Fue la pregunta que me lanzó a manera de provocación el editor de Crónica Sonora y es la pregunta que me hice a mí mismo luego de realizar un debate con mis estudiantes sobre los beneficios y perjuicios de la Revolución Mexicana. Dicha discusión se dio de forma avivada pero antes de alcanzar el cenit recibí una respuesta que me cautivó: “¿Y a mí que me importa la Revolución?”.

 

Ante tal respuesta opté por no demostrar ni la más mínima molestia. Como a cual patriota le ofendiera tal réplica ante la posible falta de valor cívico, o como a cual profesor le molestaría la soez estudiantil de su interlocutor, o bien como a cual ciudadano común le molestaría la apatía de la llana contestación en forma de pregunta sobre un tema “substancial” de un adolescente ingenuo.

 

Opté por la invariable y “estúpida” opción de la racionalidad de cual docente desea comprender el contexto ideológico y anímico  de su estudiante ante su respuesta. Buscando explicaciones sospeché que quizás no venía “de buenas”, le había ido mal ese día, pecaba de ingenuidad o simplemente no le interesaba la materia o el tema o por qué no valía la pena preguntarse tal cuestionamiento.

 

Ante la incomodidad de la pregunta que como resultado dio la inmutación del momento salvado posteriormente por la respuesta de otro muchacho quien basado en sesiones anteriores argumentó la importancia de ésta con un discurso elocuente más no convincente en nuestro presente, decidí llevarme del aula tal pregunta, claro, sin que me quitara el sueño.

 

Sin embargo, contraje cierta inquietud ante la búsqueda de una respuesta convincente. Asumo que es angustiante tratar de responder dicha pregunta un tanto fulminante en nuestra actualidad, al menos para una generación que hemos crecido en un ambiente o contexto de desencanto frente a una ideología reciclada y por qué no, de indiferencia. Ante esta situación considero que es aceptable cuestionarnos la incógnita del impúber doliente y hosco solamente que redundándola en función de encontrar otros significados en el siguiente cariz:

 

¿Debería importarme la Revolución Mexicana?

¿Por qué debería de importarme la Revolución Mexicana?

¿A quién le importa la Revolución?

¿Qué significa la Revolución?

¿Qué significa ser Revolucionario en la actualidad?

¿Qué proporcionó dicho acontecimiento que debería de celebrarlo o festejarlo?

¿Será que sigue vigente ello en el panorama de este nuevo siglo?

¿No será algo acabado?

 

Sin la pretensión de convencer a nadie, mucho menos brindar una respuesta ante las temibles cuestiones de si es posible visualizar los beneficios de la Revolución Mexicana en pleno siglo XXI; o bien cuestionarnos si debería importarnos conmemorar tal suceso ante la panorámica actual -en la cual las instituciones públicas emanadas de dicho movimiento se muestran en su mayoría obsoletas y corrompidas, mientras que las ideologías  también emanadas se hayan recicladas y añejas ante nuevos presupuestos ideológicos más creíbles- pretendo ante todo más allá de persuadir, aspirar al diálogo tan necesario sobre el sentido e importancia que tiene tal suceso en nuestro presente.

 

Sin duda, habría muchas maneras de darle rienda suelta a las respuestas ante tales interrogantes en la actualidad. El caso de nuestro presente podría abordarse de acorde a las “urgencias” del país y las prioridades sociales actuales, así como a un balance de las instituciones que se detentan como “herederas del la Revolución” y que, sin duda, muchas han perdido el rumbo. O bien haciendo una revisión de las ideologías planteadas y las vigencias de estas en la actualidad, aunque me adelanto a señalar que se apagaron en los años 40´s y muy seguramente murieron y fueron enterrados muy profundamente tras el 68, así como tras una serie de crisis económicas, fraudes electorales y desencantos políticos hasta la muy cuestionable democracia actual.

 

En esta ocasión he preferido abordarlo a partir de la ultima interrogante, es decir la vertiente ideológica. La pregunta sería si la Revolución tenía una ideología como tal.

 

Sin la pretensión de hacer un trabajo académico solamente señalo que ya se ha hablado bastante al respecto. Los viejos postulados nos dirían que la revolución se hace con “hechos, no palabras” independientemente de cómo se manifieste esta. En ese sentido los sucesos implicados de 1910 a 1917 poseen ese tenor, aunque me gusta más retomar aquel argumento de Octavio Paz quien percibe a la Revolución más bien como una “Revelación” pues considera que los brotes insurrectos “revelaron” las inconformidades de la sociedad  mexicana.

