Un gato tuerto; ocurrentes diálogos sobre el significado de “ad nauseam”, frente a un tazón de desayuno Special K; un tío que funge como papá soltero; la abuela como la bruja del cuento y la decisión por construir un melodrama sincero, efectivo y llegador.
Un don excepcional (Marc Webb, 2017) se exhibe como una rareza en esta temporada de verano. La anomalía crece al conocer este trabajo que se le debe, ni más ni menos, al director de las cintas El Sorprendente Hombre Araña (2012) y El Sorprendente Hombre Araña: La amenaza de Electro (2014).
Los seres extraordinarios causan conflictos y, por lo tanto, ocasiones de mostrar lo mejor y lo peor de nuestras familias, escuelas y comunidades. Y lo insólito puede surgir desde la genialidad o la discapacidad. Los extremos, casi siempre, se juntan.
Este es el relato de Mary (McKenna Grace, incomparable), maravillosa niña prodigio cuyo talento matemático aparece como una bendición y una amenaza. A cargo de su pragmático tío, Frank Adler (Chris Evans), la pequeña acaba de matricularse en la escuela pública.
El don que le acompaña muy pronto llama la atención y una pregunta se plantea en el centro del argumento: ¿Qué es lo mejor para Mary?
¿Qué tenga una niñez normal, rodeada por otros menores, una vida apacible y segura, juguetes y televisión? ¿O es la responsabilidad única y posible explotar al máximo sus talentos? ¿En bien de la humanidad, o en bien de Mary?
Cuando aparece la abuela de la menor, Evelyn (Linsdey Duncan), las cosas se ponen peor. La sombra de la madre de la genio vuelve del pasado y reabre viejas heridas en esta familia que no sabe cómo manejar las capacidades superdotadas, pues ha convertido la gracia en maldición.
Muy cercana, en su guión, a El Jeremías (Anwar Safa, 2016), Un don excepcional presenta perspectivas y tratamientos muy diferentes a la cinta escrita por la sonorense Ana Sofía Clerici.
Para empezar, la lucha por el alma de Mary no se libra en la mesa de la familia, sino en los tribunales. Y aunque el cariñoso tutor se desempeña como mecánico de botes, más tarde nos enteramos que ha renunciado a una posición de mayor relevancia. A fin de cuentas, esta será una pelea entre iguales: nada más alejado de lo que ocurría en El Jeremías.
Un don excepcional confía en la relación entre Mary y su tío, Frank. El elenco secundario funciona para que toda la película avance con dignidad. Bonnie, la humilde, pero decidida maestra de primaria (Jenny Slate) y la vigorosa vecina de Mary y Frank, Roberta (Olivia Spencer), giran para dar mayor humanidad a los personajes principales.
De manera inexorable, la película avanza a un desenlace muy al estilo de Kramer vs. Kramer (Robert Benton, 1979), sin embargo, el tono comedido de este estreno jamás abusará de su potencial carga lacrimógena, y colocará a este estreno a medio camino entre Manchester junto al mar (Kenneth Logerman, 2016) y nuestra popular y entrañable El Jeremías.
Un don excepcional defiende el derecho de la niñez a vivir y disfrutar, precisamente, la niñez. El problema está claro: la mayoría de las ocasiones es necesario proteger a los infantes de sus propias familias, es decir, de las taras ajenas, así vengan de padres, hermanos o abuelos.
La cuestión «¿qué es lo mejor para Mary?» se resolverá: sin desbordamientos, sin desenfrenos trágicos y evitando la exageración. Resulta que drama y comedia son bien llevados, tanto por el director como por el reparto, en especial Mary, o sea McKenna Grace.
El rango de la pequeña queda manifiesto en las escenas donde debe mostrar su genio y en las que ofrece candor y vulnerabilidad. En ese sentido, la mejor línea de Un don excepcional llega cuando la niña habla de su tío: “He is a good person. He wanted me before I was smart”.
A diferencia de Jeremías, Mary tiene una mejor oportunidad. El desafío será encontrar el justo equilibrio entre el don excepcional y su infancia. Con la comprensión y la tolerancia de todos, la niña puede crecer, sin perder las experiencias propias de su edad.
Y esto el Jeremías ni siquiera lo soñó.
Por Horacio Vidal