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Jean Luc Goddard, cineasta innovador y necesario, escribió: “No es de donde tomas las cosas, sino hacia donde las llevas”. Así se reinvindica el poder del séptimo arte: crear historias capaces, incluso, de revisitar los hechos para crear conmovedoras realidades alternativas.
Quentin Tarantino lo sabe muy bien. Después de Bastardos sin gloria (QT, 2009), Django sin cadenas (QT, 2012) y Los ocho más odiados (QT, 2015), el director del posmodernismo abre el baúl de los sesentas y recrea el Hollywood que más admira, el que más ha referenciado.
Estamos entonces ante la película personal de Tarantino: Érase una vez en… Hollywood. Es la que refleja su mirada de niño – enamorado como ninguno del spaguetti western, de las cintas de artes marciales y los filmes de bloaxploitation – para confeccionar una fábula que, sin duda, nos reserva el final más hermoso de toda su intensa filmografía.
El noveno largometraje de Tarantino se sumerge en la exploración de la oscuridad en Hollywood. No es que nadie lo haya hecho antes. Sin embargo, es la primera ocasión donde esto es abordado en 1969, año en el que el movimiento hippie perdió el idealismo entre la sangre de Sharon Tate, los ojos malignos de Charles Manson y su secta retorcida.
Nuevas leyendas, más críticas y realistas, señalan en el cine norteamericano las graves contradicciones del establishment. Busco mi destino (Dennis Hooper, 1969), exhibía la intolerancia y el racismo más rampante y primitivo; Perdidos en la noche (John Schlesinger, 1969), emprendía su camino hacia el Oscar a mejor película, la única con clasificación X en alcanzar el premio, aunque tal codificación ya no existe.
En ese mundo se mueve Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), actor en prematura decadencia al no poder encontrar su lugar en este nuevo panorama. Lo acompaña Cliff Booth, su doble para escenas de acción y amigo fiel, quien lo escucha mientras le sirve como chofer y milusos.
Por eso cuida la casa de Dalton, en Cielo Drive, digna residencia contigua a la que habitan Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y su bellísima esposa, la actriz Sharon Tate (Margot Robbie).
Angustiado por la pérdida de rumbo en su carrera, Dalton se entrevista con el productor Marvin Schwarz (Al Pacino), quien le recomienda acepte la propuesta de protagonizar spaguetti westerns, para dar bríos a sus empeños como actor; al mismo tiempo, Sharon Tate vive el sueño de convertirse en icono cinematográfico, entre fiestas con amigos y celebridades, entrando al cine para verse y disfrutarse en Las demoledoras (Phil Karlson, 1969) y – gran detalle, Tarantino, gran detalle – comprando un ejemplar de Tess, de Thomas Hardy para regalarlo a su marido.
Sharon Tate y su femenino simbolismo. Encarna el fin de la inocencia.
Y en medio de los dos, Cliff Booth como un semidios. Con un pasado violento a sus espaldas, le resulta difícil permanecer en su desempeño en los estudios. Su espíritu libre y contestatario le llevará, lo mismo a retar a Bruce Lee (Mike Moh) que a levantar a Pussycat (Margaret Qualley), adolescente deshinibida que le llevará hasta al Spahn Ranch, extensión territorial, antigua locación para películas de vaqueros que ahora sirve como refugio para una extraña comunidad hippie, secta cuyo líder es Charles Manson (Damon Herriman).
Las líneas argumentales de Érase una vez en… Hollywood se manejan de manera convencional. Sin embargo, son sus viñetas – verdaderas expresiones líricas de una época convulsa, dividida y aún cándida – las que muestran el sub texto de la cinta así como el ánimo revisionista de Tarantino.
Dirección de arte, sonido y fotografía en Érase una vez en… Hollywood son obra maestra. Capturar la acción en cámaras 8, 16 y 35 milímetros representan magnífico acierto visual que provocan, en el espectador, una sensación de inmersión total en el ambiente en el que el director se solaza.
La banda de sonido resulta abrumadora, en sentido genial. Acompañamiento constante de radio y televisión, no solo en sus éxitos, sino en la vida comercial hacen surgir a esa nostalgia hipnotizante que, sin darnos cuenta, nos prepara para su inesperado desenlace y final.
Se ha señalado a Quentin Tarantino como un realizador violento, machista y, por lo tanto, misógino. Aquí se desmiente una de las tres acusaciones.
Hay una epifanía histriónica para Rick Dalton. Y se la debe agradecer a Trudi (Julia Butters), pequeña actriz que le proporciona la esperanza y las alas que necesita para convertirse en el ave fénix que todos esperamos.
El título de esta, la novena de Tarantino, adquiere su verdadera dimensión en los últimos minutos de proyección. En el estilo de La La Land (Demian Chazelle, 2016), un giro puede llevar a esta historia por caminos insospechados.
Lo que nos hubiera gustado que no ocurriera. Las cosas como deberían haber sido. El hubiera no existe, pero ojalá y si.
Qué leer antes o después de la función
A sangre fría, de Truman Capote. La exploración de un asesinato cruel, sanguinario y sin sentido, en Holcomb, pueblo de Kansas, se convierte para su autor en un verdadero infierno que, si bien, produjo una de sus novelas mejor acabadas – se inicia con ella el género novela de no ficción -, supuso para el autor el mayor desgaste creativo y emocional.
La yuxtaposición de las técnicas literarias de ficción, junto a las crónicas periodísticas hacen de A sangre fría, una pieza innovadora, fundamental para quienes ahora, en tiempos de la inmediatez del periodismo y las redes sociales, reclaman por la llegada de la literatura de la noticia.
Me gustó mucho la película, sobre todo por la mimetización que tuvieron los actores de los años cincuentas para adaptarse a la década de los setentas, y desde luego un guiño a lo que fue el caso de Roman Polanski y la psicodelia hippie de la época.
La escena donde Sharon Tate entra a una librería y compra TESS D’UBERVILLE, de Thomas Hardy fue muy conmovedora. Sharon Tate alcanzó a regalarle ese libro a su marido Roman Polanski con el propósito de que éste considerara llevar a la pantalla esa historia femenina. Eso se convirtió en realidad. TESS (Roman Polanski, 1980) abre su proyección con una simple dedicatoria: «A Sharon». GRACIAS POR SUS COMENTARIOS, MAESTRO DURAZO.
Si claro, gran escena donde entra a una librería que pareciera de viejo, y compra Tess, la de los d´Urberville del autor inglés Thomas Hardy, en un recinto totalmente pintado de verde y con unos bustos blancos de escritores de lengua inglesa. Tiene usted toda la razón Horacio.
A mi no me gustó, se me hizo larga y pesada, aparte de venerar una industria que nos domina culturalmente, qué necesidad de enaltecer a figuras con John Wayne y Charlton Heston, pura mercatoecnia, empezando con Los tres actores principales
GRACIAS POR SUS COMENTARIOS, MAESTRO RAMOS. Aunque la película se solaza en ese puente que representó la consolidación de lo que se llamó «nuevo Hollywood»; el personaje de Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), representa – eso sí – a la venerable industria y la crisis que experimenta es por no poder encontrar lugar en ese panorama; el otro, Cliff (Brad Pitt), es el eterno sobreviviente, quizás más libre y racional que su patrón y la Sharon Tate es la representación de la inocencia. Para mí, ÉRASE UNA VEZ EN… HOLLYWOOD contiene el final más hermoso de todas las películas del Tarantino. SALUDOS, Y DE NUEVO, GRACIAS POR SUS COMENTARIOS.