Un amplio y sesudo ensayo para celebrar el inicio de la justa olímpica París 2024, de la mano del psicólogo e historiador Toño Maya, dueño de —super nota del editor— todas las negritas que acompañan al texto.
Buen provecho 🙂
Ciudad de México.-
La historia de los Juegos Olímpicos importa por varias razones, sean económicas, políticas, mediáticas y culturales. Acaso el olimpismo es la representación de un escenario planetario en el que confluyen procesos histórico-sociales y coyunturas político-administrativas que lo transforman en otra cosa allende al espectáculo. Puede leerse como un “espacio museográfico” en el que se exhiben multitud de objetos de valor histórico, artístico y científico, como lo ha demostrado el historiador y sociólogo Ariel Rodríguez Kuri. (1)
Una de los procesos que paulatinamente se han visibilizado en el olimpismo contemporáneo es la cuestión de la “salud mental” de los deportistas, luego de las sensibles declaraciones que hiciera la multimedallista Simone Biles en la pasada justa olímpica celebrada en Tokio, Japón, en 2021. La gimnasta norteamericana decidió retirarse voluntariamente de ciertas competiciones bajo el argumento de salvaguardar su estado mental. Biles comentó, en una conferencia de prensa, la enorme presión que sintió antes de salir a competir, hecho que la afectó silenciosamente: “Tenemos que cuidar nuestra mente y nuestro cuerpo, en lugar de simplemente salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”. Sus declaraciones se han venido sumando a otras voces del olimpismo y de los deportes profesionales en general, que han denunciado las enormes presiones a las que están sometidos los deportistas de alto rendimiento, no sólo para obtener los grandes resultados, récords y medallas, sino por las enormes coacciones a los que están sometidos. (2)

Los juegos olímpicos a celebrarse en París, Francia, en unos pocos días, serán uno de los eventos deportivos más importantes del siglo XXI y, con seguridad, continuarán los llamados de atención sobre las cuestiones mentales de los deportistas. Esto lo sabía muy bien Naomi Osaka, una de las mejores tenistas niponas, quien desde hace años tuvo que afrontar la presión social no asistiendo a las conferencias de presa, justo “para ejercer el cuidado personal y la preservación de mi salud mental”. (3)
En los últimos años hemos atestiguado un fructífero y necesario debate sobre la cuestión de la salud mental de los atletas de alto rendimiento. Sin embargo, se trata de un tema controvertido en el que no hay consensos claros, ya que el debate transita por un sinuoso territorio en disputa, el de la salud mental, la cual es generalmente valorada, gestionada y avalada por una comunidad de profesionales y expertos. Desde hace tiempo, las enfermedades mentales que experimentan los deportistas han generado interpretaciones disímiles, contrapuestas e irreconciliables. (4)
Cabría señalar que dichas discusiones que aparecen en los medios de comunicación tradicionales y digitales, se enmarcan en un espacio específico, como el deportivo, que aborda la cuestión de lo mental siguiendo una narrativa preocupantemente maniquea, que valora lo normal y lo patológico bajo criterios basados en el rendimiento y la productividad. Estos debates suelen centrarse en la idea de que el deportista de alto rendimiento debe ser capaz de explorar, hasta el límite, sus capacidades físicas y mentales, (véase el caso del futbolista el Chicharito Hernández y su relación con el “coach”), por lo tanto, el discurso se examina desde otro campo pretendidamente intelectual, como el científico, el cual suele reducir una experiencia deportiva a todas luces multifactorial, dependiente de los contextos sociales, culturales e históricos, a una sencilla ecuación de costos y beneficios, en donde la cuestión de lo patológico está irremediablemente centrado en el individuo y sus vicisitudes personales.
Y lo llamativo es que estas posiciones, tan enquistadas en el debate público, son sostenidos y, en cierto modo, avaladas, por el máximo órgano internacional, la Organización Mundial de la Salud, que define la salud mental bajo un esquema ideológico que clasifica, etiqueta y evalúa las aptitudes de un individuo con pretensiones de universalidad. A la letra, uno de sus párrafos define la salud mental de la siguiente manera:
“un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”. (5)
Más allá de las reivindicaciones que se pudieran hacer, dicha definición está centrada en un individuo deseable, universal y cuantificable; una posición, vale decirlo, tan confusa como ambigua, según la cual, las competencias comunitarias, las habilidades productivas y el bienestar personal, estarían en el centro de la construcción de un problema que sólo le atañe al sujeto que lo padece. Cabría insistir en que dicha aseveración está claramente sustentada en valores neoliberales, como la productividad y la competencia, así como en aspectos psicológicos meramente cognitivo-conductuales, como la adaptación, el reconocimiento de habilidades y el sentido de responsabilidad social. Desde esta perspectiva, es claro que dicha perspectiva no toma en cuenta las múltiples incidencias del contexto social, político, cultural e histórico. Pero esto no es nuevo, hagamos un recuento histórico.
