Después del éxito de Guardianes de la Galaxia (James Gunn, 2014) se antoja inevitable la continuación de las aventuras de este grupo de forajidos e inadaptados héroes con arranques violentos, pero también con un gran corazón.
La música como lenguaje universal. La nostalgia que nos hace recordar el hogar, como quiera que este haya sido. Y la firme convicción de que las mejores melodías vienen de la década de los 70’s, así como una pirotecnia de efectos especiales – sin dejar de lado la simpatía de estos personajes – son agridulces ingredientes para estos viajes cósmicos.
Si es posible quejarse de algo es de aquello que sobra. Guardianes de la Galaxia, 2 (James Gunn, 2017) presenta tres tramas, dos de las cuales pueden mezclarse, con el desenfado del Awesome Mix, vol 2, pero la tercera historia solo es útil para vender las siguientes entregas, lo cual ya no es novedad.
¿Lo mejor de Guardianes de la Galaxia, 2?
Las bromas verbales, incontenibles y lanzadas a quemarropa con velocidad vertiginosa. Desde la referencia a Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964), el nombre de un villano que desata un cómico bullying, incluyendo todo lo que sale del hocico de Rocket Racoon (con la voz de Bradley Cooper) y, por supuesto, Groot (doblado por Vin Diesel), crean un ensamble cómico digno de los Hermanos Marx y Monty Phyton.
Los escenarios. Desde el inicio, cuando Groot baila al ritmo de “Mr. Blue Sky”, de la Electric Light Orchestra y, en segundo plano, aparece una bestia de Lovecraft (es una versión bastante decente de Cthulhu) ya podemos imaginar lo que viene; el planeta Ego, trepado en “My Sweet Lord”, de Harrison, es el sueño hecho realidad de los diseñadores gráficos, no solo de hoy, sino de aquellos de crearon las portadas de los discos de rock progresivo hace cuarenta años. Y eso es decir mucho.
La música. Todas las melodías que aparecen tienen un sentido. Funcionan como resortes hacia la terrícola era de la radio, el vinyl, los carretes, el 8track y el cassette, pero al mismo tiempo conectan e impulsan a la historia.
Insólito, el inicio. James Gunn decide, ante la posibilidad de mostrar una batalla a muerte con ese nuevo Cthulhu, seguir a Groot y su simpática coreografía. Guardianes de la Galaxia, 2 no se toma muy en serio. Y eso se agradece.
Drax (Dave Bautista) abre su corazón. Es verdad, las apariciones de Groot parecen más destinadas a la venta de su figurita en todos los estantes comerciales. Por eso Drax y su sentimental locuacidad casi se roba el show. Bien por Drax.
La furia, la rabia. En esta entrega a los personajes los mueve la ira. Los héroes están enojados. Gamora (Zoe Saldana) deberá controlar el tiro cantado de Nebula, su rencorosa hermana (Karen Gillian) y Peter (Chris Pratt), a lo Luke Skywalker, descubrirá el verdadero valor de la paternidad a punta de catorrazos.
¿Lo peor de Guardianes de la Galaxia, 2?
Las continuas referencias a El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) y al estilo Tarantino de aderezar canciones de los setentas para lubricar secuencias de violencia y acción. No puedes, en un filme de fantasía, como este, decir: “I’m your father”, así lo diga con una sonrisa Ego (Kurt Russel), el autoproclamado progenitor, sin invocar a Darth Vader.
La supuesta tensión erótica entre Gamora y Peter. La cinta, a pesar de su audaz duración, no alcanza para resolver bien a bien este conflicto.
Aunque las dos primeras historias se unen con lógica y habilidad: el robo de material energético a quien no se debería agredir que conduce a la providencial aparición de Ego, existe una tercera trama que solo funciona como el puente promocional de próximas películas y, a pesar de que hay una secuencia que pretende unir todas las aristas, siempre queda la sensación de la necesidad comercial de vender lo que sigue. Insisto, eso ya no es nuevo.
¿La moraleja de Guardianes de la Galaxia, 2?
Padre no es el que engendra, sino el que cría. Y esto cae en la cancha de Yondu Udonta (Michael Rooker) y en el terreno de los talk shows que se han regodeado con ese tema desde tiempo inmemorial.
Guardianes de la Galaxia, 2 hace reír, pero a pesar de todos sus esfuerzos, no hará llorar.
Por Horacio Vidal