Nuestro filósofo de cabecera ha conversado con un meramente del pensamiento filosófico en México
Pongan el café
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Ciudad de México.-
El filósofo uruguayo y mexicano Carlos Pereda (n. 1944) visitó Hermosillo el pasado mes de marzo con motivo de la conmemoración del 41 aniversario del Colegio de Sonora. Impartió en esa ocasión una conferencia sobre filosofía de la historia y presentó su nuevo libro, el Diccionario de injusticias (Siglo XXI/UNAM), del cual es editor. Pereda es profesor emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hombre de múltiples intereses, pensador original y maestro generoso, ha desarrollado por muchos años una teoría de la argumentación. Con esa herramienta ha incursionado de manera provechosa en la epistemología, la filosofía política, la historia de las ideas, la literatura y en varios campos más. Entre sus muchas publicaciones están los libros Conversar es humano (El Colegio Nacional/FCE, 1991), Razón e incertidumbre (Siglo XXI, 1994), Vértigos argumentales. Una ética de la disputa (Anthropos, 1994), Crítica de la razón arrogante (Taurus/Alfaguara, 1999), Los aprendizajes del exilio (Siglo XXI, 2008), Sobre la confianza (Herder, 2009), Patologías del juicio. Un ensayo sobre literatura, moralidad y estética nómada (Secretaría de Cultura/UNAM, 2018) y La libertad. Un panfleto civil (UNAM, 2020). En 2021 publicó Pensar a México. Entre otros reclamos (UNAM/Gedisa), una obra que, entre otras cosas, plantea los vicios habituales en que caemos al querer reflexionar sobre el pasado y el presente de nuestro país. Es a propósito de este libro que Pereda aceptó gustoso responder a las siguientes preguntas.
- Leer tus libros resulta en ocasiones un placer tortuoso. Me apresuro a señalar que siempre escribes con mucha claridad y en un tono afable, sin ser nunca condescendiente. A lo que me refiero con “tortuoso” es que siempre piensas con tus lectores y entre vueltas y rodeos provocas que realicemos un duro ejercicio de introspección. Has desarrollado a lo largo de los años una perspectiva de la argumentación que exige evaluarnos, ser flexibles, mirar y tantear lo que es importante en la vida. Indagar “yendo del vivir y su autocomprensión al pensar con rigor y razonar con no menos rigor”. Una brújula que mencionas para no naufragar en este ir y venir es el ejercicio de la “razón porosa”. ¿En qué se parece y en qué no se parece esta capacidad al ideal moderno de autonomía personal?
Muchas gracias por considerar que escribo con claridad, que me expreso con claridad. Ése es mi propósito, pero a menudo es difícil lograrlo porque la realidad es “tortuosa”. En efecto, con frecuencia se plantean dilemas entre simplificar la expresión o simplificar el pensamiento o simplificar la realidad que se piensa y se expresa. Por supuesto, al plantearse estos dilemas, debemos ser conscientes que siempre debemos esforzarnos por que gane la realidad. Por otra parte, es preciso no olvidar que la realidad o, mejor, las realidades, si se les permite —si no se hacen trampas feroces y la saboteamos sin cesar—, tarde o temprano algún fragmento de esa realidad o realidades acaban por desbordar nuestras expresiones y nuestros pensamientos. Más todavía, cuando mentimos o nos mentimos, tarde o temprano resistencias imprevistas se suelen hacer cargo de ponernos contra la pared y de echar a perder nuestros disfraces y nuestras máscaras. Precisamente, el concepto de razón porosa tiene esa pretensión: no sólo aceptar las realidades que se muestran, sino también aquellas que esconden y se “enmascaran”. Pero —ésa es la apuesta— con razón porosa a la larga se destruyen disfraces y escondites.
Acaso se pregunte: con los usos porosos de tal razón ¿cómo es posible captar tanto lo que se muestra como lo que se esconde y hasta se busca suprimir? Atendamos un momento la expresión “razón porosa”. Literalmente los adjetivos “porosa”, “poroso”, aluden a una superficie con orificios visibles o invisibles a simple vista. Por ejemplo, superficies de ese tipo en la piel de los mamíferos —que permiten filtrar o absorber aire, líquidos…—, son decisivas para la vida. La propuesta de defender una razón porosa considera que algo análogo sucede con los usos de la razón si éstos se encuentran normativamente bien encaminados. Si éste es el caso, con argumentos se es capaz de atender incluso sucesos que, aunque ocasionan graves alteraciones y fracturas sociales, muchas veces no son percibidos como tales. De ahí que haya que defender una saludable equivalencia entre actuar con autonomía y actuar con razón porosa. Insisto: quien no procura cultivar una razón porosa se abraza a las peores dependencias.
- Examinas en Pensar a México ese vicio del pensamiento que son las expresiones excluyentes de la identidad. Un vicio de lo más explosivo si pensamos en fenómenos actuales como los populismos de derecha en Europa o el islamismo. En México las políticas de la identidad son recurrentes a lo largo de nuestra historia y hasta el día de hoy ejercen una influencia poderosa en la manera en que nos definimos. Muchas veces son también un obstáculo para entender y cultivar un sentido diverso de la identidad más de acuerdo con nuestras múltiples pertenencias. ¿Por dónde hay que comenzar para comenzar a educar (y educarnos) en un sentido más generoso (y realista) de nuestras identidades?
