Hoy, que se cumplen 31 años de aquel épico terremoto, nuestro arquitecto de cabecera y nuestro fotógrafo más fiel rinden homenaje al paisaje urbano de la antigua Tenochtitlan
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«Las exposiciones ‘Leonardo da Vinci y la idea de la belleza’ y ‘Miguel Ángel Buonarroti.
Un artista entre dos mundos’, lograron reunir este fin de semana
a más de 35 mil 700 personas en el Palacio de Bellas Artes».
Revista Proceso, Agosto de 2015
El metrobús que tomé desde el aeropuerto -de la Ciudad de México- me recordó la época en que usaba el transporte, de igual nombre pero de diferente tecnología y capacidad, para desplazarme a Ciudad Universitaria por la avenida Insurgentes, el cual tomaba en la calle Jalapa de la Colonia Roma Norte, misma que remataba en la glorieta de igual nombre, Los Insurgentes, preciso lugar de la terminal de la ruta que me conducía a la condecorada como patrimonio de la humanidad, la citada Ciudad Universitaria, previo a la caminata de diez cuadras por la calle de Marsella en la colonia Juárez, donde vivía en ese tiempo de mocedades estudiantiles.
En la espera o parada del puerto aéreo sólo estábamos dos viajeros, un cordial abogado oaxaqueño y yo. Abordé la conversación con preguntas técnicas sobre las rutas, me dejé guiar por su amabilidad, nos conducimos a una estación que nos conectaba con otra ruta hasta llegar al corazón del Centro Histórico, me guió hasta el Hotel Guillow, donde me hospedé, y lo alcancé a desayunar en el restaurante El Popular. Después de degustar unos deliciosos huevos poblanos y cruzar teléfonos abrimos la expectativa de visitas mutuas a nuestros distantes estados de origen, me informó dónde podían reparar mi maleta que se dañó del jalón guía para arrastrarla con su rodaje, por cierto gran invento ponerle ruedas al equipaje, genial avance del diseño industrial. Este primer encuentro con un personaje citadino me alentó mucho en mi concepto de que la gente es abierta, de la calidez del mexicano común y corriente.
Dos días en el rescatado Centro Histórico fueron suficientes para reforzar mi gusto por desplazarme en las atmósferas que tres décadas atrás se sentían turbias por la humedad, por la obscuridad y sobre todo por la incertidumbre de la inseguridad ambiental. Dos días de gozo urbano, de caminar hombro a hombro con turistas nacionales y extranjeros, dándole una gran vitalidad vanguardista por la remozada de sus calles y el ordenamiento de sus espacios. Dos días de visitar sus museos (la antigua Ciudad de los Palacios, hoy reconocida por unas siglas mayúsculas tipo destino aéreo, CDMX, tiene el título de la ciudad con más museos en el mundo, 110 para ser precisos): el Palacio de Iturbide, El Museo de la Memoria y la Tolerancia y finalmente el Palacio de Bellas Artes, donde pude apreciar la muestra de dos históricos, Miguel Ángel Buonarroti y Leonardo Da Vinci. De noche una cita de negocios con un cliente en el bar La Ópera, donde su plafón art nouveau resguarda orgulloso el hoyanco producto del tiro que salió de la pistola de Pancho Villa.
Después, albergado en la gentileza de un sonorense citadino, pasé un par de días más en la colonia Narvarte; cerca de ahí, en el espacio que antes ocupaba el estadio de beisbol Parque del Seguro Social, casa que compartían los Diablos y los Tigres en la liga mexicana de verano, construyeron un centro comercial más llamado Parque Delta, que es el único homenaje al recinto memorable para los amantes del beisbol, pero también para los citadinos que ahí buscaron a sus desparecidos por el sismo del 85′ (hoy hace justo 31 años), entre cientos de cadáveres acomodados sobre el terreno de juego. Historia oficiosa que no puede ser una distinción, sino una omisión a la memoria de la gran ciudad y sus registros dramáticos como lo es el mismo terremoto. Bueno, es un punto muy criticable a las exitosas gestiones de los gobiernos de izquierda de la ciudad: debería existir una plaza conmemorativa para recordar las hazañas beisboleras y un póstumo homenaje a los que sucumbieron junto con las estructuras derrumbadas del citado movimiento telúrico.
De vuelta a las calles, trepado en un Uber, recorro palmo a palmo con el flujo vehicular el sur de la ciudad hasta llegar a Ciudad Universitaria, la cual sigue impactando por sus espacios majestuosos en los que la escala humana se siente sublimada por el tamaño de sus manifiestos arquitectónicos y urbanos.
Fueron muy pocos días, pero suficientes para impregnarme de metrópoli. Subí al metro, sentí el contacto de la inmensidad desplazándose a sus destinos cotidianos, sudé en frío, olí el anonimato de la muchedumbre, subí y baje escaleras de subsuelos viales.
En fin, me declaro pleno de ciudad y recomiendo a los que no lo han hecho, conocer este sitio cimentado sobre una cultura milenaria que nos dio la estructura de país actual, ataviado de canteras y de tezontles en el aspecto de su arquitectura precolombina y perfilado de desarrollo en la expresión ambiental, donde la calle, los edificios, el mobiliario urbano son parte de un paisaje metropolitano. También a los que vinieron y se sirvieron de sus rutas para prepararse durante la etapa universitaria, los invito a recorrer de nuevo sus experiencias.
Ya de regreso al aeropuerto, la amabilidad del chofer del novedoso sistema de taxis Uber, entre crónicas actuales de sus gobiernos, entre historias de lo habitual, agua embotellada implícita y en “hora pico”, te da la sensación de vivir el progreso, la vanguardia de una gran ciudad, que a estas alturas sigue siendo de gran atracción para los jóvenes profesionistas que le dan seguimiento al éxodo tradicional de emigrar a las grandes ciudades. Me voy satisfecho de retomar los recorridos que me ofrecieron por poco más de una década, hace tres, la hospitalidad de la urbe.
Ahora en casa, establecemos las mediciones reales de los diferenciales de vivir en nuestras ciudades limitadas por los asentamientos locales, disminuidos por la ausencia de oportunidades reflejando la perspectiva poco alentadora del desarrollo urbano de las mismas y la poca oferta de empleo que seguirá enriqueciendo las ciudades capitales en su condición de centros de desarrollo, de ciudades de atracción, y asumir que tenemos que empezar a hacer volar a nuestros hijos a las universidades que se concentran es esos destinos urbanos.
Por Jorge I Guevara
Fotografía de Benjamín Alonso