Estábamos en el Tufesa un grupo de compañeros a la espera de la unidad que venía retrasada de Nogales –como casi siempre- cuando volteamos y vimos a una pareja que llamó la atención de toda la pléyade de sonorenses sureños que estábamos próximos a emprender el viaje. Está pareja –hombre y mujer cabe aclarar por aquello de las malditas dudas- eran un par de presumiblemente esposos vestidos como el credo del buen sonorense manda: ambos de pantalón de mezclilla, botas, camisa vaquera y sombrero. Nada exagerado y sí muy sobrio el atuendo que hacía pensar a unos de los atentos mirones en el buen gusto de estos agradables personajes y a otros sentir que si bien nos ubicábamos en un accesible lugar de nuestro estado como lo es Santa Ana eso no nos impedía sentirnos en el Sonora profundo ese del que las nuevas generaciones y las no tan nuevas también por motivos de modernidad se han alejado. Nuestro vehículo no llegó antes que ellos y al llamado de la unidad que viajaba rumbo a Caborca estos señores abandonaron la sala despidiéndose tan amigablemente que no pudimos evitar sentirnos culpables por nuestras curiosas miradas dirigidas a ellos.
En años pasados por allá de los noventas la oferta televisiva no era tan amplia por estas regiones te tenías que conformar con lo que había, por ejemplo los sábados la programación vespertina después de la transmisión de lucha libre quedaba una laguna en la “caja de sueños” y si no había más te tenías que chutar programas cuyos contenidos no eran muy pensados que digamos al público infantil o adolescente. Uno de ellos se transmitía en Telemax, su nombre era “Conociendo Sonora” posterior a una búsqueda exprés en Google me enteró que el conductor era un señor de nombre Francisco Rojo Gastelum que andaba devorando kilómetros por estos norteños territorios haciendo escala en pueblitos de todo el Estado. Su lugar favorito para iniciar eran las plazuelas de los pueblos y la actividad que nutria el programa era una distendida plática con otros señores y señoras de su edad tomando café con pan. Me acuerdo en un programa que grabó en Bacobampo llegó con unas señoras que estaban haciendo tortillas de harina y ahí se quedó echando la comenta todo el rato hasta que terminaron el proceso y se sentó darles el visto bueno. Recuerdo que esa fue una gran emisión.
Si alguien nos pregunta las características de un varón sonorense, más allá de decir que se come un kilo de diezmillo asado al carbón acompañado de sus respectivas tortillas de harina y sus mínimo dos cervezas tamaño familiar en una sentada escuchando música y platicando, ¿qué le contestaríamos? El Sonora representativo, ese del que muchos no sabemos si no fuera por cabalgatas de intenciones electorales y políticos, postureo, necesidad de pertenecer o vaya a usted saber por qué; ese Sonora que a veces decimos nos enorgullece, pero que a veces nuestros propios usos y costumbres nos alejan de él.
En meses anteriores el Congreso propuso catalogar las cabalgatas como patrimonio cultural del estado –si era necesario o no cada quien decida- y agrego un matiz al hecho: los sonorenses citadinos solemos sentirnos muy sonorenses pero no conocemos las herramientas básicas del vaquero y mucho menos el montar a caballo o hacer cosas de esas. No es motivo de vergüenza pues cada quien se hace a su ecosistema y adopta las costumbres. Rara cosa sería el andar en la ciudad a caballo y eso no habrá de hacerte menos sonorense, se vale ser sonorense y andar en tenis.
El sonorense típico no es rico pero tiene más patrimonio del que puede llegar a aparentar. Fuerte, «corrioso», manos callosas, camisa de botones con los dos de arriba desabrochados, derrocha vitalidad física. Es de mencionarse que sí es sencillo, atento y solidario. Con una fortaleza espiritual que no tendrá tiempo de turbulencias internas porque hay que atorarle al día desde temprano.
Las palabras domingueras aparecen cuando con sus frases muy de campo logras reconocer si es que cuentas con mediana capacidadad la sabiduría que da el trabajo al aire libre. No le ocupa mucho la victoria pública más se ocupa de los logros privados al interior, estar bien consigo mismo sin dejar de lado su bien arraigada vocación de echarle la mano a sus semejantes más cuando son conocidos.
No será una persona joven pero tiene el vigor que cualquier persona en sus años mozos quisiera tener, como nació en localidades de relieves irregulares es un todo terreno capaz de salir al paso en cualquier camino. Mas allá de las eventualidades que pueden surgir al calor de la revolución. Se ha apropiado de conocimientos prácticos en toda materia viril y de superviviencia (Te arregla el carburador a mitad del viaje, te levanta una vaca con tecle si es necesario y va al monte a cortar musaro y barchata para el pariente enfermo) arreglar los zurcos de riego, te alivian a un animal y arreglan cualquier desperfecto de plomería en casa sin despeinarse.
Siempre con sombrero el cual posiblemente esté sucio entre un poco tierra y un poco sudor porque es el del diario. En ocasiones especiales se dispone a usar la texana negra que siempre está aguardando en la lunita del ropero para ser usada en esas ocasiones especiales, en su respectiva funda por supuesto con el borde la copa y la toquilla impecables.
Igual no le rasca a la guitarra pero cuando la reunión alcanza los niveles de emotividad requeridos y con su líquido etílico consumido con sobrada elegancia y moderación se avienta con el conjunto norteño a cantar la de “hermoso cariño” o Gema más la que en el momento les surja del pecho.
Solidario a un grado sublime cuando ve a sus queridos coterráneos enfrentar complicaciones no se queda con nada y sin reservas se lanza a ayudar más cuando son esos nuevos adultos (a los que conoció desde que llegaron al mundo) los que batallan en esta etapa de responsabilidades que a veces sentimos que nos “arrebasan” (así decimos muchos en Sonora). Lo hace con un cariño y amor tan desinteresado que si sé es testigo ocuparías ser un sociópata para que no se te erice la piel.
Cuando llega el momento de despedirlo la ausencia de su sueño pofundo lleva hasta la inconsciencia de una nostalgia que está avisada pues la herida ya le hizo saber al doliente que no se compromete a tener una fecha de cicatrización. Pero no se van los que nos enseñan a vivir el presente porque su legado es el homenaje que hacemos en cada uno de nuestros buenos actos.
Por supuesto que es un enamorado de su mujer y sus hijos incapaz de fallar porque no hay nada más sublime y satisfactorio en su vida que el amor y confianza de su esposa y familia y aunque suene a cliché ese es su mayor tesoro.
Nietas y nietos lo habrán visto enojarse pero no perder el temple y experto ha sido en apechugar las decepciones y tristezas que acompañan el boleto completo que compramos cuando venimos al mundo, tal vez, dichas calamidadades lo doblan pero no lo rompen es el ADN del sonorense, ese que encontramos en cualquier lugar donde vayamos porque todavía se conserva ese orgullo el cual en la cotidianeidad podemos llegar a esconder o dejar de ver pero como recurso interior con el que no contábamos y que surge al momento de enfrentar las adversidades.
Manuel «El Meño» Burboa, vaquero de El Quiriego, Sonora, México, retratado el verano de 2019 por Luis Jorge Gutiérrez / NORTE PHOTO