En una investigación reciente se mostró que el diagnóstico sobre el autismo propuesto por Hans Asperger en los años cuarenta del siglo XX, se basó en la construcción de valores y pautas contrarios a los impuestos por el régimen nazi, como la fuerza física, el atletismo, el vigor, un abierto sentimiento nacional y amor absoluto a los ideales del partido. Un autista representó todo lo contrario al sujeto del rendimiento al que aspiraban los nazis. Incluso, sus ideas sobre psicopatía autista revelaban muchos de los prejuicios del régimen respecto a los niños y adolescentes que no mostraban sentimientos comunitarios o carecían de espíritu social. (6)

En suma, la contribución comunitaria y el trabajo productivo, entre otras aptitudes sociales, han formado parte de un viejo régimen de lo patológico que se va actualizando en función de las necesidades argumentales del momento. Sería importante recordar que la salud mental fue un concepto que surgió en la posguerra, aunque derivó de la iniciativa de un ex paciente psiquiátrico norteamericano que, a inicios del siglo XX, abogó por una atención diferente y compasiva hacia los enfermos confinados en institucionales psiquiátricas.
En México, se sabe que la higiene mental representó un modelo de atención psiquiátrico basado en la detección, corrección y prevención de enfermedades mentales, el cual fue utilizado por el Estado mexicano como una “herramienta de control social” para vigilar a amplios sectores sumergidos en el fanatismo religioso, en el consumo de alcohol y enervantes, en la inmoralidad sexual, la falta de hábitos higiénicos y la propensión a la criminalidad. Durante los gobiernos de Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán, la higiene mental consistió en un programa de intervención social, cuyo objetivo era crear a los nuevos sujetos saludables, útiles, laboriosos y con amor patriótico. Los psiquiatras de la época no sólo actuaban como garantes de ciertos valores nacionalistas, sino que fungían como “funcionarios del Estado” decididos a ejecutar acciones políticas en favor del bienestar físico y mental de los ciudadanos. La idea era poder controlar y prevenir las enfermedades mentales en espacios diversos como escuelas, hospitales, talleres, fábricas y cárceles de la capital. Sin embargo, esto modelo preventivo fue sustituido por otro basado en la investigación clínica, la farmacología y la individuación de la experiencia patológica, como lo es el de la salud mental que tenemos hasta el día de hoy. Los resabios históricos de una perspectiva que transitó de la higiene mental a la salud mental, basada en valoraciones productivas, aptitudes y competencias sociales, farmacología e individuación, sigue permeando la visión contemporánea en torno a las psicopatías en el deporte. (7)
Ahora bien, más allá del imperio de la hazaña y de la heroicidad que nos imponen los medios deportivos en cada justa olímpica, es evidente que los deportistas de alto rendimiento sufren, en silencio, los estragos de un modelo deportivo planetario que coloca el rendimiento como un instrumento de coacción y auto explotación. En efecto, como espectadores, solemos cautivarnos de aquellas narrativas de la proeza y de la épica grandilocuente, y, al hacerlo, participamos de una comunidad emocional que se deleita soterradamente en historias de vencedores y derrotados. Sin embargo, debemos subrayar que, lejos de esos discursos de bronce, los atletas olímpicos están inmersos en las estrategias de un biopoder que actúa en y desde el sujeto, sometiéndolo, sin que él lo perciba así, a todo tipo de suplicios y sacrificios tan propios de nuestras sociedades modernas y contemporáneas.
No obstante, muchos deportistas han comenzado a exteriorizar públicamente sus quebrantos y la fragilidad a la que están expuestos, demostrando aquello que con frecuentemente queda invisibilizado y oculto en las vacilaciones del triunfo, de la gloria o la derrota. Estas coacciones sociales son cada vez más asfixiantes como autodisciplinarias y punitivas, y responden, en gran medida, a la configuración de un sujeto del rendimiento y neoliberal que se percibe como dueño de sí mismo (a) con el fin de auto explorarse al máximo sin tener la sospecha de su alienación. Los sujetos deportistas forman parte de una estructura deportiva y transnacional que funciona como una empresa global, la cual oferta todo tipo de espectáculos y divertimentos planetarios, en donde el producto estrella son los atletas mismos, siempre encumbrados y fabricados sobre un manto tan inmaculado como ambiguo, que produce mitologías redentoras al retratarlos como seres dotados de poderes extraordinarios. (8)
Y claro que son excepcionales, por eso los admiramos. Empero, lo que quiero enfatizar es que no debemos circunscribir los problemas de la salud mental sólo al sujeto que lo padece, es decir, debemos evitar caer en la tentación de interpretar los conflictos y las tensiones que experimentan como si sólo le concernieran al atleta; porque, hacerlo, equivaldría a reducir el tema de la “salud mental” a una causalidad unívoca, a las consecuencias y los réditos. Además, de imponerse esta mirada se estaría eximiendo de toda responsabilidad a los organismos locales, estatales e internacionales encargados de gestionar, configurar y modelar la materia efectiva para echar a andar dicha maquinaria internacional: los deportistas.
