El 5 de junio del año pasado, en el coloquio Horas de Junio, la Universidad de Sonora le otorgó un merecido reconocimiento al escritor Ignacio Solares por su destacada trayectoria en el ámbito de las letras contemporáneas en México. Por esos venturosos azares del destino me tocó compartir y departir casi una hora de plática con el maestro a la hora de la cena.
Debo decir que el reconocimiento, como a muchos otros, me dio mucho gusto porque fuera de lo que ya conocemos de su obra desarrollada a profundidad desde diversos ámbitos, teatro, entrevista, novela y artículo periodístico, el homenaje reconoce a uno de los tres pilares fundamentales de la literatura chihuahuense contemporánea, que sobra decir, le han dado brillo y lustre a ese pedazo del territorio proyectándolo a nivel nacional. Me refiero a la tríada compuesta por Carlos Montemayor, Víctor Hugo Rascón Banda y por supuesto, el maestro Ignacio Solares.
Una razón adicional por la que admiro y respeto a estos escritores es porque, a pesar de haber hecho sus estudios y su carrera cultural en el Distrito Federal, nunca perdieron sus vínculos existenciales y literarios con el territorio que los vio nacer.
Sin embargo existen otras razones por las que me gusta este reconocimiento. Una de ellas tiene qué ver con una pregunta que muchos nos hemos hecho, nos hacemos y todavía no alcanzamos a contestar exactamente. ¿Qué es lo que le ha faltado a la literatura sonorense para ser un referente cultural de nuestro territorio, de nuestra identidad, de nuestra forma de ser, a nivel nacional?
No quiero caer en los lugares, ni en las explicaciones comunes que algunos de nuestros escritores y críticos regionales le dan a esta pregunta desde hace muchos años, en el sentido de que son y han sido el centralismo y la burocracia las que no han reconocido el trabajo de tantos y buenos escritores sonorenses, sino más bien responder con toda sinceridad y honestidad cuál ha sido el componente, el ingrediente fundamental que le ha faltado a nuestros escritores, a nuestra región, a nuestra literatura para tener por ejemplo a Abigael Bohórquez, Gerardo Cornejo y Armida de La Vara como tres referentes a nivel nacional de gran calado. Desde luego, son los más conocidos en ese rubro y su peso vale por sí solo como escritores, eso no se discute; pero indudablemente y sin ningún menoscabo de su obra, no son un referente con el peso que tiene la tríada mencionada.
Un segundo argumento por el que me dio mucho gusto este reconocimiento, es saber por ejemplo, que Sinaloa es algo más que el Chapo Guzmán y toda la parafernalia tejida alrededor de él. Da más gusto saber que existe un escritor que se llama Elmer Mendoza, que anduvo aquí hace veinte años en los coloquios de literatura y hoy tiene una saga de novelas sobre el narcotráfico publicadas bajo el sello de Alfaguara y participa en ferias y coloquios internacionales de novela negra. Es decir, y para utilizar el lenguaje oficial, existe un sinaloense de clase mundial conocido por su oficio y pasión por las letras.
Por eso también da gusto saber que Chihuahua es algo más que las muertas de Juárez, algo más que su actual gobernador puesto en la picota, exhibido y denunciado por su corrupción sin límites o, el narcotráfico que campea más rampante por todas sus comunidades que los programas y proyectos públicos que debiesen estar sacando al buey de la barranca.
Chihuahua siempre me ha deslumbrado por sus vastas extensiones de pinos, que son origen y punto de partida de enormes ríos, incluyendo a nuestro querido y gran Río Yaqui, que es allá donde se origina. Chihuahua, junto con Durango y Sinaloa, tiene esa área denominada «El triángulo dorado» que, en mi modesta opinión, constituye la Amazonia viva del norte-noroeste de México por poseer diversos y vastos ecosistemas, con un nivel de pristinidad y salud que nos provee de amplios servicios ambientales como la producción de agua y oxígeno, además de jugar un papel primordial en la captura de carbono por la densidad de su vegetación. Sin embargo, las noticias le dan más publicidad por la producción de marihuana que por los servicios medioambientales que la naturaleza nos da sin pedir nada a cambio.
Es bueno saber que más allá de las noticias diarias que siempre están exaltando lo peor de nuestras regiones y nuestro país, narcotráfico, corrupción, impunidad, etc., existen otras realidades que desmienten tanta opacidad y pobreza existencial, intelectual y mental.
Por eso me da gusto saber que tres escritores nacidos en ese territorio vasto y bendito han sido capaces de proyectar, junto a ese paisaje de belleza proverbial, su imaginario cultural y su evolución como pueblo a una categoría mayor denominada nación o territorio nacional.
Por eso me da gusto que la Universidad de Sonora le haya hecho ese justo y reconocido merecimiento al maestro Ignacio Solares. Bien por los organizadores del evento “Horas de Junio” que año con año suman su reconocimiento a los mejores escritores de este país y sobre todo a los más comprometidos con un cambio social en favor de todos los ciudadanos. Y más porque esos reconocimientos se han hecho en vida. ¡Felicidades, enhorabuena!
Por Héctor Rodríguez Méndez
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