Las expresiones “identidad personal” o “identidad social” son ambiguas, y, por supuesto, la expresión “políticas de la identidad” hereda esa ambigüedad. De ahí que todas esas expresiones pueden usarse con razón porosa o, con el contraejemplo característico de tal razón, con razón arrogante. Por ejemplo, si la identidad personal se piensa con razón porosa conforma el modo que tiene un animal humano de autocomprenderse con autoestima. Notoriamente, los animales humanos necesitan de varios grados de autoestima no sólo para subsistir, sino para actuar con algunas virtudes y habitar el mundo con cierta felicidad. Cuando se vive de esa manera, con razón porosa los animales humanos son capaces de abrirse a los otros animales humanos: de satisfacer sus necesidades y, a la vez, de participar en sus trabajos, en sus penas, en sus luchas, en sus goces, en sus alegrías.
Por el contrario, cuando las identidades personales, y las sociales, se comprenden a partir de la razón arrogante, las políticas de la identidad se convierten en lógicas de la exclusión. Se excluyen y hasta se persiguen ciertas preferencias sexuales, ciertos colores de piel, ciertas creencias políticas o religiosas. Tales mecanismos de exclusión no pocas veces conducen a terribles persecuciones de cualquier Otra u Otro. En general, se busca enloquecidamente cancelar lo Otro. No exagero: la ambición de esas prácticas de la razón arrogante es convertir la existencia humana en la ininterrumpida monotonía del Siempre es bueno más de lo mismo. Los ricos con los ricos y los pobres con los pobres. Los miserables tienen que permanecer en su lugar: para siempre como miserables. Que nadie cambie el lugar prefijado por su nacimiento… Sin embargo ¿no son éstos los lemas de las escuelas en donde se aprende a no dejar de ser miserable?
- Al menos desde Aristóteles sabemos que enojarse por algo o con alguien de manera adecuada y en la proporción correcta no es siempre fácil de lograr. El término “resentimiento” aparece en diversas ocasiones a lo largo del libro Pensar a México. Se trata de un veneno que es en buena medida causa de la “monotonía” en la discusión pública actual. No resisto preguntarte qué nos hace falta para cambiar nuestro resentimiento, ese encerrarnos en nuestra identidad de agraviados, en indignación, sin duda una forma más productiva del enojo.
Para responder regreso de nuevo a la palabra “monotonía”, que significa: uniformidad, falta de variedad, rigidez, endurecimiento del cuerpo, inflexibilidad de la mente, inmovilidad social. Estamos frente a un vicio que demuestra una culpable escasez de recursos, un firme compromiso con el tedio. Por ejemplo, un lenguaje monótono emplea constantemente las mismas palabras: es un lenguaje haragán. Un trabajo monótono implica repetir de manera mecánica los mismos movimientos del cuerpo: es un trabajo esclavizante. Una política monótona no admite dudas y menos aún, opciones. Lamentablemente, en éste y en otros casos la monotonía no sólo aburre: intoxica. Por ejemplo, el lenguaje haragán nos intoxica para que persistamos en la haraganería, y así, frente a las muy diversas situaciones —políticas, económicas, culturales…— sólo tengamos dos respuestas, en muchas circunstancias dos respuestas de la razón arrogante: el “todo está mal” y el “todo está bien”. Por eso, sospecho que la alternativa no es meramente convertir los enojos y resentimientos en indignación. Porque también infatigablemente se puede repetir como un títere y con la misma indignación “todo está mal”, “todo está bien”. De lo que se trata es de abandonar las intoxicaciones de la monotonía y, con razón porosa, ser capaz de atender detalles, graduar las creencias, mitigar los excesos, matizar las afirmaciones demasiado rotundas: actuar “por algo o con alguien de manera adecuada y en la proporción correcta”.
- En algún lugar leí que Octavio Paz preguntó a un joven Alejandro Rossi (y espero no recordar del todo mal este episodio) que para qué estudiaba filosofía. El poeta formuló su pregunta de manera amable y movido por un interés genuino, y lo más interesante fue que nunca cuestionó las bondades intrínsecas de la disciplina, sino que más bien mostraba preocupación por el lugar de la filosofía en la cultura de aquel entonces. Han pasado muchas cosas para la filosofía desde entonces (por ejemplo, el fortalecimiento de su profesionalización en las universidades). ¿Cómo ves ese papel de la filosofía en el seno de nuestra cultura actual? ¿Tiene futuro entre nosotros la filosofía?
Tal vez habría que haberle respondido a Paz con un tu quoque [nota del entrevistador: Tu quoque significa en latín “tú también”; se trata de un tipo de falacia ad hominem]: para qué, con qué propósito, Paz continuaba no sólo escribiendo versos, sino leyéndolos en público y, además, dándose el trabajo de llevar sus poemas a editoriales para que se los publicaran. ¿Acaso el papel de la poesía no se encuentra en muchas sociedades en tan poca estima como el papel de la filosofía? Retomando algunas de las consideraciones anteriores sobre la razón porosa y en contra de la monotonía, ese repetir y repetirse que intoxica, me atrevería a diagnosticar: si algún día tuviésemos sociedades sin poesía y sin filosofía, habitaríamos pseudo-sociedades en dónde no dejarían de circular las mismas palabras y se repetirían de manera mecánica los mismos comportamientos sin que hubiesen encuentros y desencuentros en que los animales humanos pudiesen reconocerse como personas. Esas sociedades de Monótonas y Monótonos poco a poco habrán abolido la razón porosa.
Fotografía de Benjamín Alonso Rascón