Cosas del destino, hoy que el clima es una delicia en nuestra desnaranjada ciudad,

ofrecemos esta oda a la naturaleza de parte de nuestro reportero urbano don Héctor Rodríguez Méndez.

Feliz Martes

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Por una de esas sincronicidades que los seres humanos somos capaces de generar  cuando estamos venturosamente acoplados a los ritmos de la naturaleza, hoy me levanté más temprano que de costumbre y salí en mi carro a hacer la primer actividad de la mañana.

 

Esperando el cambio de semáforo, en el cruce de las calles Garmendia y Luis Encinas, un golpeteo suave en el techo me llamó la atención. Está lloviendo, pensé, pero no vi gota alguna en el parabrisas. Saqué la cabeza y alcé la mirada; una lluvia de semillas caía de la ceiba que se encuentra en ese crucero. No lo podía creer, la naturaleza me estaba dando un regalo que nunca me hubiese imaginado en la vida. Una lluvia es la cosa más común, pero de semillas de ceiba jamás. Me quedé perplejo, ¿a qué se debía ese fenómeno inusitado y porqué la madre ceiba me lo regalaba a mí? Mientras estos pensamientos se sucedían seguía contemplando la inusual lluvia de semillas que caía exactamente donde yo estaba parado.

 

Para los amantes de los ciclos vitales de la naturaleza en Hermosillo no es nada extraño. En los últimos años he sido testigo de este fenómeno proverbial: la etapa de floración y desprendimiento de las semillas y el polen de las ceibas, que afortunadamente todavía tenemos en muchas partes del centro. Sentarse en alguna banca del Jardín Juárez o posicionarse por la calle de El Imparcial permite ver este espectáculo inusual y milagroso, sobre todo en los días de viento. Con un poco de calma y a trasluz, se puede observar el polen que se desprende de sus ramas, el algodoncillo que cae desde las alturas cuando las semillas se abren y las rutas de migración que se abren en el viento para que todo ese potencial de vida se disperse.

 

Para los que queremos y gozamos a Hermosillo desde sus entrañas, y que además lo compartimos a la menor provocación, este pedazo de territorio-municipalidad nos regala todos los días espectáculos inéditos: maravillosas coreografías de chanates, bandadas de pericos, cantos de palomas pitayeras, olores de azahares, atardeceres espectaculares y lunas llenas inigualables, entre otros. Son espectáculos que regocijan el espíritu y por si fuera poco, no nos cuestan nada más que un poco de calma, hacer un alto en el diario trajín y disponernos a observarlos.

 

A pesar de que habito en este lugar hace poco más de treinta y cinco años, los atardeceres nunca dejan de sorprenderme porque sus matices nunca son iguales, los chanates forjan coreografías increíbles instante a instante, el estruendo polifónico de las bandadas de pericos nos remonta a no se qué selva perdida. Todo cambia y todo es diferente cada día. Debo decir, además, que todo esto es posible gracias a la buena cantidad de yucatecos, ceibas y palmeras que todavía conservamos en buen estado en este cuadrante de la ciudad.

 

Por todo lo anteriormente expuesto me declaro  un ciudadano empedernidamente feliz y cada vez que oigo el estruendo y veo una bandada de pericos anidándose en lo alto de las palmeras, doy gracias a estos placeres que están a la vuelta de los ojos y a la levantada de la vista.

 

Todos estos pensamientos transcurrieron mientras la lluvia de semillas fecundaba mi emoción. Al empezar a clarear la mañana, la semipenumbra desaparecía en un halo de luz en el horizonte. Acepté con humildad ese regalo que la madre naturaleza me dispensaba. Me sentí profundamente merecedor de él. La luz del semáforo pasó a verde. Miré hacia arriba de nuevo, enlacé las manos en un gesto de agradecimiento y sólo le dije: ¡Gracias, madre ceiba!

 

Por Héctor Rodríguez Méndez

En la gráfica, la fuente inspiración de la nota. Fotografía de Benjamín Alonso Rascón.

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Sobre el autor

Héctor Rodríguez Méndez es sociólogo y consultor especializado en el desarrollo proyectos comunitarios sustentables. Ha trabajado en centros de investigación y programas para la conservación y uso sustentable de los recursos naturales en Areas Naturales Protegidas.

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