Pero
he aquí
que Abigael Bohórquez
tiene que vivir.
A como dé lugar, se dice.
Resuelve. Vuelve a sentar palabra.
Y premoniza.
Andando.
Hoy es día de muertos.
Y por eso.
“Poema sin título”, Desierto mayor (1980)
Bienvenidos a la tierra de nadie, aquí el polvo viene incluido en la placenta. Es una tierra perdida, olvidada, pero que, desde hace años, no ha sido buscada de nuevo. Es este terruño amarillo pendenciero la cuna que, meciéndose, te eleva al sueño donde nada importa, porque aquí, donde existe nuestra tierra, se siembra lo que luego se cosecha a miles de kilómetros hacia el sur.
Es Sonora -y la gran vastedad de la producción del norte- el germen de una literatura que se edita, corrige, se protege con candados, y se lee en todas partes menos acá: en el sueño de vientos calientes. “Es de que, no leen allá porque no quieren”. Así imagino la respuesta a lo recién escrito. Pero, ¿cómo leer a las y los nuestros si primero caducan sus libros y la maquila no apuesta más por el producto agotado? Sobre todo, ¿cómo leer a las y los que rompieron las delimitaciones territoriales, sus cadenas impuestas por actitudes y políticas centralistas, si en el rancho apenas y pululan unos cuántos ejemplares, a módicos precios que circundan los dos, tres -hasta cuatro- salarios mínimos?
Lo anterior fue tema de discusión en Twitter hace unos cuantos días a causa de una problemática que, si bien ha sido repetida hasta el cansancio en otras zonas del país, resultó bastante peculiar debido al lugar y el tema: Sonora, el desierto perdido, y la poesía de Abigael Bohórquez. Una cuenta dedicada a la difusión de obras populares, escasas o agotadas en formato electrónico de PDF, sin ánimo de lucro ni patrocinio de ninguna asociación, anónima, interesada en la preservación de las obras en las manos del público lector y no únicamente en las del interés institucional y privado, La Pirateca, se las vio negras horas después de haber realizado el escaneo de la ilustre antología del poeta sonorense, Abigael Bohórquez, Poesía reunida e inédita, editada y financiada por el Instituto Sonorense de Cultura en 2016, y publicarla gratuitamente en su cuenta. Lo más normal del mundo: alguien (o algunos) deseaban que la obra fuera removida “de inmediato por violación a los derechos de autor”. Para las y los que deambulamos por páginas de películas y series gratis, y sus responsables, es el pan de cada día. Sin embargo, lo que llamó la atención a los seguidores de la cuenta es el contexto que rodea no solo a la edición de la antología, sino a la propia vida del poeta caborquense.
Abigael Bohórquez, el “Poeta Mayor de Sonora” (contraportada de la antología dixit), es uno de los poetas cuya obra, en la actualidad, ha pasado a convertirse en una especie de obra-de-culto, sí por la fuerza de su trabajo y por el discurso transgresor que supuso para los espacios artísticos y culturales un desencadenamiento fortuito, así como para la agenda política que permeaba en Sonora y en el país, pero también por la escasa circulación (¿y existencia disponible?) de sus obras y por la poca información que se contaba acerca de él y su ejercicio literario, esto antes de la publicación de la ya-muy-mencionada antología de 2016. A pesar de esto, y en contraste con las figuras reconocidas de la época, la verdad siempre ha estado sobre la mesa: Abigael Bohórquez, siendo lo que fue, fue relegado a la marginalidad por sus contemporáneos y por las cúpulas de los círculos literarios de entonces. Viviendo en las sombras, a Abigael no le quedó más remedio que arremeter contra las fuerzas que se habían propuesto hundir así su figura como su trabajo: nunca por causas literarias, siempre por asuntos personales, por los temas tabú.
