En el Día de los Abuelos, ofrecemos una reflexión testimonial a raja tabla
Hermosillo, Sonora.-
Una de las más gratas maneras de transcurrir mis mocedades, era creando montoncitos de tierra, los cuales en mi imaginación se convertían en montañas. Yo era un gigante que las observaba desde una altura que me hacía sentir orgulloso de mi obra. Hoy, a mis 55 años y desde mucho antes, me plazco en hacer montoncitos de palabras para crear puentes, sin más fin que compartir con quien me lee el anhelo de crear o fomentar el delicioso acto de pensar.
Desde que tuve conciencia de mí mismo, me he visto rodeado de personas mayores de manera casi exclusiva. Mi padre tenía más de 50 años cuando llegué para ocupar un pedazo de este mundo y de su vida. Mi escasa tendencia a reírme de los bobos comentarios de mis maestras, mi desinterés por los programas de televisión poblados de violencia sin sentido o mi aversión por rendirme ante la imposición de las modas, crearon una barrera entre mi mundo (el que yo quería crear), y la realidad (el mundo que estaba obligado a habitar).
Semejante oposición al coro del rebaño me condujo a un destierro que me orilló a un diálogo cada vez más fuerte conmigo mismo. Si bien la soledad supo lastimarme en los años en que solemos refrendar amistades con los compañeros de escuela y de barrio, he logrado salir airoso hasta este momento.
Hago memoria de momentos de mi vida que me mueven a la risa, sabiendo que otro distinto al que soy hubiera sentido angustia o enojo:
-En la preparatoria, hubo algo que me hizo excepcional: Yo era el único alumno con canas.
-En mi primer día como estudiante universitario, llegué al salón de clases que se me asignó. Por fuera había un montón de muchachas y muchachos que habrían de ser mis compañeros por varios semestres. Al acercarme, cesaron su sonora alharaca, y escuché claramente la voz de una joven comentar a otra: “Creí que era el profesor…” Debo decir que estaba a punto de cumplir los diecinueve años.
-Apenas tenía 43 años, cuando fui a un cine con mi querido amigo William Carr. En cartelera se leía: “Admisión 10 dólares. Tercera Edad 5 dólares”. Al pagar mi boleto con un billete de 10 (monto exacto), la muchacha encargada de la taquilla me siguió…devolviéndome la mitad.
Ernie Law y el autor. Viejos amores.
Pero bueno, dejémonos de cosas y al grano. ¿Qué ha provocado la intención del tema que deseo y debo compartir con ustedes? En primer lugar, la indignación. En segundo, la reflexión.
Me explico. En las redes sociales no faltan comentarios en torno a dos caballeros harto famosos en la década de 1970 (sí pues: Jorge Rivero y Andrés García DEP), que solían ser admirados por su apostura y fortaleza. Medio siglo después, se les reprocha y se hace mofa de cómo se han visto en años recientes.
Jorge Rivero, octogenario, retratado por Reforma.
Me ha caído el veinte. Las masas consume-mitotes, un titipuchal de irreflexivos y otros ejemplos de mediocridad no les reprochan que sean viejos, sino que no sigan siendo jóvenes.
¿Cuál es la diferencia entre lo uno y lo otro? Simple y sencillamente estriba en negar que el tiempo es inevitable, y en saber que la hora de renunciar a la juventud debe de ser tomada con sabiduría, para convertir a la madurez en aliada, y no en estorbo.
El perverso vocero del dios dinero (léase “mercado”), ha hecho creer a las masas que la juventud es una virtud. FALSO: LA JUVENTUD ES UNA ETAPA. De igual forma, insisten en hacernos creer que la madurez es un defecto. FALSO: LA MADUREZ ES UNA ETAPA. Y para que nuestros bolsillos sigan cautivos de sus vilezas, imponen conceptos de “permanente juventud” no pocas veces ridículos. LA INSEGURIDAD GENERA FABULOSOS DIVIDENDOS…Y TERRIBLES FRUSTRACIONES A LA VEZ.
La juventud es el momento en que iniciamos una vida donde nuestros pasos ya no van de la mano de nuestros mayores, ni precisamos de cochecitos o andaderas. Vamos por la vida, tropezamos, aprendemos. Forjamos nuestro carácter y criterio a través de las experiencias vividas.
