Son excéntricos, tétricos y millonarios. Góticos y por lo tanto románticos y surrealistas. Sus extravagancias podrían ser consideradas verdaderos performances de vanguardia. Poseen un gusto refinado por la tortura y el arte expresionista: angustia, muerte, violencia, deformaciones, caprichos y aquelarres. Goya, Munch y Bacon, pero a lo bestia.
Sin duda, hoy estarían excitados por sangre y arena, que no por la defensa del toro; devorarían carne cruda, burlándose del veganismo; serían demoledores contra la aceptación unánime del judeocristianismo, pues prefieren delicadas formas de magia y paganismo.
Son los Addams. Una familia muy normal.
Clan individualista, feroz y subversivo. Su versión televisiva – sobre blanco y negro entrañable – mostraba entre sus protagonistas la más saludable vida sexual: “¡Ticha, hablaste en francés!”, y el lúbrico Homero enloquecía por Morticia.
El arco de tiempo que han trazado los Addams en nuestra cultura popular dibuja tiras cómicas de los años 30’s durante el siglo pasado, exhibe su aparición en la televisión, varias versiones animadas, insípidas y por tanto edulcoradas y dos producciones cinematográficas previas: Los Locos Addams (Barry Sonnenfeld, 1991) y Los Locos Addams, 2 (Barry Sonnenfeld, 1993).
Así, su contemporización era inevitable. Una nueva versión animada se estrena en pantallas: Los Locos Addams (Conrad Vernon y Greg Tiernan, 2019). Su éxito en taquilla anticipa una nueva entrega. Aunque ya este primer intento acusa falta de fantasía y terror.
Esta producción puede considerarse una cinta de origen. Los espectadores serán testigos de la boda mortuoria entre Morticia y Homero, así como del rechazo eterno que estos rebeldes, ¿sin causa?, despiertan entre los demás. Antorchas, guadañas y linchamiento, la Santa Inquisición.
Homero (en la voz de Oscar Isaac) y Morticia (ejecutada por Charleze Theron), han encontrado, por fin, un paraíso lúgubre, espantoso y horrible para vivir: Nueva Jersey, en una vieja mansión que funcionaba como manicomio.
En este castillo de la pureza, los devotos padres han educado a sus dos siniestros retoños, Merlina (Chloe Grace Moretz) y Pericles (Finn Wolfhard). Sin embargo, los conflictos inician con la llegada del progreso, un fraccionamiento justo bajo el refugio de estos personajes y además, con el arribo inexorable del legado Addams: la Mazurka de Pericles, rito parecido al judío Bar Mitzvah, que compromete la dignidad familiar.
Ambas tramas prometen, pero no cumplen. El enfrentamiento entre el residencial perfecto y el imperio de lo macabro, que ya había sido presentado de manera magistral en El joven manos de tijera (Tim Burton, 1990), aquí queda sólo en lo anecdótico.
Y el compromiso ante la tradición – la Mazurka de Pericles – es completamente predecible al perder sustancia: el aprendizaje ante el cambio de los tiempos y la mejor manera de adaptarse a ellos. Como en Violinista en el Tejado (Norman Jewison, 1971), pero sin su energía y valor.
Extraña el hecho de haber confiado la película a los creadores de La fiesta de las salchichas (Conrad Vernon y Greg Tiernan), sin permitirles, es evidente, una mayor libertad creativa. Error.
Se comprende. Y se justifica. Los Locos Addams, en su cara animada, ha decidido dirigirse al público familiar. Nuestros tiempos – infantilizados y sólo en busca de lo divertido, mientras esto sea inofensivo – han inoculado en las audiencias una sensibilidad que ya no es afín al espíritu nihilista, vital y sedicioso de esta familia muy normal.
La película presenta voces magníficas. La abuela Addams tiene la voz de Bette Midler, el tío Cosa (inspirado en lienzo de René Magritte, maravilloso surrealista) lo interpreta Snoop Dogg, Conrad Vernon da sonido a Largo y la Gran Tía Sloom – cuyos trazos son idénticos a la patética Sahar Tabar, la célebre Angelina Jolie “zombie” – es actuada por Jennifer Lewis.
Pero todo eso es insuficiente. Aunque los dibujos animados respetan el trabajo original de su autor, Charles Addams, han dado la espalda a sus apetitos más especiales.
Aquí no hay sexo, no hay erotismo, no hay sadismo ni masoquismo.
En la fiesta de los Addams – hoy la Mazurka de Pericles, ayer la Mamushka de Homero y Tío Lucas – siempre se echa de menos la aparición de aquellos miembros honoríficos del clan que merecen cameo: Salvador Dalí, el divino Marqués de Sade, Gaudí, Lovecraft, Mishima, Edgar Allan Poe y sobre todo, el querido tío Nietzsche. Entre otros.
Genios en defensa de la libertad y la provocación.
Qué leer antes o después de la función
Diario de un genio, de Salvador Dalí. La vida de Dalí, entre 1952 a 1963, desnuda al surrealista en su cotidianeidad, o más bien, lo que él entendía como su día a día.
Ególatra, travieso, delirante, crítico y humorista, Salvador Dalí no duda en definirse como un loco: “El genio tiene que pasar por la locura y la locura, por el genio”.
¡Qué viva la locura!