Hace unos años, un grupo de personas se interesaron en rescatar las obras de Abigael que solo pueden ser encontradas en bibliotecas públicas (ojo): trabajos inéditos, dramaturgia, poesía, hasta estudios derivados de sus publicaciones. Eso, para la comunidad artística, primero de Sonora y luego del país, significó la revaloración y redescubrimiento de la voz caborquense ataviada por la época turbulenta de la que fue parte. Sin embargo, ¿es sincero el discurso presentado? ¿O solo es una excusa para salir beneficiado gracias al proyecto y el apoyo e interés del público lector? Como dejó ver públicamente la comunidad de La Pirateca en Twitter, no solo recibieron quejas y denuncias una tras otra por medio de sus diversas redes sociales, sino que las personas cercanas a la antología decidieron decantarse por el discurso del hostigamiento, de la amenaza, del “ya verás que yo puedo más que tú y “no saben con quién se metieron”. Desde aquí se ignora la identidad de las personas que arremetieron con base en el discurso del acoso, pero no es difícil adivinar quién o quiénes podrían ser. Eso no importa, de hecho, ellas o ellos son lo que menos importan:
Poco importa la voz y el poeta contra el peso de los méritos, del yoísmo barato, de la codiciosa búsqueda por el protagonismo frente a un proyecto que, si bien estuvo dirigido y coordinado por personas interesadas en “la recuperación de la obra del autor”, no se trata ni del editor, herederos ni mucho menos de las relaciones editoriales. ¿Qué tanto aporta el hecho de que el proyecto haya sido financiado con recursos públicos, entonces, si la distribución estará en manos ocultas y los libros refundidos en las bibliotecas públicas y bodegas de las instituciones? Porque es de conocimiento público -y no secreto a voces- que el panteón de las obras sonorenses son bodegas, bodegones, con sus anaqueles vencidos, con las páginas amarillas, quebradizas, semejantes a lo que existe fuera de las mismas. Es un lujo -y no de estos lares, sino de prácticas centralistas de nuestros paisanos capitalinos- rasgarse las vestiduras a fin de obstaculizar la distribución de un magno poeta, por el simple hecho de no estar recibiendo sus merecidos veinte pesitos por ejemplar.
Rescatar a un poeta de los escombros se ha convertido en negocio, y el interés principal por divulgar, promover y difundir su obra para el conocimiento de sus coterráneos y paisanos nacionales ha tomado el lugar debajo de las ruinas donde fue exhumado el hombre que en vida fue olvidado y hoy, dizque recuperado. Olvidado antes de morir, olvidado ahora tras las puertas de un locker, uno que duerme dentro de las polvorientas paredes de la institución. En una de las capturas de pantalla se lee explícitamente: “Por que (sic) es algo que hicimos con mucho esfuerzo y dedicación”, pero ¿esperando qué resultado? ¿Que se les aplaudiera con su debida remuneración? ¿Que pudieran ir a dar la vuelta a las instituciones para ver el libro bañándose en olvidos de polvo? ¿Que tuvieran el derecho y la osadía de rumbear por ahí, aclamándose salvadores de su trabajo? Porque si hubo mucho esfuerzo y dedicación, ¿por qué no solicitar una reimpresión del tiraje? ¿Por qué conformarse con los otorgados por el proyecto? “Es que solo esos nos dieron”, ¡pues fuga a una editorial privada y, con todo “su esfuerzo y dedicación”, a darle duro para sacar más tiraje! Para que así logren entender, esclarecer la perspectiva, y darse cuenta de que si la raza -a lo largo y ancho del país, y el extranjero- está acudiendo a la distribución electrónica por PDF o escaneado, no es por joderles las facturas, economía ni prestigio familiar, ni mucho menos querer violar las leyes de derechos de autor, sino porque sencillamente no se encuentra por ninguna parte.