 

Recordemos pues la búsqueda de una transición a la democracia por parte de Madero y su “Sufragio Efectivo”, la distribución equitativa de de tierras por parte de Zapata, así como la atención a las demandas obreras por parte de Obregón, la escucha activa al eco del rezago educativo de Vasconcelos y las implementaciones de Cárdenas ante los recursos naturales del país y el rezago de la demandada repartición agraria.

 

En el sentido anterior no es posible compararla con una Revolución como la Rusa o la de Francia pues en esencia son distintas, dado que estas contenían un movimiento ideológico en principio, movimiento que fue el móvil de tales sucesos. Por el contrario, tras la Revolución Mexicana subyacen una serie de revoluciones, pronunciamientos o movimientos armados, brotes insurrectos, transiciones políticas y demás que suelen ser representados como un solo suceso. Producto de los gobiernos posrevolucionarios quien en su afán de legitimarse crearon dicha representación, creando así también la ilusión de una democracia en algunos estratos.

 

Como bien se sabe, estos movimientos sirvieron para algunas causas en un sentido ideológico. El fuego revolucionario representaba así la lucha democrática y la justicia social, entre estos la reapropiación de bienes del Estado que habían sido vendidos durante el Porfiriato. Se habían tomado en cuenta las demandas del peón, del obrero, el minero y los artesanos en cuanto a su sobre explotación e injusticia, la educación se dimensionaba como laica y gratuita.

 

En la actualidad podemos decir que algunos bienes han tendido a privatizarse aunque algunos siguen privados, los antes actores mencionados apenas y subsisten, mientras los de arriba y/o los extranjeros se enriquecen y viven a sus expensas amparados en reformas a su conveniencia. Tal es el caso de los obreros: bajo esta tutela qué ánimos de que tengan voz. La educación se encuentra en segundo plano bajo modelos reapropiados y homologados no propiamente adecuados frente a un entorno complejo de un México cambiante, único y diverso a la vez, en tanto que el docente carece del reconocimiento adecuado.

 

Dicho lo anterior me pregunto ¿con qué presupuestos ideológicos debemos de ver o conmemorar la Revolución en la actualidad? No podemos decir que ha triunfado la Revolución o sigue vigente esta mientras no exista un respeto y aceptación por la pluralidad, mientras unos cuantos sigan llenado sus bolsillos a expensas del pueblo, mientras exista inseguridad, mientras no se haga justicia por 49 niños, mientras no aparezcan 43 desaparecidos y muchos, muchos más. Mientras exista pobreza así como altos sueldos de funcionarios públicos, mientras sigamos bajo una democracia enclenque con instrumentos políticos poco abarcantes para su función pública, mientras solo seamos espectadores de las bribonadas de políticos y nos quede más que un lamento sin justicia consumada. Mientras suceda todo ello seguiremos sumidos en un letargo.

 

Ante tal situación no me queda la misma opción que apelar al cuestionamiento tosco del efebo estudiante y consentir que es válido hacerse tal pregunta: ¿Y a mí que me importa la Revolución?

 

A lo cual podría contestar que me importa porque me incumbe como a cualquier mexicano cuestionar la revolución -así como cualquier suceso- repensando la violencia, oportunismo y corrupción que implicó. Así como cuestionar al partido que argumentó ser el heredero lógico de tal movimiento, congratulándose en la actualidad de ser la única opción viable ante la afanosa ilusión de la democracia.

 

Me importa porque considero necesario repensar la pluma con la cual fue escrita, porque en el horizonte de este nuevo siglo es necesario repensarnos de acorde a los supuestos contemporáneos como son los de la inclusión, los de la búsqueda de la democracia y la libertad, pero sobre todo siendo conscientes de un pasado poco convincente para un presente complejo.

 

Por estas y otras razones digo sí, sí me importa y sí es importante la Revolución Mexicana.

 

Por Andrés Abraham Gutiérrez

Fotografía de Benjamín Alonso

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El señor Carranza en su jaula de hierro, captado en Hermosillo, Sonora, el invierno de 2015.

Sobre el autor

Andrés Abraham Gutiérrez es historiador con “h” minúscula y se desempeña como docente. Originario del desierto urbano, creció entre los terregales y herbazales, se considera amante de las bebidas derivadas de cereales fermentados y la amistad, pues considera que ambos elementos acrecientan el espíritu.

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