actuación sobresaliente, capturando con precisión la resiliencia y vulnerabilidad de su personaje, lo que hace que cada una de sus decisiones resulte completamente comprensible dentro de su contexto.
El punto de inflexión llega cuando Anora conoce a Vanya Zakharov (Mark Eydelshteyn) en una noche que parecía como cualquier otra. Vanya, hijo del ya mencionado oligarca ruso, vive una existencia vacía y desbordada de excesos, representando la otra cara de la moneda: el privilegio desmedido y el desinterés por las consecuencias de sus acciones. La relación entre ambos comienza de forma caótica, marcada por diferencias culturales y de clase. Sin embargo, la conexión que desarrollan se convierte en el motor de la historia, revelando cómo las estructuras de poder no solo afectan a las personas, sino que también moldean y distorsionan sus relaciones.
La transición de Brooklyn a Las Vegas simboliza el paso de Anora de una vida de carencias a una de excesos. Sin embargo, Baker evita caer en clichés al retratar este cambio. Las Vegas, con su brillo superficial y su constante promesa de fortuna, funciona como un microcosmos de la desigualdad estadounidense. La opulencia y el glamour de los casinos contrastan con la fuerza laboral que mantiene la maquinaria en funcionamiento. A medida que Anora se adapta a este nuevo entorno, queda claro que las desigualdades no desaparecen; simplemente adoptan otra forma.
Su nominación al Óscar
Baker se adentra en el mundo de la élite con una crítica incisiva pero matizada. Los Zakharov, encabezados por el patriarca Nikolai (Alexei Serebryakov), encarnan el poder y la impunidad de las clases dominantes. Anora, aunque inicialmente deslumbrada por este mundo, pronto comprende la enorme brecha social que la separa de esa realidad, además del costo moral y emocional que conlleva. Mikey Madison transmite estas emociones con una sutileza impresionante, mostrando cómo su personaje lucha por encontrar un equilibrio entre su deseo de escapar de la pobreza y su necesidad de conservar su integridad. Su nominación al Óscar está más que justificada.
Uno de los aspectos más destacados de Anora es la manera en que se desarrollan las historias de los personajes secundarios. Desde las compañeras de Anora hasta los empleados de los Zakharov, la película expone las capas de desigualdad que estructuran las sociedades modernas. La maestría de Baker se refleja en su capacidad para encontrar humanidad incluso en los personajes más moralmente cuestionables. Vanya, quien fácilmente pudo haber sido reducido a un simple villano, es retratado como un joven quebrado por las expectativas y la frialdad de su entorno. Esta complejidad emocional permite que la película trascienda el mero comentario social y se convierta en una meditación sobre las contradicciones humanas.
Con sus múltiples nominaciones al Óscar, Anora consolida a Sean Baker como uno de los directores más interesantes de la actualidad. Sus historias, que exploran la vida de las clases marginadas más allá de la tan explotada “América profunda”, son un reflejo honesto y visceral del colapso del sueño americano. En un panorama cinematográfico saturado de historias genéricas y lugares comunes, Baker ofrece un trabajo profundo y desafiante, capaz de conmover tanto como de invitar a la reflexión. Anora sigue en cartelera, con el famoso —y a veces cuestionado— sello de garantía. Como siempre les digo: córranle a verla antes de que la quiten.