Varias librerías independientes (en la capital de Sonora, ojo) cuentan acaso con unos pocos ejemplares, y allí solamente es donde se logra encontrar la preciada joya. Librerías como la Librería Pequebú o Librería Hypatia ofrecen a los lectores una oportunidad para asirse de la antología de Abigael, “en vista de la ceguera de académicos que se creen dueños de la obra del poeta”. Pero, de algo estoy seguro y es necesario dejarse en claro: sin duda alguna hay que reconocer el inmenso trabajo realizado así por el editor, así por los responsables del proyecto. Todas y todos los involucrados dieron un esfuerzo fenomenal, digno de aplaudirse, puesto que sin su cooperación, entusiasmo y dedicación, no se tendría esta obra magna de Abigael, así mismo tampoco esta trifulca de vergüenza. Sin embargo, obstaculizar (pretender hacerlo-creer que es posible) la difusión de contenido que “viola las leyes de protección al derecho de autor” en el infinito de la web es querer tapar el sol con un dedo, y apenas un mercenario con sentimientos de ubicuidad, que viaja en sueños de autoridad omnipotente, con narices que arrastran los aromas de la feria y la ganancia para un bolsillo único, se atrevería a quemarse en el ojo y la opinión pública con la perorata añeja y reiterativa de la amenaza, del hostigamiento de manos atadas. Que aprendan del caso de Fernanda Melchor y su pugna efímera por los PDF “rolados”, pero que dejen de acudir al seminario de los herederos de Rulfo: ahí donde se muerden los pesos a costa del “nombre de la familia y del Autor”.
¡Habráse visto!: érase que se era un poeta que murió solo en cuatro paredes extrañas a él y su identidad, a su voz silenciada desde lo alto, en una Reyes que a nadie le importa, a quien luego se le arrebataron sus palabras y vino Don Pancho a reclamarlas suyas, y con las barbas largas, a decir: ¡es mi trabajo!
Perfecto, aquí todos entendemos los derechos de autor y la muy mencionada en los criptomensajes, Ley Federal de Derechos de Autor, pero… ¿a quiénes les afecta la divulgación de la obra? ¿Al poeta que yace en la tierra de nadie? ¿O a las personas interesadas en salvaguardar una herencia nunca merecida, ahora reclamada? Que se le haga báscula a la conciencia, a la moral de turno, y se le rompa a picahielos el discurso barato de protección al creador: que si el que pide respeto al pdfeador, que nunca entonces haya visto antes una peli pirata de a diez bolas del centro, que nunca se haya rolado fotocopias en la uni o visto la Liga Mexicana de Béisbol en el Face. Claro… Obviamente se escudarán (para muestra, un botón) en el caso actual, con “es que eso es otra cosa muy distinta”, pero como diría mi madre: “no les gusta comer de las que guisan”. ¡Tómele! “Es que yo no lucré cuando hice eso…” ¡Tómele doble! Porque pensar que a estas alturas, que el único deseo y anhelo de los lectores es querer beneficiarse monetariamente con la antología, o con cualquier PDF que sobrevuela las infinitas paredes del internet, es mirar con ojos tapados una realidad ajena. Y si acaso llegan a formular en sus mentes avaras la idea de que la difusión del PDF tiene propósitos (ocultos) ligados al lucro, pues, ni más ni menos que: “El que primero lo huele, debajo lo tiene”.
¿Cómo te digo, Abigael, que no has podido escapar del todo de las paredes de la Reyes? ¿O que el sofoco aún existe, pero de forma humana con abogados y la faramalla completa? ¿Cómo te digo, pues, que para sacarte a dar la vuelta, liberarte del derrumbe perpetuo y que tu voz se esparza por el páramo todavía tostado y seco como el que probaste, es necesario que tus herederos cobren primero? ¿A cuánto tu boleto de escape? ¿Cuánto cuesta pues tu libertad? Que aquí hacemos coperacha. ¿A qué horas te vemos, mejor y más a gusto, en la banca, la tuya solamente, ahí donde la Obregón se fusiona con la No Reelección? Nomás dinos y allí estaremos.
Y a quien corresponda:
para la otra, si su necesidad por querer rescatar a autores poco conocidos, valorados, y/o olvidados, explota de urgencia, consideren realizar sus anhelos a través de editoriales privadas, allá donde el dinero viaja en mil vientos y solamente al privado le incumbe, pues mientras sean financiados por instituciones públicas, con recursos del erario, de la bolsa de esos “ladrones de contenido” anónimos, se toparán con pared una y otra vez. A la calle con su mojigatería, con su discurso pendenciero, qué digo pendenciero, con su labia de escenario, con sus intenciones a medias y sus ambiciones completas por debajo de la mesa.
Parafraseando, modernizando y adaptando las palabras del empalagoso de Neruda: “Podrán tumbar las páginas, pero no podrán detener los PDF”.
Cumpleaños de Abigael Bohórquez. Hermosillo, 12 de marzo de 2019
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