Por otro lado, en las últimas décadas, los juegos olímpicos se han convertido en una vitrina social que exhibe cuerpos, músculos y ligamientos que terminan por eclipsar al ser humano, al convertirlo, prácticamente, en una máquina de producción de marcas, tiempos y récords; en donde hay seres humanos a quiénes no se les pregunta por qué deberían hacerlo más allá de su deber deportivo. Pero, así como esos atletas producen para la empresa global, éste es producido por ella; es, por lo decirlo claro, su marca registrada. Lejos de las entrevistas formales y los encuentros radiales, los atletas encuentran muy pocos espacios para socializar el camino de sus experiencias y las vicisitudes, y, cuando ciertos presentadores lo intentan, siempre terminan por enarbolar historias de sufrimiento y soledad, justo porque esa narrativa lacrimógena y milagrera es transformada mercancía.
Los atletas no sólo compiten por la gloria personal, sino que lo hacen bajo una serie de lineamientos, normativas y procedimientos que pretenden potencializar sus capacidades para llevarlas hasta límites que los transgredan a ellos mismos, lo cual, como estamos atestiguando, está afectándolos de manera notable. Además, una nueva industria psicológica, como el “coaching” o los psicólogos del deporte, reproducen discursos neoliberales que hablan de intereses empresariales disfrazados de humanismo condescendiente, como “potencializar las capacidades”, “competir a gran nivel”, “rendir al máximo”, en aras de que el sujeto “explote sus límites”, sin que nadie, o muy pocos, logren interrogarse sobre los límites éticos de su práctica. Porque, como siempre, el fin justifica los medios. Estos nuevos profesionales pueden convertirse en instrumentos, casi persecutorios, de una corporación deportiva que gobierna a un sujeto-neoliberal que basa sus expectativas de vida en valores como la competencia, el rendimiento y la auto coacción. Entonces, ¿cómo explicar los quiebres que sufre este sujeto deportista cuando decide declinar ante semejantes expectativas? ¿Es la salud mental de los deportistas lo que verdaderamente está juego?
Detrás de las coacciones, cabría insistir, están las marcas deportivas, los imaginarios nacionalistas, el poder de las televisoras, las redes digitales, las instituciones deportivas, los salarios y todo un conjunto de estereotipos atravesados por la raza, el género y el sexo, que terminan por quebrantar, desde adentro, la experiencia del sujeto del rendimiento imparable.
Por José Antonio Maya González
NOTAS
(1) Ariel Rodríguez Kuri, Museo del Universo: los juegos Olímpicos y el movimiento estudiantil de 1968. Ciudad de México, México, El Colegio de México, 2019.
(2) https://www.eleconomista.com.mx/capitalhumano/Simone-Biles-somos-todas-y-todos-La-salud-mental-en-el-trabajo-no-es-debilidad-20210729-0152.html
(3) “Naomi Osaka: ‘It’s O.K. Not to Be O.K.’”, Times, july 19/ july 26, 2021.
(4) Algunos debates de interés se pueden seguir en los siguientes portales: https://cnnespanol.cnn.com/2021/07/29/juegos-olimpicos-tokio-2020-complicados-salud-mental-orix/; https://aristeguinoticias.com/2807/mexico/aristegui-en-vivo-pobladores-toman-control-de-pantelho-deportes-vs-salud-mental-mesa-de-analisis-y-mas/
(5) https://www.who.int/mental_health/evidence/promocion_de_la_salud_mental.pdf
(6) Edith Sheffer. Los niños de Asperger. El exterminador nazi detrás del reconocido pediatra, México, Planeta, 2019.
(7) Andrés Ríos Molina, Cómo prevenir la locura: psiquiatría e higiene mental en México, 1934-1950, Ciudad de México, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México; Siglo XXI. 2016.
(8) Estos temas son abordados en Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Herder Barcelona, España, 2012.
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