La madurez o vejez, puede convertirse en la etapa en que podemos celebrar el acto de acercarnos a la juventud para compartir lo aprendido sin imponerles nuestros pensamientos.
De manera preocupante, observo cómo viejos y jóvenes quieren competir entre sí a fin de imponerse sobre el otro. Luego entonces, los jóvenes ven a los viejos como estorbos; y los viejos suelen reprochar a la juventud su desapego e incluso su aversión. No es de extrañar que la propia gente vieja crea que lo mejor es una apariencia…pero no una mentalidad. Si a ello agregamos una mermada condición física debido a la presión de jornadas laborales a fin de llevar manutención al hogar, vemos cómo esto influye en nuestro deterioro sexual.
A propósito, evita nuestro deterioro editorial y sexual echándole un quinto al piano:
Y he aquí una de las formas más humillantes de insultar a la gente vieja. Innumerables generaciones han concebido al sexo como la unión de entrepiernas, sin descubrir cuán emocionante y gratificante resulta la caricia, el abrazo, el beso, la palabra y otros modos en que la imaginación puede y debe ser elemento fundamental de encuentros eróticos donde urge también saber que el encuentro de brazos, lenguas, piernas, hombros, axilas, tetillas y oídos no solamente compensan una posible erección deficiente, sino que integran una parte irrenunciable de esos gratificante festines corpóreos.
Espíritu combativo, cuerpo otoñal de don Manuel Robles, antiguo amante del autor, fotografiado por el autor.
En sentido contrario, una cantidad considerable de personas cae en la trampa del consumo, adquiriendo productos como tintes, ropa, accesorios e incluso cirugías, dejando de lado su bienestar mental y emocional: cero ejercicio, cero lecturas, cero diálogo interior. Y mucho, mucho miedo.
Al convertirnos en cautivos de la imposición mercantil, nos alejan de un valor del cual prácticamente nunca se nos ha hablado: LA AUTOESTIMA. Somos o debemos ser no únicamente dueños de nuestras vidas, sino nuestro aliado más incondicional.
¿Porqué ignoramos en torno a los triunfos deportivos de atletas mexicanos de la llamada Tercera Edad a nivel mundial? Porque la vejez no es buen negocio para un mercado obsesionado en el perpetuo infantilismo. Nombres como el de Luis Cano o Rosario Iglesias han pasado desapercibidos por los medios masivos. Sin embargo, el primero logró imponerse en el primer lugar de nadadores “máster” en la categoría de 70 años y más. La segunda, conocida cariñosamente como “Chayito”, supo de triunfos y ovaciones en la pista de carreras siendo casi nonagenaria.
El sonorense Sergio Quintanar posa con la bandera mexicana luego de alcanzar la medalla de oro en lanzamiento de jabalina en el Campeonato Centroamericano de Atletismo Master, celebrado en Costa Rica. Fotografía de Jesús Maytorena / El Imparcial
Ejemplos como los anteriores urgen de ser tomados en cuenta, ya que el promedio de vida de la humanidad crece más cada día. Se calcula que para 2050, México tendrá poco más de 150 millones de habitantes. Del total, una cuarta parte rebasará los 60 años. ¿No será hora de ir dejando el sillón para caminar una o dos cuadras? ¿Para pensar en lo que comemos? ¿En lo que pensamos, leemos, escuchamos? Lejos estamos de ello, y una cantidad cada vez más considerable de ancianos atiborra los casinos huyendo de la soledad y mermando sus pensiones.
El hombre que habita mi conciencia me dice constantemente sobre mis obligaciones para conmigo mismo. Ramón desafía a Ramón. Ramón supera a Ramón. Ramón ama a Ramón. Ramón respeta a Ramón, y no vacila en decirle sus verdades. Queda mucho por hacer, mucho por aprender, mucho por compartir.
Cada mañana contemplo al hombre gordo, encanecido, miope que ha logrado un grado bastante aceptable de salud y de ánimo. No estoy solo: Estoy conmigo.
Si alguna vez alguien me ofreciera volver al muchacho de 70 kilos, de cabello oscuro y sin arrugas en la piel, le diría: “Ofréceme algo que valga la pena añorar. ¡Eres un pésimo negociante!” ¡¡ENVEJECER ES UN DERECHO!!
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